miércoles, 10 de febrero de 2010

In & Out

In.
La noche del aparcamiento da paso a un mar de luz enclaustrado entre paredes de rabiosos azulejos blancos, un techo anodino y un suelo cuadriculado en baldosas de gris apagado. Nada más entrar, a mi derecha, sentados en uno de los muebles “mesasillas” de plástico y metal que salpican el espacio habitable del local entre los vástagos de pared alicatada que brotan en algunos lugares del suelo - hermanos desorientados de los tabiques que sostienen el techo- hay un grupo de rubios clónicos con pelo largo, lacio y con leves ondulaciones, idénticamente ladeado sobre la frente coronada con gorras de lana oscuras a juego con similares camisetas negras, su apariencia recordando a algún estereotipo televisivo que se me escapa, todos con los mismos ojos azules angelicalmente gélidos que me ignoran en sincronización.

Los tabiques vástago y las paredes están ornamentados en sus partes superiores con cornisas llenas del verdor artificial y el brillo difuminado de plantas de plástico. En el baño los clientes masculinos, esta vez no clónicos, con gorras de lana más bien grisáceas que negras y con algún tatuaje, comentan el último encuentro con la policía de autopista y las cosas que uno no debería decir en caso de ser agraciado con la inestimable atención policial californiana.

Un gran cono amarillo de base rectangular chilla en medio del gris del suelo y el blanco de la pared, entre las puertas de los servicios, espetando “suelo húmedo” cuando en realidad está bastante seco. Las paredes principales y su progenie menor no son en realidad tan blancas, pues toda superficie de azulejos se adorna con alguna línea o patrón en rojo, en un toque de quirófano accidentado pero con las salpicaduras extrañamente ordenadas en cintas de color. Al fondo, en la zona que enmarca a la barra en donde los clientes hacen sus peticiones, algunos azulejos lechosos se han transformado en azulejos rojos que alojan el perfil de una palmera blanca.

Los rubios clónicos van perdiendo protagonismo ante la llegada de otra extraña tribu, esta vez de sorprendentes resonancias hispanoafricanas, hispanas por los rasgos -si bien hay excepciones- y africanas por su forma de adornar los lóbulos de las orejas inscribiendo en ellos anillos, que pueden verse en variedades y tamaños sorprendentemente dispares, si bien puede intuirse que la evolución en el tiempo de los anillos de cada individuo siempre es hacia un diámetro mayor, pues el miembro de lóbulos más deformados se desenvuelve en un aura de respeto y suficiencia que ciertamente ha de ser codiciada como objetivo final por los hermanos del perímetro menor de la orden, los lóbulos auditivos de la Gran Oreja bamboleándose esperpénticos al pie de la gorra de la NBA, convertidos en aros circunscritores de un vacío de tamaño comparable al del pabellón auditivo ab initio.

Sobre la barra en donde los clientes hacen sus peticiones, tubos de neón amarillos se retuercen en un mensaje luminoso de “Quality you can taste”, enmarcado en el aura de sus propios reflejos en los azulejos. La cola de clientes se alarga hacia el cono amarillo que demarca el océano de humedad inexistente de los baños, y se puebla con rubioclones y hermanos de la gran oreja, trabajadores hispanos relajados, adolescentes con miradas llenas de las promesas del fin de semana, y servidor.

¿Servirá el anillo de vacío inscrito en los lóbulos de los hermanos de la gran oreja como una puerta a percepciones adicionales? Hay algo místico en la homología no trivial de esas orejas, una certeza de que no hay vuelta atrás hacia el origen una vez que uno se ha iniciado en el culto.

Superada la cola, hamburguesa en mano, toca sentarse en un taburete adyacente a una de las paredes vástago. Al otro lado del tabique unos curiosos grifos vomitan ketchup ante las demandas mecánicas de los clientes. Al fondo, tras el marco de azulejos rojos con palmeras blancas y el lema de neón amarillo, nacen nubecillas de las freidoras y se originan pitidos repetidos de la maquinaria, mientras se cortan patatas de aspecto saludable y lechugas frescas bajo las imágenes de hormigón y líneas de aparcamiento emitidas por un par de monitores de seguridad. El ketchup fluye con el inglés y el español. La hamburguesa se acaba. El brillo blanco rabioso con salpicaduras de rojo sangre desaparece al cruzar la puerta al exterior. La carretera espera.
Out.