lunes, 23 de febrero de 2009

Grietas en la realidad

El pseudosol africano flota en el cielo, un globo amarillo gigantesco, desparramando una luz invisible que no arroja sombras ni arranca reflejos, un sol falso, espectral, para el que las personas y los animales que pululamos por el safari-zoológico no somos más que fantasmas o vampiros, impertérritos ante sus ebulliciones termonucleares y su radiación imaginaria.

Es mediodía, y convenientemente el sol africano está al Norte, mientras su enclenque hermano sandieguil deriva humilde por el Sur. Pero esto es un producto casual de mi posición en el parque, y me doy cuenta de que los habitantes de la falsa sabana al otro lado verán a los dos soles siempre en torno al meridiano, entrecruzándose como en los cielos de ciencia ficción, alienando a las pobres criaturas del otro hemisferio, que ya bastante han de tener con la locura colectiva de los remolinos de los estanques, que parecen empeñarse en girar en sentido opuesto al que deberían.

Malos augurios, han de intuir los elefantes y los leones. Hay algo falso en su mundo, en los laberintos de paredes invisibles y formaciones de troncos demasiado juntos, demasiado desnudos, demasiado lisos, brillantes, perfectos, fríos al tacto. Hace frío en la falsa sabana, piensan las jirafas y los tigres. Y eso que el inmenso sol de la goma hace pensar en una gigante roja roja dispuesta a engullir y abrasar el mundo...pero quizá no éste, al que el falso astro parece ignorar, negándose a calentarlo, como si viviera en una realidad aparte.

Los flamencos están tensos, como si aguardaran a un eclipse de la esfera gigante que nunca acaba de llegar, viviendo permanentemente en el precipicio de un desastre inminente cuya espera sin fin supone una tortura mayor que el desenlace mismo; para aliviar la sensación de opresión, se dedican a estudiar a las hordas de bípedos no voladores que parecen no tener otra cosa que hacer que pararse a su vez a mirarlos, cuántas miradas entrecruzadas, cuántas barreras de comprensión, cuántas barreras físicas, los humanos con plumajes muy variados en textura y color, muchos transportando comida conseguida de manera misteriosa, pues no se les ve cazar o picotear del suelo o de los árboles, ejecutando algunos movimientos nerviosos y repetitivos, como taparse la cara periódicamente con extraños artilugios brillantes o enseñar las dentaduras. Quién entiende a estos bípedos que avanzan sin orden, desorientados, sin propósito, tan inconscientes como para colgarse de la gran bola del cielo.

Y las personas se suben al globo, sin quemarse, para ver desde las alturas este mundo extraño, donde nada está en su sitio, donde los frutos de los troncos metálicos se llenan de luz al caer la oscuridad, donde algunos testigos claman que los estanques reflejan detalles del cuadro "El jardín de las delicias" cuando nadie los mira, donde el sol hace lo que quiere y se ríe a carcajadas del concepto de tiempo solar medio, de las estaciones, de los ritmos circadianos de los animales, de las versiones imaginarias de sus moléculas de melatonina, afectadas por el gran astro vampírico de goma, danzado en rituales brownianos en honor del caos, mientras los homínidos deambulan despreocupados por las sendas de hormigón, ninguno advirtiendo el terror silencioso de los animales, que perciben que la luz de los humanos está rozando permanentemente el eclipse, el horizonte de sucesos que abre las puertas a espirales de decadente autoindulgencia, mientras de vez en cuando algún físico desquiciado se da cuenta de que, en este jardín de extraños augurios, las grietas que recorren los caminos de hormigón y que parecen esforzarse por decir “mirad qué ambiente más rústico, mirad que real es esta falsa sabana, mirad qué cuarteado está el suelo bajo la gran bola de fuego”, son demasiado reales, se vuelven demasiado familiares ante la mirada atenta y prolongada, y el pasmado observador se ilumina con la revelación de que esos elaborados y aparentemente confusos patrones de grietas se repiten con exactitud a cada tramo de longitud igual a cuatro zapatos del narrador.

martes, 10 de febrero de 2009

Inquietud

Acabo de ver la película "Glass: a Portrait of Philip [Glass] in twelve parts".

Me ha inspirado, me ha inquietado, mi mente ha salido en un extraño estado de desasosiego.

http://glassthemovie.com

martes, 3 de febrero de 2009

18 segundos


Los cruces americanos
no están hechos para soñadores,
de andares pausados y de miradas ausentes,
que observan ensimismados el suelo,
su oleaje de alquitrán,
su alfabeto de pintura,
las sombras entrecruzadas,
esa pieza de rompecabezas
que alguien dejó olvidada,
curvando la monotonía gris de la acera
con la geometría de mil incógnitas latentes,
mil historias imaginadas.
Que zambullen los ojos
en las fosas de color del cielo,
las lámparas de los semáforos
balanceándose en el viento,
los pájaros alineados,
manchas negras sobre atalayas de metal,
riéndose de la procesión de máquinas,
que rugen tristes por no poder volar.

Dieciocho segundos.
Seis carriles.

Apenas hay tiempo
para ver esa nuca fugaz
que se asoma tímida
tras el vuelo liviano
de una coleta desconocida.