lunes, 13 de diciembre de 2010

Gemínidas


Flotamos entre dos planos llenos de estrellas. Hacia abajo, las luces de Santa Bárbara y Goleta se extienden en una mancha puntillista y caprichosa, un mar de células incandescentes que abarca hasta los bordes aserrados del océano, que absorbe la vista con su gravitación de membrana negra, salpicada de los pequeños orbes de luz alineados de las plataformas petrolíferas. La atmósfera es tan clara que incluso se ven algunos puntos luminosos en las islas. Hacia la derecha el mar es un espejo que alarga los destellos de una de las plataformas, convertida en una inmensa torre de luz. Brilla rabiosa la delgada luna creciente, bajo la que el agua se ruboriza de blanco.

La ciudad parece un macrófago luminiscente extendiendo sus pseudópodos de costa hacia la oscuridad reglada del Pacífico. Es una noche de perspectivas inesperadas: el mar y sus brillos estructurados son el orden frente al caos del enjambre urbano. El aire está tan en calma que las luces no titilan, sino que permanecen estáticas como en un cuadro. Por una vez, el ritmo del tiempo humano parece haberse congelado frente al espectáculo del cielo. Las estrellas asisten sorprendidas a líneas intrusas y efímeras, afilados rastros incandescentes que rasgan la red imaginaria de las constelaciones. Estrellas fugaces. Brillos que se pierden. Ideas que brotan en la conciencia en direcciones inesperadas para fundirse en un mar de oscuridad.

Entre las galaxias de luces humanas y cósmicas flota nuestra pequeña constelación de personas, unidas por la red imaginaria de las casualidades, las vidas entrelazadas efímeramente, los ojos llenos del hambre milenaria de estrella, atentos a la vida que brota espontánea del vacío nocturno.

La luna estira sus sombras. El aire vibra con el rumor del viento agitando las ramas de los árboles, con las conversaciones apagadas. Bromas con linternas en la oscuridad, asombro ante el descubrimiento de piñas gigantes. Lo grande se mezcla con lo pequeño. Huele a despedida y nostalgia.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Big Sur

Carretera, mar y roca encabritados, música electrizada, espuma y grieta, lenguas de niebla lamiendo los recodos del futuro, el tiempo incierto cuantizado en gamas de gris.

Colas de caballo resplandeciendo flamígeras al sol, la tarde ardiendo dorada sobre praderas en calma, el mar eléctrico, metalizado, estriado en luces y sombras enfrentadas en los rizos de las olas, su rabia brotando en regueros blancos, sangre de espuma.

En algún lugar batallan la noche y el día. El oceáno estalla en acantilados plomizos, las hierbas se estremecen ondulantes en la brisa, el día sangra a cámara lenta ríos de nube carmesí. El sol se aplasta para amortiguar la caída, membrana trémula de miedo, estertores de fuego que se pierden en las grietas en carne viva entre el cielo y el mar.

Se hace el silencio. Aún queda un halo de sol fantasma. La atmósfera sigue herida de nube, los espíritus abandonan las cuevas de roca, las cintas de sombra comienzan su conquista del océano, la espuma se disuelve en un rumor lejano.

La carretera se encrespa hacia la noche, sus líneas cobran vidas fluorescentes y se erizan de luciérnagas estáticas que teselan la oscuridad, midiendo el vacío, disparándose cimbreantes hacia el pasado. Las lenguas de acantilado son recortes de cartulina negra por los que viajan minúsculos conos de luz, inquietos y agitados, explorando trocitos de inmensidad, caravana de hormigas eléctricas. El viento se enfría al narrar las historias del día. La música continúa.

sábado, 9 de octubre de 2010

El sheriff, Billy, y su primo

Billy el Malo surca la noche con un coche endemoniado, pintado de oscuridad reconcentrada pero salpicado de una constelación de luces siniestras, extrañas y retorcidas. El coche parece no haber conocido las virtudes de un buen silenciador, y las explosiones de sus cilindros anuncian con antelación el paso de Billy a los atrevidos campistas que han osado pasar la noche en su radio de acción. Billy no para, simplemente pasa de largo, como si patrullara el perímetro del lago –un rugido que se siente venir, aumentando en volumen hasta que la carretera se ilumina como un árbol de Navidad enfermo, y que pasa a morir en la distancia, quizá simplemente debido a que el tono del motor se torna tan grave y lúgubre que se sale del rango audible. Tras Billy sobreviene el silencio, una calma espectral, e incluso los mapaches se congelan en sus complejas maniobras envolventes en torno a la comida de los campistas; no es hasta pasados unos segundos que la vida del cámping retoma su curso, pero siempre bajo el peso ominoso de la certeza de que en un futuro cercano volverá el rugir maléfico de una cilindrada imposible, acompañado de un enjambre de luciérnagas de color sangre, poblando los sueños de los durmientes con escenas sacadas de las películas protagonizadas por automovilistas diabólicos.

Sí, las noches en las zonas de acampada perdidas de California pueden ser un poco siniestras. Por lo general resulta adecuado llegar cuando todavía la luz del Sol se pasea por los alrededores, para que la mente tome referencias en formas familiares y reconocibles que podrán ser proyectadas después en la oscuridad, llenando su vacío y evitando que se pueble con imaginaciones febriles. Sin embargo, incluso en estas tardes prometedoras, tras pasar la caseta de los guardas a la entrada y verla vacía, con el consiguiente regocijo por las promesas de pernoctación gratuita, uno todavía puede tener la mala suerte de toparse con la contrapartida diurna de Billy el Malo: el sheriff del lugar. Billy y el sheriff: el Yin y el Yang, el día y la noche. El primero nacido para mantener el orden y la civilidad incluso en estos días fuera de temporada en que el lago es un desierto y no hay nadie para recoger la tarifa de acampada y los mapaches deambulan famélicos y sin rumbo, lenguas colgantes, añorando los tiempos pasados de comida fácil; el sheriff patrullando el lago en recuerdo de tiempos mejores y sueños de un futuro brillante, y retrasando al máximo el regreso al hogar vacío, sólo poblado con ecos nostálgicos de los hijos que han vuelto a la Universidad. Y su némesis oscura, Billy, reconvertido en un señor de la noche tras una adolescencia difícil, escapando de espirales de autodestrucción gracias a la disciplina y el sentido de propósito y responsabilidad vital que derivan de su misión autoimpuesta de atemorizar y despertar a los pobres campistas que hollan su terreno sagrado, Billy siempre acompañado de su fiel caballería mecánica, que ha pintado con adornos flamígeros y colmillos que nadie salvo él llega a ver en la increíble oscuridad de la noche, los dos aullando bajo las estrellas en las madrugadas desangeladas.

Pero incluso si se ha conseguido entrar en el cámping de día, sin tener que pagar ninguna tarifa, y se ha conseguido que el coche del sheriff sólo se vea de lejos; en esos finales del día que parecen sonreír tras una jornada de conducción exhaustiva que tuvo que prolongarse inesperadamente porque todos los campings del gran parque natural ya no tan cercano estaban completos, pues incluso en esas tardes llenas de promesas no siempre resulta fácil encontrar un sitio para montar la tienda. En territorio Billy, por ejemplo, uno puede encontrarse la mayoría de las zonas de acampada bloqueadas con barreras por ser fuera de temporada, y la primera zona de acampada abierta --¡por fin!-- puede traer sorpresas …

“Hola buenas noches, ¿buscáis algo?”
“Sólo queremos un sitio para acampar. Parece que hay sitios libres, ¿no es así? **Evidentemente hay sitios libres...**”

(Se forma un corro de campistas que conversan entre ellos. Unos niños juegan alrededor):

“¿Qué ocurre?”
“Nada. Quieren acampar en un sitio “normal”.”
“Hmm.”
“Ajá”.
“...”

(De nuevo dirigiéndose a los intrusos).

“Bueno, lo siento, pero este camping, tanto la parte de arriba como la de abajo, está reservado enteramente por nuestro “grupo”.”

(“Grupo” es pronunciado entre breves pausas, o al menos así lo recuerda la mente, e igualmente ocurrió con la palabra “normal”. Los niños dejan de jugar y miran con caras serias.)

“Eeehh...**¿Grupo querrá decir secta, no? ¿Qué era eso de “normal”?¿Nos dejarán escapar al menos?**”
“Pero no os preocupéis, hay muchos otros sitios de acampada, **posiblemente todos cerrados también, pero eso ya lo descubriréis vosotros, ilusos**, así que podéis seguir adelante en la carretera que bordea el lago. Buena suerte.”
“Bueno, gracias, espero que así sea **y que no comáis carne humana de campistas perdidos**. Buenas noches.”
“Buenas noches, que tengáis una noche estupenda, **si es que no os despierta mil veces el tipo de las luces raras que lleva varias noches patrullando el lago en medio de atronadores rugidos...ya veréis ya... por cierto que a estos tipos les pasa algo...miraban con cara rara...ni que les diéramos miedo**”.

(Los niños vuelven a jugar).

En fin, si a uno todavía le queda suficiente suerte, puede acabar encontrando un sitio donde poner la tienda, en una zona sin un alma, perfumada con promesas de tranquilidad, de una buena cena y un buen reposo. Pero entonces, cuando el fuego de gas cerca la noche con sus débiles pulsaciones azules, un ruido atronador llega de la carretera cercana, sobre la que acaba viéndose una maraña en movimiento de luces rojas y blancas sin orden ni concierto: la primera pasada de Billy, que hace que la mente empiece a concebir poco prometedores árboles de sucesos con la semilla común de las luces de Navidad sangrientas girando hacia la entrada de la zona de acampada...Pero afortunadamente Billy pasa de largo.

“**Menos mal, vayamos a recoger un poco de agua caminando con la linterna.....#?@|#½|@#%%& ** ¡¡¡Aaaaahhhh...!!!
….....
¡¡¡Q...qué...era...ESO!!! ¿Lo has visto? La luz de mi linterna se ha topado por un instante con alguien encapuchado a un par de metros de mí. ¡Casi me da un infarto!”
“No me atreví a decírtelo...pero desde aquí veía a alguien acercarse a tí por el lateral...”
“Menuda gracia, todo un detalle no avisarme.”
“Pues no veas la pinta que llevaba...”
“Sólo me dado tiempo ha registrar dos cosas --una capucha, y pánico. Casi mejor no haber visto los detalles.”
“Era alguien muy bajito...quizá una niña...pero lo mejor es que ha parecido surgir de repente de la nada, ni se ha inmutado cuando la has iluminado un momento...y ha seguido sin desviarse hacia ninguna parte...me parece que en dirección al lago.”
“Pero si ahí no hay nada”.
“Era muy tétrico. Parecía colocada o algo así. En plan zombi saciado.”
“Vaya noche bucólico-pastoril. Como vuelva a aparecer me da algo.”

Pasada esta experiencia, cuando uno puede por fin sentarse tranquilamente y reconfortarse no sólo en la llama de gas, sino también en el olor de las lentejas en proceso de hidratación, Billy vuelve a pasar, pero el umbral de percepción de amenaza ha estado subiendo por momentos, y la fanfarria infernal del motor de Billy ya se ha convertido incluso en algo familiar y entrañable.

“Ya está el Billy otra vez...pasando de largo de nuevo”.
“No te lo vas a creer”.
“Qué”.
“Mira detrás de tí”.
“No me irás a decir que ha vuelto la niña del exorcista.”
“No precisamente”.
“...A ver....
…............
¡Ostias!...¿Eso son ojos? ¿Dos pares? “
“Más bien tres”.
“Yo ahora veo cinco. ¡Y se están acercando, los cabrones!”
“Son mapaches. Y parecen bastante hambrientos.... ¡Fuera!...¡Las lentejas son nuestras!”
“¡Largo! ¡Es nuestra comida! ¡No os va gustar, venía en un paquete deshidratado!”

(Gestos pretendidamente intimidatorios).

“¡No se inmutan! Parecen inmunes a los gestos de amenaza. Por cierto, fíjate, su formación empieza a abrirse. Serán hijos de”
“Hay que decir en su favor que es una táctica envolvente bastante avanzada. Vaya con los adorables animalitos.”
“No veas, qué monos que son”.
“Querrás decir mapaches”.
“(Suspiro de resignación). Voy a probar el flash de la cámara”.

(Click. Un relámpago de luz ilumina a cinco mapaches delimitando un semicírculo. La luz se refleja de forma terrorífica en el fondo de los ojos de los animales, que se convierten en perlas espectrales, sitemas binarios de enanas blancas en una constelación decadente. Los mapaches se quedan congelados por un momento, espaldas erizadas y cuerpos rayados sobre un fondo de carbón salpicado por los pares de ojos).

“¡No se mueven! No les asusta el flash.”
“De hecho siguen avanzando”.
“A lo mejor haciendo ademán de perseguirlos se van...”
“¡Funciona! Fíjate, se van todos hacia ese árbol de ahí. Que por cierto es donde te paraste a marcar tu territorio...a lo mejor les has ofendido y nos han declarado la guerra”.
“¿Es que aquí no se puede cenar tranquilamente?”.

(….......)

“Oye, veo formas oscuras moviéndose en el árbol”.
“¡Están volviendo de nuevo! Pero parece que ahora van a intentar acercarse por otro lado.”
“A lo mejor se van hacia los vecinos”.
“¡Mira! Hay uno ahí al lado....¡y otro ahí!.....¡Joder, están viniendo por todas partes!...¡Toma flash! ¡Toma! ¡Esto es la guerra!”
“¡Mira ése! ¡Se levanta sobre las patas traseras! ¿Acaso pretende intimidarnos?”
“Me da a mí que lo están consiguiendo.”
“Ya no son tan monos...”


Otros días, uno puede no tener la suerte de acampar con luz diurna, en parte gracias al hecho de que a algunos campings sólo puede llegarse siguiendo un sentido concreto de la carretera --dada la ausencia de señalización en el otro-- lo cual introduce serias complicaciones en la planificación de la trayectoria de viaje, que acaba acumulando autointersecciones sucesivas, y si se pudiera ver a vista de pájaro parecería un auténtico nudo gordiano. Pero al final uno llega, de nuevo cansado, y de nuevo a un cámping siniestramente desierto, que esta vez ni siquiera se ha visto a la luz del día, de modo que las manchas de oscuridad informe en derredor adquieren un carácter notablemente ominoso y opresivo.

“Pfff. De nuevo parece no haber ni dios. Hasta que aparezca de nuevo la niña diabólica”.
“O Billy”.
“Espera, ahí ha aparecido alguien bajo las luces de los baños”.
“Es el primo de Billy”.
“¿Qué hace con esa bolsa de basura tan grande? Probablemente esté llena de restos humanos”.
“No lo dudes”.
“¿Te has fijado en el coche de ahí, que parece ser del primo de Billy?”
“¿La ranchera prehistórica? Tiene una especie de sábana sobre el capó, que probablemente usa para envolver a los cuerpos.”
“Mira la rueda trasera izquierda.”
“Hmmm...bien pinchada. Me pregunto cuánto tiempo lleva aquí el hombre éste”.

(…...)

“Mientras estabas en el baño ha vuelto a emerger de la oscuridad el primo de Billy con aparejos de pescar.”
“¿A las once y media de la noche? Esto de “pescar” suena a eufemismo...da un poco de miedo.”
“Se ha acercado a mí –momento de acojone-- y me ha preguntado si nosotros habíamos venido también aquí para pescar...y luego ha surgido –de la nada, para variar-- un tío enorme que casi destruye mi mano al saludarme, y que parece que va a ayudar al otro hombre a hinchar la rueda del coche.”
“¿Hoy precisamente? El coche tiene pinta de haber estado ahí parado bastante tiempo...De todas maneras, qué manía de la gente el brotar de la oscuridad sin previo aviso...**algo así como la producción de partículas en el vacío relativista, pero en plan película de terror. Me pregunto si al aflorar de la oscuridad harán algún ruido característico, en plan ¡plop!, como al abrir un tarro envasado al vacío.**”

(La cena transcurre sin incursiones tácticas de mapaches, todo normal salvo por un percance que involucra a la gravedad, espaguetis y el suelo de tierra. El primo de Billy abre sucesivas puertas de su ranchera, sacando y metiendo todo tipo de objetos y prendas. Finalmente se sienta en el asiento del conductor, las luces apagadas, el brillo de un cigarillo encendido en la oscuridad, la radio sonando apagada tras los cristales, se perciben las notas “Hotel California” en un toque maestro de ironía del destino).

(…...)

“Casi echo de menos el rugido del coche de Billy el Malo, es un mal menor frente al bramido del compresor de aire.”
“Todavía me sorprende que de verdad estén reparando la rueda. Yo pienso que es una tapadera.”
“Tío, no vamos a pegar ojo, esto no se acaba nunca.”

(…...)

“Parece que han acabado. ¡Y arrancan el coche!”

(…...)
(A la mañana siguiente, durante el desayuno, el primo de Billy aparece de nuevo, y nos ofrece un gran melón).

“Hola, ¡buenos días! Me preguntaba si os gustaría llevaros un melón...crecen en mi jardín y tenemos demasiados, no sabemos qué hacer con ellos. **Y a ver si por lo menos dais las gracias con más de dos palabras, que os queda mucho de aprender de camaradería campestre, que estáis todo el rato mirándome como si fuera Jack el destripador o un funcionario de inmigración**”.
“Ehh...bueno, sí, muchísimas gracias, todo un detalle, muy amable, **¿no estará envenenado, verdad?**

(…...)

“Pues el primo de Billy no debe de ser tan malo.”
“¿El jardín está dentro de la ranchera? Quizá el melón tenga marcas de pinchazos de aguja hipodérmica.”
“Fuera de bromas, fíjate en el coche, que sigue donde ayer...¿tú crees que está aparcado exactamente en el mismo sitio?”
“No lo sé...pero...espera espera... un momento...¿¿te has fijado otra vez en la rueda??”
“!!!!!”

martes, 5 de octubre de 2010

Auf wiedersehen

“Omi” se ha marchado. Me enteré de camino a Los Ángeles, y la noticia no parecía real. Aún no parece real, como si la distancia geográfica me hiciera ver las cosas al otro lado del Atlántico tras un velo onírico, acentuado por el desfase horario, como si viviera al otro lado de un océano mental. La perplejidad dio paso a un torrente de recuerdos que se abrieron paso en el limbo californiano de mis pensamientos, por entre las líneas depuradas y las vistas emborronadas por la calima del centro Getty, observando desde la colina el demente desparrame de hormigón de Los Ángeles. Entre la neblinas del horizonte y los cactus de los jardines, los recuerdos vinieron punzantes a tomar forma en la consciencia. Omi relatando cómo de niños balbuceábamos ilusionados su nombre en la oscuridad cuando entraba en el cuarto, recién llegada de Alemania, preguntándonos en voz suave si sabíamos quién era. Omi ayudándonos a Martin y a mí a dar los primeros pasos, cada uno de los gemelos tirando para un lado, en una imagen que no sé si proviene de mis propios recuerdos o de la historia tantas veces contada. Mis peluches favoritos, cuentos en alemán, elefantes y topos, la pasión por el arte y el dibujo, la primera caja de óleos, historias de pintores, maquetas y dibujos de barcos, el primer viaje a Alemania, el erizo del jardín, bicicletas, vallas de madera y parques verdes, la casa del árbol, el olor característico de la casa de Oberneuland, las risas del teatro con mis hermanos y hermanas, el sabor de los dulces navideños alemanes, mis dos últimas apariciones improvisadas en Bremen, sin avisar, la cara de perplejidad de Omi y Onkel Martin en el umbral de la puerta.

Me senté al pie de una escalera, paralizado sin saber muy bien qué hacer, vaciando la mente y desenfocando la vista al infinito del cielo blanquecino. Y decidí recordar a Omi haciendo lo que me ella me enseñó a apreciar tanto: abrir los ojos, asombrarse y dar unos trazos en papel. Enfrente estaba la escalera fugándose hacia las profundidades.

Danke für alle.

domingo, 12 de septiembre de 2010

El valle

Ventana suburbana

Un muro de un tono cobrizo, interrumpido por la abertura de una ventana con forma de arco de medio punto. De la parte de arriba de la ventana cuelgan dos cortinas que se arquean hacia los laterales, delimitando un espacio teatral. El escenario no tiene profundidad, pues otra cortina cuelga detrás, ocultando a la vista el interior.

La calle está desierta. Es una mañana veraniega de Agosto. Las cortinas son blancas, con suaves ondulaciones y algunas sencillas grecas bordadas. Estoy mirando a la ventana desde la acera al otro lado de la calle del barrio residencial. Casas bajas, tejados en pendiente, tonos pastel, praderas perfectas en cada parcela, no hay vallas, no hay barreras, apenas hay signos de vida.

Las hojas de los árboles murmullan, y el murmullo es casi el único sonido audible. En el alféizar interior de la ventana distingo una masa algodonosa de pelo blanco rizado. Tiene una cabeza, ojos, patas. Un perro. Completamente inmóvil. La luz del sol filtrada por las hojas de los árboles da lugar a juegos de luces y sombras sobre la parte superior de las cortinas. El perro está bañado en luz. Su quietud es sobrenatural. No sé si está vivo o muerto, si es un peluche o un perro de verdad. Quizá se haya petrificado por deshidratación, olvidado en el alféizar tras la cortina, condenado a observar para siempre la calle casi siempre vacía, donde el tiempo se mide por los coches que pasan y la longitud de las sombras que se encogen y estiran durante el día.

Es como mirar un cuadro, un bodegón costumbrista, naturaleza muerta. Hago gestos al perro desde mi acera, pero permanece impávido. Un momento, parece que ha movido una pata... falsa alarma, era el macizo de flores bajo la ventana, mecido por la brisa. Doy un par de saltos. Gesticulo con los brazos, al fin y al cabo no parece que nadie vaya a verme haciendo el ridículo, pues ni siquiera está claro que en este momento haya gente de verdad dentro de las casas, quizá todo el barrio esté poblado por humanos de peluche asomados a las ventanas, mirando al vacío con pupilas de botón, brillantes agujeros negros.

El perro no se mueve. Sigo mirando. Da la impresión de que sus ojos han estado todo este tiempo clavados en los míos. Pasan los minutos, las hojas murmullan.

De repente el perro gira la cabeza.

Doy media vuelta y me abrocho los párpados con mis pupilas de botón.

domingo, 29 de agosto de 2010

Jack in the Box

Es de noche. Vista de pájaro: un aparcamiento casi desierto, entrecruzado por las sombras de las farolas y el brillo metálico de coches solitarios distribuidos aleatoriamente en el mar de asfalto suburbano.

Tres figuras entran en el perímetro de la escena, desplazándose lentamente, dos de ellas al parecer con mayores dificultades, si bien es difícil de juzgar desde la distancia. El campo visual del narrador empieza a enfocarse hacia las figuras en movimiento, barriendo los alrededores en un arco que muestra los carteles luminosos de los locales de comida rápida, que pueblan la oscuridad con esa amalgama algo caótica y decadente de colores y formas que caracteriza a los pequeños núcleos abastecedores que brotan por acreción en los alrededores de las autopistas.

La vista del narrador se demora un tiempo en el cubo rojo luminoso que, coronando un poste metálico, anuncia en letras blancas “Jack in the Box”, que parece ser el único local con signos de vida en su interior; seguidamente la atención se centra de nuevo en el extraño trío de viandantes que se arrastra entre las líneas de aparcamiento. Parecen ser dos hombres y una mujer, y se confirma que los dos primeros están en un estado físico significamente más precario, como denota su forma de andar contorsionando y arrastrando las piernas de un modo entrañablemente patético. Una de las figuras de andar lisiado alcanza cotas aún mayores de decadencia externa en vista de la barba descuidada de seis días y la constelación de texturas en toda la gama de marrones más o menos oscuros que salpica sus pantalones de montañero, que se rumorea que algún día llegaron a ser de una tonalidad bastante más clara. Se podría hablar también del aspecto de su pelo.

El peculiar grupo se aproxima a los ventanales de “Jack in the Box”, en cuyo interior iluminado hay un grupúsculo de gente cenando –con las típicas características morfológicas que lamentablemente se perpetúan en los locales de comida rápida- que parece no prestar atención a las figuras que se agolpan tras el cristal e intentan sin éxito y con ciertos toques de urgente desesperación abrir la puerta del local.

El lector habrá notado que todavía no se ha introducido ningún tipo de atmósfera sonora en la narración, pero lo cierto es que, en contra de las apariencias, las exclamaciones gangosas de “¡Cerebro...cerebro!” no forman parte de la escena. Efectivamente, no se trata de una historia de zombies con moraleja anticapitalista, como podría haberse concluido antes si el narrador hubiera dirigido su atención hacia las miradas de los candidatos a muertos vivientes y, en lugar de iris abisales mensajeros de encefalogramas planos, hubiera encontrado los ojos cansados pero animados con brillos de socarrona e impotente autoconsciencia de nuestros arrastrados y hambrientos transeúntes.

Asimimso el lector podrá haber notado que tampoco se ha introducido ningún tipo de atmósfera olorosa en el relato, pero lo cierto es que es mejor no hacerlo mientras estemos en las cercanías de los falsos zombies, quienes, vista la imposibilidad de abrir la puerta del local, se percatan de que algunos automóviles reciben alimentos desde al interior al pararse frente a una ventana del inexpugnable establecimiento.

“¡El “drive-through” aún sirve comida!”

Así que nuestros vagabundos-en-apariencia se arrastran a pie hasta el inicio de esa gran invención americana surgida de aplicar los conceptos de la revolución industrial a las inevitables necesidades alimenticias humanas: la línea de aprovisonamiento en serie de conductores demasiado ocupados como para aparcar y gastar preciosa energía y tiempo en andar unos metros.

“La gente debe de pararse frente a este panel con el menú, mirad, hay un altavoz”.
“¿Se supone que tenemos que hablar a algún micrófono, no?”
“¿¿Hola?? ¿¿Hay alguien??”
“Queremos pedir algo para cenar.”

Silencio.

“A lo mejor hay que pulsar algún botón.”
“Pues yo no veo ninguno.”
“¿¿Hola??”



“Quizá esto no esté pensado precisamente para viandantes...a lo mejor hay sensores de presión bajo el asfalto que se activan sólo al paso de un coche. O de algún cliente obscenamente obeso. ¿Qué hacemos?”
“Creo que no vale saltar.”
“Yo no estoy precisamente en condiciones de saltar.”

En esto se acerca un sobredimensionado automóvil a la línea de montaje alimenticio, y los zombies se ven obligados a dispersarse penosamente a cámara lenta. Una voz grabada da la bienvenida a la máquina y conductor, y una voz humana algo más espontánea con distorsiones electrónicas pregunta en espera de demandas hamburguesiles y demás.

Los zombies se reagrupan para preparar el siguiente asalto.
“¿Cómo lo ha hecho? Los hay con suerte.”
“Será por los sensores de presión. Quizá deberíamos ir directamente a la ventanilla de reparto al final del carril.”

Desde el interior del local, bañado en luz suave y poblado de armarios y freidoras metálicas, podría verse cómo las formas oscuras de un “SUV” se desplazan tras la ventanilla de reparto y dan paso a tres tímidas formas humanas que se asoman al cristal. Pero no hay nadie para verlo.

“¿¿Hooolaaaa?? ¿¿Hay alguien???”

El sonido alerta a uno de los empleados, que se acerca sorprendido a la ventanilla, las alarmas anti-perdedores-sin-coche empezando a destellear nerviosas en su cerebro.

“¿Qué quieren?”
“Ehhh...bueno, queremos cenar, y como el local está cerrado pero parecen admitir órdenes a través del carril para coches, hemos pensado que probaríamos suerte de esta manera. Pero por alguna razón no hemos sido capaces de pedir a través del sistema de megafonía, así que la alternativa era asomarnos por aquí.”

“Ajá.”

...

“¿Podemos pedir comida?”

“Ehh... pues supongo que sí.”

Breve pausa.


“Hmm...Bueno, la verdad es que no.”

Los zombies intercambian miradas perplejo-irónico-descorazonadas.

“¿¿?? ¿¿Por qué??”

“El carril para coches está diseñado específicamente...para coches, de modo que el pasearse por él supone un riesgo para los viandantes, dada la posibilidad de atropello, y más aún en la oscuridad.”

“¡Pero si esto está desierto! No hay nadie y si viene algún vehículo por el carril no sólo irá a una velocidad extremadamente reducida sino que nos habrá visto a distancia dentro de su cono de luz. Aparte de que sólo necesitamos pedir comida, nos podemos apartar y recogerla en cuanto esté lista.”

“Lo siento, tenéis que entenderlo, pero no podemos aceptar el riesgo, si ocurriera algo nos podrían hacer responsables. Sólo admitimos pedidos emitidos desde el interior de un vehículo.”

“….Ehhh....es decir, que a estas horas de la noche como no tengas un coche no puedes ser atendido...”

“Me temo que no”.

“¿Esto va en serio?”
“Déjalo, no vale la pena discutir, podemos arrastrarnos de vuelta hacia el coche e intentar el proceso motorizados, al fin y al cabo estamos en una autocracia...”

“Aaaah... la vuelta a la civilización...”

domingo, 4 de julio de 2010

Desintegraciones


Postales desde las "Channel Islands"




La tierra y el mar se disputan la geografía en acantilados rocosos y multicoloreados; texturas de ave, roca y líquen que cuelgan de las patas de las bandadas de pelícanos vigilantes, inquietas manchas de pintura blanca. El tiempo fluye lento en el ondular de las colinas doradas, el baile de las olas, las ocasionales zambullidas quirúrgicas de los pájaros, los suaves murmullos del agua en las cuevas costeras.