sábado, 24 de enero de 2009

Y cinco días después....


Mientras hacía la foto esta tarde, tras aparcar la bicicleta y esperar disimuladamente detrás del muro de la gasolinera simulando que utilizaba el móvil mientras esperaba a que el patio se vaciara de nómadas gasolineriles, puse mi mejor sonrisa a la indolente cámara de seguridad que parecía mirarme con insistencia...

lunes, 19 de enero de 2009

Historias petrolíferas

Hágase un k. en una gasolinera, en una cristalina mañana del veraniego invierno de Santa Bárbara, y, una vez logrado esto, cédase la persona del narrador al propio k.

Y sí, allí me encuentro yo en esta cristalina mañana invernalmente veraniega de Santa Bárbara, dispuesto a llenar el depósito del coche que había alquilado por un día para poder devolverlo sano y salvo a su redil en el pequeño aeropuerto de Santa Bárbara, donde los pastores de coches le darían sus golosinas de aceite multigrado de alta viscosidad para premiarle por su buen servicio y le acariciarían con esponjas abrillantadoras, adormilándole con relajantes melodías desfasadas de Steve Reich haciendo que sus pistones ronroneasen de gusto a novecientas revoluciones por minuto.

Y así, algo somnoliento, aparco el coche a un lado de un surtidor, abro la puerta y me bajo, para combrobar extrañado que la tapa de la gasolina está en el lado del conductor, que resulta ser el más lejano al surtidor; pero en fin, el coche japonés, muy nuevo, de un blanco nuclear que probablemente empacharía a un contador Geiger, tiene sus peculiaridades, como por ejemplo el hecho de que conduciendo de noche, por más que lo intentara el día anterior, no se iluminaba el cuadro de mandos, lo que hacía algo complicado el ajustarse a los límites de velocidad. Es más, resulta tener una nueva peculiaridad que resulta chocante para mi nube de conciencia, todavía informe y en acreción, en esos momentos que preceden a que la cafeína matutina empiece a llegar al sistema nervioso: no puedo abrir la tapa de la gasolina. Intento abrirla con la mano pero es imposible, debe de haber algún mecanismo oculto para ello. Así que miro en el cuadro de mandos, no encuentro nada, vuelvo a salir del coche y me dedico a contemplar la carrocería con una expresión que podríamos calificar de aturdimiento, mientras probablemente me rasco la cabeza. El proceso de abrir la puerta y mirar en el interior se repite un par de veces, ante la atenta mirada del chico que está en el asiento del copiloto del coche aparcado en el surtidor opuesto, a un par de metros escasos de mí, y cuya expresión prefiero no describir.

Expresión que no me inspira la confianza suficiente como para preguntarle a su dueño si sabe cómo abrir la tapa de la gasolina, o siendo más preciso, dado que seguramente lo sabe, si me lo puede explicar, así que prefiero dirigirme a un nuevo nómada gasolineril de mediana edad que acaba de salir de su coche: sé que la pregunta es muy estúpida, pero podría por favor decirme cómo se abre la puertecilla de la gasolina, es un coche de alquiler y en Europa no suelo tener estos problemas. Me mira con otra expresión que preferiría no describir, pero me veo obligado a hacerlo brevemente, y que es una especie de collage de estupefacción y divertimento ironicosarcástico, y no hay problema, a ver si te puedo ayudar, abre el coche y voilà, al lado del asiento del conductor, junto a una de las palancas para deslizar el asiento, hay otra palanca con un símbolo clarísimo que representa a un surtidor de gasolina, que al activarla hace saltar la tapa que se creía un perpetuum inmobile hacia fuera.

Mi salvador me mira divertido, mientras en su mente se pone en marcha un complejo sistema de engranajes para evaluar mi cociente intelectual, cálculo que se acaba con gran rapidez y con resultados no muy halagüeños, y yo, que muy muy (muy) en el fondo también estoy disfrutando de la situación dada cierta tendencia al autocastigo psicológico y a posibles desvaríos autocompasivos, me excuso; muchas gracias, sólo llevo aquí dos semanas, todo es muy nuevo para mí...

Una breve pausa. “No te preocupes. Lo estás haciendo muy bien”. Creo que en su imaginación, aparte de pronunciar esta frase, me daba un par de palmaditas en la espalda y un caramelo de fresa.

Bueno, misión cumplida. Ahora sólo queda bombear gasolina. Cojo la manguera, selecciono 91 octanos, y vaya por dios, el maldito orificio de entrada del depósito está en el lado incorrecto del coche y tengo que hacer malabarismos para estirar la manguera por encima del maletero, con el mango del surtidor de arriba hacia abajo, estira algo más, estiiiiiraaaa un poco máaas...y no sale gasolina. Mmm. Sigue sin salir. Así que hay que visitar la cabaña en donde viven los hombres de las gasolineras, vendiendo periódicos y alimentos hipercalóricos, y resulta que la habitante no es un hombre sino, como la gramática ya lo ha indicado, una mujer. Hola, quería llenar el depósito del número dos. No, me tienes que decir una cantidad de dinero que quieras poner. Pues no lo sé, ahora mismo no sé cuánto es, no conozco la capacidad del depósito, tampoco puedo estimarla porque está oculto bajo la carrocería y ni siquiera sé a qué complejo simplicial se aproxima, ayer viajando de noche no podía ver el indicador de nivel de llenado porque la retroiluminación del salpicadero no funcionaba y esta mañana todavía estoy demasiado dormido como para haber mirado el nivel relativo de llenado, aparte de que no me he estudiado los precios de los carburantes al entrar, sólo quiero llenar el depósito. (Observación adicional de esa voz interna mental que actúa como mi comentarista personal: ¿tan difícil es poner gasolina en este país??).

En fin, consigo que la dependienta me retenga una tarjeta de crédito, la pobre (la tarjeta) temblando de miedo y abandono, mientras avanzo ufano hacia el blanco nuclear de mi coche, ignorando la lluvia de partículas alfa, abriendo la puerta, accionando la palanquita, sin ver al chico del coche de al lado aplaudiendo, abriendo la tapa, cogiendo la manguera, desenroscando el tapón, ya podría haber desenroscado el tapón antes de coger la manguera, estirando la manguera, estirando la manguera un poco más, estirando la manguera un poquiiito más, ya podrían hacer los coches con el acceso al depósito en el otro lado, qué raros son estos japoneses, y la gasolina empieza a fluir, la siento en las vibraciones de la manguera y en el fluir de los números que indican el volumen de gasolina y el precio correspondiente, a ver cómo se pensaba la dependienta que yo iba a conocer la capacidad exacta del volumen del depósito, veremos si no llego tarde a devolver el coche que bastante tiempo he perdido desmontando la bicicleta y metiéndola dentro para poder volver, la verdad es que mi nueva bicicleta está genial, espero que ya no me la roben y deje de gastar dinero a lo tonto, ya me vale, que llevo varios meses sin haber cobrado un sueldo de verdad.

Plaf.

Silencio. La manguera ha dejado de vibrar. No fluye la gasolina. Las cifras se han parado. El plaf del golpeteo del surtidor no ha sido el típico de cuando el sistema de control de llenado detecta que el depósito está al máximo y probablemente manda una función escalón o alguna burda aproximación a una delta de Dirac a algún circuito que hace que se deje de bombear gasolina. Ha sido un plaf un poco más fuerte, que ha agitado la manguera, pero no en el extremo que yo agarro sino....sino..............¿porqué la manguera descansa flácida sobre el maletero? ¿No estaba colgando con una tensión considerable desde la parte de arriba del surtidor? Sí, esa parte de arriba desde la que continúa el tubo bajando hacia las catacumbas petrolíferas, pero que ahora parece que tiene algo raro, como si estuviera interrumpida, como si parte del tubo hubiera......
Mmm. Hmm.
HMMMMMM.

(Párrafo censurado).

Algo en mi subconsciente me dice que alguien, en alguna parte o en algún nivel de consciencia o existencia, me quiso transmitir su más sincera felicitación.

Y no sé por qué dicen que la gasolina está barata en Estados Unidos. A mí medio depósito me costó 150 dólares.

martes, 13 de enero de 2009

Desamor ciclista

Hoy me abandonaste, bicicleta. Pasé quince minutos buscándote entre las hileras de monturas metálicas del aparcamiento ciclista, despobladas en la noche, entre manillares aleatoriamente inclinados y ruedas, entre las figuras de interferencia de los radios, intentando recordar dónde te había dejado esta mañana. No aparecías por ninguna parte. Pensé en que por algún despiste podría haberte dejado en otro lugar esta mañana...mis ojos recorrían todas las bicicletas, esforzándose en la oscuridad, y ninguna era como tú, no aparecían tus líneas esbeltas y familiares.

Te secuestraron. O te fuiste con alguien que te prometió un mejor futuro. Alguien que en lugar de desencadenarte con una llave lo hizo con unas grandes tenazas de metal. Sé que nunca parecí muy pasional, siempre entregado a mi tranquilidad contemplativa; quizá no supiste ver las agitaciones interiores. Sé que te fuiste porque, tras mucho buscar, encontré los restos de la espiral metálica antirrobo, limpiamente seccionada, en el suelo, una hélice partida. Me partió el corazón.

Indignación y tristeza. Contigo empecé a explorar los nuevos paisajes de Santa Bárbara en mi primera semana en este nuevo mundo. Entre las luces de los semáforos y el asfalto de esas intersecciones de calle tan americanas, amplias, ortogonales, pausadas, incansables. Sobre los arcenes ciclistas, por entre los edificios y árboles majestuosos del campus. Por las sendas de tierra que se asoman a los acantilados sobre las playas, enfrente de la majestuosa planicie del mar, brillando alegre bajo un fortalecido sol invernal, la espuma lamiendo la orilla, la arena llenándose con las trayectorias de las huellas de los corredores, las plataformas petrolíferas vigilando desde el horizonte como centinelas de una modernidad en decadencia. Bajo fragantes eucaliptos sosteniendo hilos invisibles en los que se balancean al viento nubes de mariposas.

Te echaré de menos.

domingo, 11 de enero de 2009

Crisis de identidad

Sábado por la tarde en un supermercado americano. Mi compra incluye dos cervezas alemanas.
"¿Me puede enseñar una identificación, por favor?"
"Por supuesto"---Muestro mi pasaporte.
"Ehhh...lo siento, pero no podemos aceptar este tipo de identificaciones".
"¿¿Cómo que no?? Es lo más oficial a lo que puedo llegar," respondo sorprendido.
"Si quiere llamo a un encargado para que se lo explique"----Realmente respondió tuteando, es lo que tiene el inglés, pero la historia queda mejor dándole un toque de lenguaje distinguido.
"Pues sí, me gustaría entenderlo".
Se acerca otra empleada del supermercado, que me explica que
"la política de Albertsons es que no aceptamos ningún tipo de identificación que no incluya, aparte de una foto del sujeto, datos acerca de su altura y peso."
La miro estupefacto, con cara de incomprensión.
"Bueno, usted me está viendo en persona, así que puede estimar mi peso y altura. Si quiere traer una balanza, adelante". Esto no lo dije en la realidad, pero desde luego se pasó por mi mente, y probablemente mientras lo pensaba estuve inquietantemente callado, lo que hizo que la encargada se empezara a sentir incómoda.
"Bueno...así son nuestras normas..."
La chica que va después de mí en la cola también se siente algo nerviosa con la situación y se ofrece a comprarme ella las cervezas, a lo cual rehúso. La cajera no deja de repetir que lo siente. Es el tipo de situación absurda que me hace sonreír por sus toques de irrealidad, no puede estar pasando, y algo me dice que mi sentido del humor no es compartido por las empleadas de Albertsons.
"Entonces, básicamente, estas normas implican que los extranjeros no podemos comprar alcohol", añado con una gran sonrisa.
....
"Pues sí, eso es".

Unas horas más tarde, en una bolera cuya iluminación epiléptica de tipo discoteca y cuya profusión floral de pantallas de televisión poco recuerda a la versión de bolera clásica de El Gran Lebowski, me dispongo a enseñar mi Documento Nacional de Identidad a un miembro del personal de seguridad con el fin de obtener una pulsera de papel que me acredite como agente humano aprobado para el consumo de bebidas alcóholicas por el Gran Hermano que vigila por la prosperidad y bienestar de los bolos y la suficiente esfericidad de las bolas. El agente coge mi carnet, abre un libro con profusas ilustraciones cuyo título es algo así como
"Manual de Documentos de Identidad Internacionales,
o cómo salvaguardar el alcohol americano de las ansias de los corruptos y taimados extranjeros",
y llega a las páginas de "España". En ellas se pueden ver fotos de los modelos de pasaporte, carnet de conducir y DNI españoles. Por supuesto, los modelo anticuados de hace unos años. Mi extraño carnet no se parece mucho a ninguno de los documentos estándar del Gran Libro de la Sabiduría, así que le intento señalar al gran sacerdote de la seguridad patria las palabras coincidentes entre el modelo de DNI del libro y mi propio documento: "Documento, Nacional, Identidad".
"Es el modelo antiguo, este carnet es la nueva versión, más moderna".
"¿Y desde cuándo está vigente esta versión?"
"Desde hace un par de años, creo".
....
"Pues el libro está actualizado".

Huelga decir que al final conseguí una cerveza. El Gran Hermano también necesita ganarse la vida.

Tiempos






viernes, 9 de enero de 2009

14:05

Las olas susurran, mansas, resignadas a su muerte tranquila en la orilla.
El Sol desparrama gotas de luz.
La costa lejana, un desgarrón oscuro en el fondo de papel del cielo, flotando sobre un colchón de niebla. Más cerca, bajo mis pies, cortados de roca pálida, falsa eternidad erosionada.
Las ardillas se sumergen en sus mundos subterráneos secretos; yo soltaré el lápiz y me sumergiré en los mundos inventados de la Física.
Falsa eternidad disfrazada de fórmulas.
Los números y los símbolos cantan en la tarde californiana, embelesados de belleza y de misterio. Saltan de las prisiones bidimensionales de píxeles y papel, diáspora de abstracción, confundiéndose en la realidad.

sábado, 3 de enero de 2009

AlieNación

Palmeras, hormigón, caos de vehículos. El autobús esperado que no aparece, no se sabe cómo reconocerlo entre las decenas de autobuses y taxis que pasan por delante; se ha ido. Maletas, voces entremezcladas en lenguas que no son la materna propia. Todo el mundo, todos los coches, avanzan o esperan con la apariencia de tener un propósito o una intención.

No sé si es mi caso. Me puede el cansancio, la sensación de alienación. Me paralizo, observo los haces de trayectorias e intenciones, mientras mi mente se aleja de mí mismo, flotando hacia arriba, por encima, enfocándome en el centro, estático, perplejo, cada vez más pequeño, mientras a mi alrededor fluyen remolinos turbulentos de personas y vehículos, los colores difuminándose y entremezclándose en un líquido de sociedad en movimiento cuyas líneas de corriente me evitan.

Vuelvo en mí. Los troncos de las palmeras se perfilan borrosos en la oscuridad que cae, alumbrados por las luces eléctricas viajeras.

Ruido de motores. Perdí el autobús, necesito hacer una llamada de teléfono. Me arrastro a mí mismo y a mis maletas. Soy uno más en la corriente.