jueves, 30 de junio de 2011

Vuelta

Madrid me mira desde abajo, esplendorosa al atardecer, una masa de roca cristalizada extrañamente compacta en relación con las inacabables llanuras urbanas de Los Ángeles sobre las que empezó el viaje.

De alguna azotea de algún rincón de la ciudad me llega la voz de la diosa Cibeles.

“¿Ves mi ciudad? ¿Te das cuenta de que siempre será parte de tí, y tú de alguna manera parte de ella?”

Lo cierto es que la urbe se ve magnífica, con sus patrones de manzanas y la tela de araña de las calles; se distingue el Palacio Real, el Parque del Retiro, la arteria de la Castellana con sus pequeños y grandes rascacielos, cubitos de piedra. El cielo refulge de azul denso y de tonos dorados y de nubes, y los campos de los alrededores han adornado su tradicional monotonía parda con irisaciones verdosas y tostadas traídas por las últimas lluvias de la primavera.

“Madrid no es sólo tu tristeza indefinida postadolescente, son tus años de crecer y descubrir, los juegos inacabables de la infancia. E incluso esos momentos de alienación, paseando de noche por las calles con una extraña e insistente opresión en el pecho, las luces desfilando lentas y tambaleantes como un enjambre en la noche, arrastrando estelas fantasmagóricas entrelazadas a cámara lenta, los halos difractándose en la conciencia... o esas visiones melancólicas de multiplicidad en los reflejos de los charcos otoñales en la Ciudad Universitaria, imaginando los hilos invisibles que agitan los vuelos de las hojas muertas --- ¿No estaban esos instantes impregnados de una belleza misteriosa e indescriptible? ¿No te enseñaron a ver el mundo con ojos permanentemente asombrados? ¿No te permitieron redescubrir los enigmas y el asombro de lo cotidiano?”

Y Cibeles, observando serena la ciudad desde su atalaya de piedra, esboza una sonrisa invisible de bienvenida.

2 comentarios:

Dr. Zoidberg dijo...

Otros también te damos la bienvenida, kapunto!

k. dijo...

..aunque lamentablemente nos hayamos cruzado esta vez...