domingo, 23 de diciembre de 2012

Caballo alfa, no-caminos, y las frutas de Buda


Unas montañas en China vistas desde arriba, en una región suficientemente remota como para librarse de las neblinas malignas de contaminación que en tantos otros lugares sustituyen a los cielos azules por mantos grises y enfermizos en los que el Sol no es más que una patética mancha temblorosa, y la luna, al asomarse a las noches anaranjadas, casi sangrientas, parece una más de las lámparas de neón engoladas con halos espectrales de niebla que proyectan danzas apocalípticas de sombras fusionándose confusas sobre los suelos de piedra y asfalto. Pero en este paisaje hay luz y azul, y laderas verdes salpicadas de una miríada de templos por los que pululan hormigas humanas, especializadas por lo general en labores de turista –manga corta, cámaras al hombro-- o de monje –túnicas de color ocre, cráneos rapados, andares acompañados de murmullos de tela.

En la lejanía se oyen cantos religiosos y polifonías caóticas de oveja. Es un día de calor húmedo en la región de la montaña de las cinco terrazas, un lugar de peregrinaje budista lleno de templos tanto antiguos como nuevos, enroscados en las colinas entre calzadas adoquinadas y escaleras, adornados con estupas blancas, banderas multicolores agitándose en la brisa, vigas y puertas de madera, ruedas de rezo, túnicas y zapatillas secándose al viento, estandartes de telas amarillas y verdes colgando de los techos y dando solemnidad a los budas resplandecientes de oro, inscripciones, gente trabajando subida a los tejados, ofrendas de fruta y café para los dioses y de cigarrillos para las fotografías de Mao, convertido en una nueva deidad ávida de nicotina.

La vista se aparta de la aglomeración principal de templos y empieza a deambular por las cinco terrazas sagradas y por entre los valles circundantes, en los que se reconocen motas de animales de pasto, de coches avanzando por las carreteras que llevan a las cumbres, y de personas andando por los senderos entre los picos. Un momento... ¿qué era eso? Parece que hay una mancha humanoide en medio de la ladera de uno de los valles, de pendiente muy pronunciada. Es más, parece que la mancha, en ausencia de sendero, va avanzando penosamente hacia arriba terreno a través. A ver, acerquemos la vista..... es un hombre. Y parece bastante cansado. Es más, la figura parece familiar. Muy familiar. Mmmm.

Quizá debería explicar qué hago perdido en un valle en una región interior de China, con Mochila transportando apenas un par de piezas de fruta y una botella de medio litro de agua que ha sido prácticamente vaciada durante la mañana, y aún con bastante camino que recorrer.

Pues estoy intentando subir a la terraza central, a pie. Aún me queda ganar varios cientos de metros de altura, pero al menos la parte infernal de matorral bajo y de quebradas ha quedado atrás, y por aquí, aunque la pendiente es inmisericorde, apenas hay un mullido pero grumoso manto de hierbas. Que tampoco es lo mejor para un caminante con sandalias que no garantizan demasiado la estabilidad de las pisadas. Estoy bastante cansado y la pendiente en vez de acortarse ante mí parece alargarse a cada paso, así que para no desesperarme procuro centrarme en cada pisada, en el trazado de zigzags mentales hacia arriba que mis pies tratan de seguir, y en mi propio convencimiento de que llegaré arriba, en donde, dado que hay carreteras de acceso, será posible conseguir bebida y comida, que bastante falta hacen. De hecho probablemente pueda cogerse un taxi o autobús de vuelta al pueblo de partida, una vez que las doloridas piernas se hayan ganado su merecido reposo tras llegar arriba.

Al otro lado del valle parece haber un pastor cuidando de unas ovejas. Me pregunto si me estará viendo y dudando de mi salud mental. No sería la primera persona sorprendida al verme esta mañana. Unas horas antes, tras salir del pueblo tratando de seguir el paupérrimo mapa con información sobre los templos y carreteras circundantes que había conseguido en una oficina de turismo en la que sólo se hablaba chino --mapa por el que sólo pagué tres veces el precio nominal, y oficina en la que constaté lo que decía mi guía de viaje sobre la ausencia de cualquier tipo de información sobre senderos o caminos en la montaña, y en la que mis preguntas sobre ir andando hasta los picos 1000 metros más arriba fueron recibidas con miradas cómplices de “este tío está majara, para qué quiere andar, pero bueno, al menos le podremos sajar por el mapa”-- pues bien, mientras caminaba tratando de identificar una carretera que supuestamente me llevaría al fondo de un valle desde cuyo equivalente en el mapa partía una fina línea que llegaba a la cumbre central y que por supuesto sólo podía ser un camino; mientras fracasaba encontrando esta carretera y me decidía a tirar por el monte en el primer caminillo que encontrara en la dirección aproximada del valle; mientras me iba adentrando entre tumbas abandonadas de monjes, ganando un poco de altura y posibilidades de perderme, acabé llegando un claro libre de árboles, en un extremo un servidor, en el medio una pradera, y al otro extremo un grupo de lamas dando unos respingos de terror que bien podrían llevarles a levitar, aterrorizados como si en la tranquila mañana del bosque su plácida soledad se viera interrumpida de repente por un oso gigante irrumpiendo con rugidos y destruyendo las ramas a su paso, o lo que es peor, como si un occidental pálido, de ojos azules, bolsa de cámara al hombro, apareciera de repente como una visión extraterrestre o totalmente fuera de lugar en estos parajes tradicionalmente libres de hombres pálidos de ojos azules. Por supuesto, salí del claro lo más rápido que pude, tras saludar y sentirme un invasor de intimidades fuera de lugar, para diez minutos más tarde acabar atascado en una maraña impenetrable de arbustos espinosos que me obligó a cambiar de rumbo, si bien desde esta altura por fin podía ver hacia abajo la carretera del valle que buscaba, a donde pude llegar sin más problemas que una caída en una zanja en la que casi pierdo la cámara, pero de la que pude salir algo embarrado y arañado sin más problemas que algunos recuerdos sensoriales de las amables ortigas en el fondo de la zanja y el no tan amable recibimiento de un perro con malas pulgas –bueno, no llegué a ver a las pulgas, pero deberían de ser malas por contagio de la maldad perruna-- que me hablaba con unos ladridos en chino que no entendí pero que sonaban más agresivos de lo que me habría gustado, al que traté de ignorar pasando de largo y dándole la espalda hasta que empezó a correr detrás de mí gruñendo y babeando violencia destilada y quién sabe si ácido sulfúrico, pero por suerte era todo fachada y saliva de fanta limón y al darme la vuelta y devolverle ladridos y gesticulaciones españolas se lo pensó mejor, no sea que las terribles leyendas sobre los perros pálidos de ojos azules, acento extraño, que andan sobre dos patas y cargando bultos extraños quizá tengan algo de verdad y compense ser prudente.

Hay que decir que éste no fue mi único encuentro de la mañana con animales, y ni siquiera el único encuentro involucrando persecuciones no deseadas, como se verá más adelante. El caso es que tras avanzar por la carretera del valle, llegué a un pequeño grupo de casas con perros de variedades más pacíficas correteando en los alrededores y ancianas con sombreros tradicionales sentadas al calor de la mañana. Allí se acaba la carretera, como indicaba el mapa, y supuestamente debía de empezar el sendero que seguía valle arriba hacia la cumbre. Y voilá, un sendero fue encontrado, y comenzó la ascensión, por el mismo lado del río que aparecía en el mapa, lo cual era una señal prometedora, hasta que el sendero cruzó el río sin que la línea correspondiente en el mapa se dignara a hacerlo. Pero bueno, no era cuestión de sospechar, mientras el camino siguiera ascendiendo todo iría bien, y el camino desde luego ascendía entre laderas herbáceas, con árboles un poco más adelante, y un grupo de caballos majestuosos perfilándose en un saliente de la falda de la montaña contra el otro lado del valle, mascando hierba pacíficos, el pelaje brillando al sol, mirándome indiferentes al principio, más interesados después, las delgadas patas impacientándose según me acercaba, hasta que pasé entre ellos, les saludé sonriendo, les dejé atrás unos metros, y el caballo alfa decidió seguirme al detectar los ruidos de mi estómago, el tal estómago preocupado por la ausencia de agua y comida dentro de Mochila, Mochila encogiéndose de hombros, mirándome de soslayo y lavándose las manos ante Estómago, lo que no hizo sino aumentar sus protestas, y el caballo alfa deduciendo que mi andar resuelto y hambriento se debía a mi deseo de encontrar pastos más apetitosos, con lo que decidió unirse a mi periplo, y tras él, el resto de la manada en una fila india.

Y sí, merece la pena detenerse un tiempo en esta imagen: yo andando ladera arriba, seguido por una decena de caballos, en una montaña perdida en el interior de China, escaso de alimentos, y escaso de poder de convicción sobre el caballo alfa, al que trato de explicar que no me debería seguir: me paro, me doy media vuelta, el caballo se para, le hago gestos para que se quede ahí, me vuelvo a dar la vuelta, doy unos pasos, otra media vuelta, el caballo alfa no se mueve, vamos bien, media vuelta, pasos, ruido detrás, media vuelta, el caballo avanza de nuevo y con él el resto de la manada, suspiro, gestos para que se paren, se paran, media vuelta, sigo andando, ruido detrás, media vuelta, la manada viene hacia mí otra vez, gestos algo más desesperados, caballos parándose, media vuelta, sigo andando, ruido detrás, y así hasta que llegamos a un muro impenetrable de árboles y arbustos en el que el camino acaba abruptamente y no hay manera de seguir (lo que es certificado tras varias incursiones infructuosas entre la maleza), media vuelta, caballo alfa y yo nos miramos, y miramos a nuestro alrededor, y no hay ni rastros de mejores pastos, y puedo sentir la decepción en los grandes ojos de Caballo Alfa, llenos de sabiduría oriental enriquecida con el desmoronamiento del mito del hombre blanco explorador y descubridor de pastos de verdor elíseo, y así me veo forzado a dar media vuelta, los caballos que ya no me siguen y esbozan muecas irónicas, y he de volver a cruzar el río, pero al otro lado del valle no hay camino, pero al menos no hay maleza inexpugnable, así que toca andar monte a través, mis sandalias encantadas de retorcerse entre los matojos de hierba y matorral bajo, haciendo que los pies resbalen ligeramente a cada paso, mis tobillos tarareando de contento, y quebradas con matorrales recibiéndome alborozadas cada poco, el Sol pegando fuerte y la sed también.

Y en estas lides el avance es bastante penoso y entre quebrada y quebrada me resulta difícil ganar altura en el valle. La excursión no promete mucho y las piernas están empezando a notar el esfuerzo, y la voz de la razón sugiere tímidamente que quizá si no hay camino tampoco hace falta ir hasta la cumbre, que aún hay que ascender a lo mejor otros 500 metros de desnivel, que como excursión veraniega improvisada la cosa ya ha estado bien, incluye ndo monjes asustados, perros perseguidores y caballos decepcionados, y que no vendría mal comer algo después de todo. ¿Pero quién escucha a la voz de la razón? La voz de la sinrazón indica convincentemente que dado que la cumbre es visible desde donde estamos, tampoco será tan difícil llegar, sólo hay que tirar para arriba, y que qué es eso de tirar la toalla, que las montañas están echas para ser subidas, y en cuanto a la falta de comida y bebida, pues ya habrá viandas en torno a los templos de la cumbre.

Y sinrazón 1, razón 0, seguimos agotándonos entre quedrada y quebrada, encontrando conatos de sendero que suscitan reacciones de alivio, pero que luego mueren a las pocas decenas de metros entre hierbajos y maleza. Decido nombrarlos como no-caminos, y empiezo a imaginar una teoría sobre no-caminos como fluctuaciones espontáneas brotando aleatorias desde el vacío senderil, sin orden ni concierto ni destino, quizá haya una formulación de la teoría en términos de integrales de no-camino, de misteriosa relación con las integrales de camino de la física cuántica, pero apenas se ha ganado altura respecto al río, y realmente debería decantarme definitivamente por un lado del valle u otro y tirar para arriba más seriamente, y elijo quedarme en el lado en el que estoy, grave error, pausa para beber unos sorbos de agua y tomar una pera, que equivale a un tercio de los víveres disponibles, y uf, no-camino por aquí, no-camino por allá llevándome en malas direcciones y dándome falsas ilusiones, quebradas que me impiden avanzar por las preciosas y empinadas diagonales hacia arriba que pinto con la mente, pues por este lado del valle con el terreno tan irregular no sé si vamos a llegar muy lejos, en cambio al otro lado del río la ladera sube como una pared, pero no hay matorrales, sólo grumos de hierba, y ahí está la voz de la sinrazón trazando ese nuevo y precioso zigzag mental que sube hacia el firmamento.

Así que aquí ando, tras haber cruzado de nuevo el río, inclinado sobre la pendiente, un punto irrisorio en la ladera, paso a paso monte arriba, las rodillas que empiezan a flaquear. Simplemente sé que voy a llegar, en un estado un poco penoso, pero llegaré al fin y al cabo. Paso, respiración, paso, respiración, paso, respiración, respiración. Aún no me imagino el chasco que me espera al llegar arriba y ver que los templos de la cumbre están en construcción, en medio de un paisaje de estatuas alineadas en formación sobre la pradera, huellas de neumáticos en el barro, templetes con cintas de precintado revoloteando en el aire, columnas y costillas de hormigón y metal, barracas, un grupo de edificios acabados en falso estilo antiguo, las esquinas nuevas demasiado afiladas como para poder permitirse una atmósfera de venerabilidad, con los precintos conviviendo con banderitas, los taxis o autobuses que me podrían llevar de vuelta brillando por su ausencia, y lo que es peor, sin restos de comida o bebida por ninguna parte... ¿moral, quo vadis? No me abandones...

Mientras subo por la montaña aún no me he tenido que hacer a la idea de que me va a tocar volver andando otra vez monte a través, tras una pseudosiesta de mentalización al lado del pequeño templete de piedras verdareramente ancianas que queda en la cumbre, guardado por ristras de banderas coloridas y un par de vacas pastando con aires desinteresados, ellas al menos pudiendo comer cuando yo no podré encontrar más comida o bebida que las dos peras y un sorbo de agua que aún quedan dentro de Mochila, si bien al menos tendré el consuelo de ser arrullado por los cantos de un monje solitario, y también podré ser testigo del maravilloso paisaje de la cuerda de montaña extendida entre la cumbre central y la situada hacia el Este, festoneada por un sendero anclado por mojones de piedra alineados sobre geodésicas invisibles entre las se curvan los meandros del camino, un monje adelantándome corriendo cuesta abajo en un remolino de telas agitadas, las sábanas de montaña cayendo suaves hacia abajo desde los puntos de sujeción de los picos, y ahora sí, maravillosas praderas con caballos pastando y corriendo, las manadas como líneas animadas estirándose y encogiéndose en danzas pausadas, motas blancas de oveja, peregrinos sentados en corros sobre la hierba, el cielo azul irrumpiendo con fuerza entre las nubes difuminadas. Aún no me imagino que después de alcanzar con éxito la carretera de la parte baja del valle, tras brincar alegremente de no-camino en no-camino siguiendo un meta-no-camino planeado gracias a la perspectiva que da la altura, escuchando a los pastores golpeando las rocas con piedras atadas a cuerdas para dirigir a las ovejas, el valle llenándose de chasquidos como explosiones y débiles balidos, viendo a lo lejos una larga fila de vacas con humanos corriendo y andando entre ellas, pues tras cruzar la última zona erizada de matorrales, me pasaré una hora andando junto a un jovencísimo lama, todo sonrisas y piel morena y pliegos naranjas, canturreando en ocasiones, con auriculares en las orejas conectados a un móvil reproduciendo cantos de oración budista, y con quien tendré una conversación hilarante a base de gestos, algunas palabras en inglés, acudidas al diccionario chino que me descargué en el móvil, los intercambios incluyendo grandes revelaciones del lama como las concernientes a los peligros que acechan a los suyos en España, ilustrados con una interpretación gestual de un toro embistiendo a una túnica naranja.

Y mientras mis rodillas tiemblan pendiente arriba, y me imagino a mí mismo visto desde el cielo como una mota insignificante, preguntándome que qué hago aquí en este rincón del mundo, perplejo, cansado, pero con esa media sonrisa que viene de la apreciación de lo absurdo, mientras aún contemplo la posibilidad de que haya puestos con comida en la cumbre y mi estómago aún no se ha desesperado tras tanta salivación infructuosas, aún no me ha venido la idea iluminadora de que la ausencia de comida o bebida no puede ser total, sino que en un lugar del templo nuevo acabado habrá una estancia con estandartes de tela susurrantes y una estatua de Buda, que debería estar agradecido por mi entrega y esfuerzo en mi pequeño peregrinaje, sonriente ante mi cabezonería, que me daría palmaditas en el hombro si pudiera moverse, y ante esta estatua habrá expuesta toda una colección de jugosas y tentadoras ofrendas de deliciosas y coloridas frutas tropicales, y pequeñas pirámides de latas de bebida y café, y galletas, y pastas, y alimentos desconocidos llenos de promesas, y...y la mirada de un monje vigilante que se cruzará con la mía como traspasando y leyendo mi mente impura.


2 comentarios:

Dr. Zoidberg dijo...

Jejeje muy grande! Además de descargarte el diccionario de Chino en el móvil, la próxima vez descárgate unos mapas openstreet cyclo en los que vienen los caminos :) Supongo que el monje budista respecto a los peligros que acechan a los suyos en España se refería al paro, los recortes etc... Ah, y el caballo alfa, obviamente, en realidad eras tú, por eso te seguían! :P

k. dijo...

Dr. Z, me hubiera descargado los mapas si hubiera tenido conexión a internet cuando decidí salir andando por la montaña :). Es lo que tiene improvisar...