lunes, 15 de septiembre de 2008

R.I.P. DFW

Unos pies se balancean en el vacío, las puntas describiendo una figura de Lissajous que agita las moléculas del aire circundante con perturbaciones que poco a poco van muriendo hasta que sólo queda este silencio mortal poblado por los ecos impercetibles de los últimos latidos y el último suspiro exhalado por el gran hombre que es ahora un cuerpo inerte, un objeto inanimado más en la habitación, los ojos antaño chispeantes de inteligencia y sufrimiento insondable cada vez más opacos, su fuego muriendo como las ascuas de una hoguera abandonada, pues en esta habitación toda esperanza huye y ahora sólo quedan recuerdos, la impronta invisible que dejan las cosas y las personas a su paso por los lugares y las vidas de otros, que ojalá fueran proyecciones fieles que como los mapas bidimensionales de un atlas pudieran deformarse y replegarse para reconstruir la existencia que se ha perdido para siempre, pues entonces el silencio no lloraría y las paredes y los objetos y la mirada de la mujer que se encuentra a su marido muerto, ahorcado, sin vida, balancéandose al otro lado del mundo no estarían petrificados de terror, detenidos en el tiempo, saturados por la irrealidad de la Muerte inesperada, sin poder asimilar el torrente de horror y el vacío infinito que parecen converger en el centro de la habitación en espirales de acreción en torno a los agujeros negros de las pupilas inertes.

David Foster Wallace se ha suicidado. A los 46 años de edad. Escritor, autor de la monumental novela “La broma infinita”. Cronista inigualable del vacío existencial de la cultura moderna en el maremagnum de tecnología y entretenimiento. Su prosa pirotécnica, malabarista y audaz recorrió los vericuetos entre el Teorema del Valor Medio del cálculo infinitesimal, el aprendizaje del tenis y las mil formas de adicción a las drogas de la cultura moderna, entre ellas el ansia de Entretenimiento. En el fondo de su prosa, amenazante, siempre acecha al fantasma de la Anhedonia, con mayúsculas, la incapacidad para el disfrute, para la genuina emoción, en nuestro mundo saturado de estímulos con los que intentamos sin éxito llenar la falta de algo auténtico en una cultura en declive, que ha visto morir no sólo a las ideologías sino también a la propia aura de verdad de la matemática.

DFW era probablemente demasiado inteligente, demasiado observador, demasiado sensible para aguantar vivir en este mundo teniendo tan presentes todas sus desgarradoras contradicciones, que le acabaron rompiendo. Y la contradicción suprema, su particular Broma Infinita, fue poner fin a su propia historia cuando su gran obra nunca tenía final, sino que se enroscaba sobre sí misma en bucles inacabables de ficciones paralelas en una reinvención de la novela como suma de anécdotas, rompiendo de lleno contra la linealidad de la cultura occidental, donde todo tiende a tener un principio y un fin. Ahora la historia de su vida se ha entrelazado con la de sus lectores, cuya memoria siempre guardará un rincón para un bucle inconcluso, no infinitamente placentero como la misteriosa "broma infinita" que en su novela homónima hipnotizaba a los hombres hasta la muerte, sino ilimitadamente triste, como la negrura opaca de las pupilas inertes que flotan sobre los pies balanceantes de DFW en la habitación que vio sus últimos instantes.

R.I.P. DFW y gracias por tus iluminaciones.