sábado, 9 de mayo de 2009

Fuego

Una lengua de asfalto baja desde un paso de elevado hasta las profundidades de una autopista invisible. Flotando sobre la lengua de asfalto, la incandescencia rojiza de un semáforo. En alguna otra parte del cielo flota la pálida esfericidad interrumpida de la luna. Entre el semáforo y la lengua de asfalto, una terrible grieta arde suspendida sobre la oscuridad, un desgarro zigzageante de furia volcánica salpicada de destellos ígneos, perfilado violentamente sobre la base de negrura que le sirve de combustible a la vez que se difumina en la noche descorazonada, proyectando ecos nebulosos de luces infernales, fantasmales, como sacadas de las visiones apocalípticas de algún rincón de un cuadro de Bruegel o de El Bosco. La luz del semáforo y los haces luminosos de los faros que barren la noche parecen un anacronismo en medio de los vientos que hablan de tragedias atemporales, de las noches terribles en que la Naturaleza se agita sudorosa en pesadillas febriles de gargantas secas y laberintos sin salida y el aire aúlla lamentos lúgubres y macabros.

En el día flotarán cenizas sobre Santa Bárbara, los recuerdos perdidos del esplendor de los montes deambulando grises y titubeantes, cayendo temblorosos, con suavidad, hacia el olvido, copos de destrucción, polen maldito, y la luna sangrará rojiza tras el velo ceniciento del cielo envuelto en luto.