Líneas.
Redes de cielo.
Cristales.
Minerales.
Intersecciones.
Esculturas de espacio.
Engranajes ocultos,
maquinaria invisible,
anciana y oxidada
humeando disonante
en el corazón
de los rascacielos,
moviendo las agujas
de los relojes de
hierro,
alineando piedras y
metales,
controlando el flujo de
peatones,
los juegos de volúmenes
de los edificios
erizados.
Rompecabezas de ideas
en movimiento.
Desasosiego de
retículos interiores
frente al alma mecánica
y determinista de la
ciudad.
Brota la música,
estructurando el
espacio
en cristalografías
sonoras,
resonando bajo
ondulaciones de titanio
para después romper
todo en pedazos:
el aire, las líneas,
las certezas enfermas,
la percepción de uno
mismo,
todo tiembla en una
calma violenta,
aprisionada por los
ritmos del tiempo,
refractándose
fluctuante
en los espejismos de la
realidad.
Sólo las notas graves
mantienen en pie los
rascacielos;
los agudos llamean
en las aristas
afiladas,
las sirenas de policía
aúllan salvajes
en sinfonías
paralelas.
Las notas se clavan en
la hierba.
Llueven esquirlas de
incertidumbre
bajo un azul
inmisericorde en Chicago.
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