miércoles, 5 de octubre de 2011

John Adams en Chicago


Líneas.
Redes de cielo.
Cristales.
Minerales.
Intersecciones.
Esculturas de espacio.
Engranajes ocultos,
maquinaria invisible,
anciana y oxidada
humeando disonante
en el corazón
de los rascacielos,
moviendo las agujas
de los relojes de hierro,
alineando piedras y metales,
controlando el flujo de peatones,
los juegos de volúmenes
de los edificios erizados.

Rompecabezas de ideas en movimiento.
Desasosiego de retículos interiores
frente al alma mecánica
y determinista de la ciudad.

Brota la música,
estructurando el espacio
en cristalografías sonoras,
resonando bajo ondulaciones de titanio
para después romper todo en pedazos:
el aire, las líneas,
las certezas enfermas,
la percepción de uno mismo,
todo tiembla en una calma violenta,
aprisionada por los ritmos del tiempo,
refractándose fluctuante
en los espejismos de la realidad.

Sólo las notas graves
mantienen en pie los rascacielos;
los agudos llamean
en las aristas afiladas,
las sirenas de policía
aúllan salvajes
en sinfonías paralelas.

Las notas se clavan en la hierba.
Llueven esquirlas de incertidumbre
bajo un azul inmisericorde en Chicago.

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