viernes, 21 de octubre de 2011

Cadáveres de rueda


En las rectas inacabables que se clavan en el horizonte, en las cintas de asfalto ondulando sobre un paisaje de colinas, en las curvas de las carreteras de montaña, la monotonía de las líneas sobre la calzada, del pasar rítmico y tormentoso de las vidas en movimiento, se ve interrumpida por los despojos de las ruedas que no pudieron llegar hasta el final de su destino.

Cadáveres de goma desintegrándose en galaxias de fragmentos, costillas de alambre al viento, la piel desgastada y rasgada por heridas mortales. Nadie se acuerda de las ruedas muertas, abandonadas a su suerte por los conductores ingratos, meros daños colaterales del ritmo frenético de la vida de los viajantes, la brisa agitando los harapos de rueda como si simulara repetidamente los últimos estertores antes de la muerte.

Hay quien dice que en las horas muertas de la madrugada algunas sombras oscuras aparecen desde rincones perdidos de la noche y se deslizan rodantes hasta la carroña ruedil para rendir homenajes silenciosos a los compañeros caídos. Los que perdieron todo en la diezmillonésima ruleta para pasar a la indiferencia y el olvido.

No todas las marcas negruzcas en la calzada son causadas por los frenazos repentinos de los conductores humanos.

Y cuando los visitantes misteriosos finalizan sus danzas y sus rituales erosivos de escritura, en los que entregan parte de su ser a la carretera, nuevas sombras bajan aleteando del cielo, pájaros de plástico que despedazan y desgarran la piel vulcanizada con picos y garras de metal que brillan glaciales a la luz de la luna.

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