sábado, 12 de noviembre de 2011

Otoño en Algonquin

Curvas de nivel amarillas
inervadas de infinito,
en las que brotan semillas
de manchas rojizas,
supernovas de sangre
devorando el dorado,
tumores de color,
galaxias de descomposición,
presagios fluctuantes
de renovación y de muerte.

La vista se aleja del suelo,
que vibra agitado
de hojas temblorosas,
cada vez más pequeñas
en el paisaje expectante,
henchido de amarillos,
el sol multiplicado
en cielo, aire y suelo,
el bosque irradiando
y herido de luz,
las hojas que cayeron
palpitando nerviosas,
estremeciéndose al viento
hasta que salen flotando
ingrávidas hacia el cielo,
y el tiempo se detiene
en un coloide de otoño,
de corteza de haya
y de hojas trémulas,
suspendidas y quietas,
oscilando en torno
a un instante eternizado.

Raíces, musgo y hongos
serpenteando en mantos
afilados de ámbar y aguja,
lluvia en los lagos,
círculos en expansión,
lanzas de abeto,
franjas de interferencia,
reflejos filtrados,
acuarelas goteantes,
calma rítmica,
borboteos aleatorios,
golpeteos de gota,
aleteos y formas furtivas.

Noches de negro y fuego,
chispas dibujando
curvas entrelazadas,
el cielo vaciado,
roto en un punto de luz
que germina en redes
de ascuas fantasmales,
que se deslizan lentas
hacia el horizonte oculto,
atrapando al hemisferio
bajo retículos de estrella.