domingo, 6 de noviembre de 2011

Halloween en el CERN


Las luces se van apagando. Los pasillos oscuros se llenan de sombras que disimulan las texturas añejas, cuyo desgaste no es el mejor indicativo de la tecnología límite escondida en las profundidades. Pizarras silenciosas, techos bajos y suelos brillando de neón, carteles anticuados con mensajes de alerta, paneles analógicos de otras épocas, pantallas planas de instalación reciente surcadas por gráficos coloridos, avisos de radiactividad deslucidos, luces parpadeantes, formas relucientes de metal, grandes, pequeñas, minúsculas, retorcidas, estiradas, filas de bultos extraños tapados por sábanas de plástico polvorientas con pliegues que parecen sacados de cuadros renacentistas flamencos, telarañas de fontanería, madejas de tubos, marañas de cables, ciudades de ordenadores, teléfonos negros con diales anticuados. Los trabajadores van goteando hacia el exterior, llevándose consigo la atmósfera cosmopolita, agitada, algo caótica, la sensación de trascendencia contenida que impregna durante el día las zonas comunes. Las hojas de otoño caen parsimoniosas, las filas de macetas de bambú brillan con una luz verde sobrenatural mientras los iones pesados se estrellan en alguna parte en batallas sin cuartel.

Todo el mundo quiere ver a las nuevas partículas. Ellas son las estrellas de la función, pero como tales han de hacerse de rogar. No pueden aparecer así como así en las entrañas de una de las máquinas más sofisticadas que ha hecho el hombre: hay que mantener el suspense y emoción apropiados para tan gran empresa. Pero ésta es la noche de los muertos y de los sueños, y los espectros de las partículas pueden campar a sus anchas por los túneles y estancias desiertas sin ser vistos ni registrados en las cavernas subterráneas llenas de detectores, que estos días se dedican a coleccionar nuevas pinturas rupestres, llenas de abstracción eléctrica en concordancia con los nuevos tiempos.

Y allí están las partículas, disfrazadas de sueños y pesadillas. Los electrones se despojan de sus capas renormalizadas y pasean sus cargas desnudas, los quarks se desconfinan y pintan las paredes con nubes de color, los neutrinos se hacen visibles con disfraces electromagnéticos. Algunas de las partículas conocidas se disfrazan de partículas hipotéticas –bosones de Higgs, partículas supersimétricas, excitaciones de Kaluza Klein, tecnimesones-- mientras que los fantasmas de las partículas hipotéticas se disfrazan de sus variantes de pesadilla, las indetectables, que hacen sudar a los físicos en sus sueños más pesimistas: partículas demasiado pesadas, Higgses con decaimientos invisibles, espectros de supersimetría artificialmente afinados...

La noche se llena con las trazas fluorescentes de las colisiones fantasma, jets de hadrones, curvas elegantes de leptones que estallan como fuegos artificiales en los rincones de lo microscópico, mientras los científicos duermen y sueñan con conquistar nuevas fronteras más allá de una cotidianeidad que se queda pequeña.

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