viernes, 28 de junio de 2013

Entre dos aguas

Ha llegado la Primavera. El paisaje ha empezado a llenarse de explosiones repentinas de verdor, hojas y brotes estallando por todas partes como pequeños big-bangs de vida, y el Sol, escondido y enfermizo en los últimos e inacabables meses del invierno, en los que que confundía a las placas de hielo al llenarlas de dudas sobre su deber de derretirse, haciéndolas licuarse y congelarse en una frustrante danza de indecisión, parece que por fin envuelve la piel con las caricias de calor tan añoradas, y juega sobre los párpados cerrados, proyectando sobre ellos radiografías de las venas de las hojas que nacen por doquier, creando constelaciones de luces rojizas en movimiento.

Han llegado los pájaros, haciendo que las mañanas blancas y recogidas den paso a tranquilas florituras musicales. Los gansos han venido de la nada, invadiendo las praderas en torno al Instituto, picoteando en la hierba con una dedicación inquebrantable, y de un día para otro han empezado a aparecer pequeños y adorables proyectos de ganso, dando lugar a líneas plumosas arrastrándose como estelas tras los gansos adultos, que se rompen al contactar con el agua del estanque, los pollitos nadando en círculos que interfieren con las ondas circulares provocadas por los pequeños chorros de los surtidores, las crías incapaces de salir del estanque dados sus pronunciados rebordes por encima del nivel del agua, con lo que las bolitas de pluma nadan cada vez más inquietas, sus formaciones volviéndose caóticas, mientras los padres asisten impotentes al espectáculo, se tiran al estanque y vuelven a salir, ¿no véis qué fácil?, sólo tenéis que impulsaros con las alas que aún no tenéis, y se vuelven a tirar y vuelven a salir, ¿pero por qué no me seguís ahora?, y su propio nerviosismo va en aumento, y se zambullen de nuevo y aletean hacia fuera sin arrastrar a sus crías, y la tensión escala enfrente de las membranas de cristal de las oficinas de los investigadores, que asisten entre divertidos e impotentes y frustrados al ciclo límite inacabable de maniobras de los gansos y sus crías, su empatía nunca alcanzando a los animales, que al mirar hacia el edificio sólo ven el vasto cielo reflejado en los muros de cristal, aumentando su sensación de vacío, de cierta soledad existencial en su lucha contra fuerzas desconocidas.

Yo no parezco ser una cría de ganso, pero me encuentro atrapado en el agua. Es más, el mundo se ha dado la vuelta y lo percibo a través de una membrana distorsionada y cambiante, a través de la que apenas pueden percibirse los colores del cielo y vagas formas arbóreas. Los sonidos llegan amortiguados y acompañados de un constante murmullo de fondo. Es como si estuviera prisionero en un universo con leyes distintas, en el que los movimientos se enlentecen, respirar está prohibido por alguna razón, y es difícil orientarse porque todo parece estar al revés. El tiempo parece estirarse, en contradicción con la sensación de urgencia que llena la mente, el convencimiento pleno de que algo no está bien, de que hay que intentar por todos los medios salir de este extraño lado del cosmos y volver al otro lado de la membrana, que es como un muro transparente y dinámico separando dos mundos distintos; afuera, el mundo tradicionalmente conocido, el Ontario de los mil lagos, llanuras agrietadas por miríadas de inviernos cuyas heridas se han ido llenando con lágrimas heladas, convirtiendo a la provincia en un gigantesco espejo despedazado, y el lado en que me encuentro un mundo desconocido, con tormentas y remansos, burbujas, cielos azules vistos a través de diapositivas en ebullición, rocas pulidas por la fuerza de la corriente, sonidos distorsionados, criaturas extrañas.

En el lado de arriba, el Sol ha ido limpiando el vaho congelado de los desiertos blancos suspirando por la Primavera, los castores han empezado a salir de sus madrigueras y el agua inerva la tierra despertándola a la vida. No sólo el agua. También hay un sistema de venas artificiales enterrado bajo todo el territorio por el que fluye la sustancia responsable de que los humanos no hibernen y se mantengan en cierto estado de alerta durante los meses gélidos: el café de Tim Hortons. En efecto, existe una red estratégica de establecimientos de Tim Hortons esparcidos por toda la superficie canadiense, conectados por tuberías subterráneas por las que fluyen infinidad de litros de cafeína y azúcar licuado, la única manera de garantizar las constantes vitales de las poblaciones humanas durante todo el año. Grifos y potes de café, “siempre fresco” como insisten los carteles de los establecimientos, pero paradójicamente humeante, y la magia toroidal de montañas de donuts y bollos azucarados varios. Los clásicos muebles de plástico de los establecimientos de comida rápida norteamericanos, una barra atendida por empleados con uniforme y micrófono, tras ellos máquinas varias conectadas a los tubos subterráneos, alguna pantalla plana que informa a los empleados de los pedidos pendientes, la decoración siguiendo un código de colores marrón claramente en referencia al producto estrella, puede que haya plantas falsas en alguna parte, los puntos de recojida de basura escondidos hábilmente en algún lugar que sólo se encuentra tras una trayectoria caótica por el interior del local, los baños con carteles insistiendo en el compromiso apasionado, inflexible, indestructible, de la empresa con la limpieza, si hay algún problema no dude en informar, junto con una lista con datos sobre las inspecciones de higienización del baño, hora, nombre de empleado, tarea realizada y firma. Cuenta la leyenda que la cadena de cafeterías fue creada décadas atrás por un jugador canadiense de hockey sobre hielo, sin duda con el fin de poder garantizar un aumento de la duración de la liga nacional, que hasta entonces apenas se extendía durante las primeras nieves y se iba degradando a medida que la somnolencia invernal se iba apoderando de la gente y los jugadores empezaban a faltar a los entrenamientos, las gradas se vaciaban y las calles de las ciudades se iban transformando poco a poco en pistas de desolación blanca según los viandantes iban dejando de salir uno a uno y se quedaban en sus madrigueras hibernando, el silencio apoderándose de las ciudades, el viento silbando por las aceras y cornisas levantando preciosas nubecillas de nieve, en una perversión ártica de las escenas de desolación y desierto de las películas del Oeste --han llegado los malvados jinetes del frío, dispuestos a arrasar los bancos de calor.

Pero dejemos los flujos de café y volvamos a los de agua, a los ríos y a las membranas separando el infra y supramundo ontarienses. Estas membranas han dado lugar a curiosas formas de vida que se nutren de las propiedades anómalas que la realidad adquiere en su cercanía. Ahí están los castores, criaturas extrañas donde las haya, con patas traseras con membranas interdigitales como las de un ave acuática, colas escamadas como la piel de un reptil, y misteriosamente insuflados con complejas capacidades constructoras y planificadoras que entre otras causas están motivadas nada más y nada menos que por la necesidad imperiosa de roer los troncos de árboles que impone el crecimiento incontrolado de sus desproporcionados incisivos. Pero igualmente curiosas son ciertas criaturas medio humanas, una especie de centauros acuáticos, que se dedican a explorar y jugar con los vórtices caóticos en la interfase entre supra- e infra-Ontario. Este horizonte entre universos, arado por un campo de líneas de corriente, está poblado por singularidades en forma de vórtices o líneas de vórtice que actúan como portales entre los dos mundos. En general, atravesar una línea de vórtice con un gradiente de corriente suficientemente pronunciado sin la técnica adecuada implica por lo general el ser engullido por el inframundo –que en general es no deseable, si bien hay almas intrépidas y hambrientas de exploración que buscan la situación-- lo que explica mi tesitura actual en este universo paralelo. Las criaturas con habilidades más evolucionadas que las mías juegan deliberadamente con los portales para danzar grácilmente entre universos en un baile fascinante de giros, contragiros, volcados y recuperaciones, fluir estático, viajes entre mundos sin apenas moverse a lo largo de la superficie del espejo. Estos seres tienen un cuerpo superior con forma humana, cubierto hasta la cabeza por una piel húmeda y por lo general oscura, de un brillo mate y sin escamas, que a la altura de la cintura suele abrirse en una especie de embudo que se funde con un armazón rígido y alargado, aparentemente hueco y de gran flotabilidad. Algunos especímenes suplementan sus brazos humanoides con extensiones óseas alargadas y acabadas en una estructura esencialmente plana y rígida, óptimamente adaptada para controlar el movimiento sobre el agua mediante inteligentes movimientos de barrido cuya variedad y versatilidad puede resultar asombrosa. Pero entre todo este elenco de criaturas saltarinas, destaca sin duda el Señor de los Remolinos. Se trata de un ejemplar de edad media-avanzada, con una larga cabellera gris y barba que hacen pensar en que pueda ser una evolución de los tritones de las mitologías clásicas. Lleva los ojos cubiertos por unas gafas estilo aviador de los años cincuenta, y en su avance sobre el agua sólo es visible su cuerpo de cintura para arriba, de modo que no está claro si su peso está sustentado por una de las usuales estructuras huecas o si, por el contrario, su cuerpo se funde con el agua, el Señor de los Remolinos no siendo más que una criatura hecha de fluctuaciones acuáticas, una especie de cerebro de Boltzmann líquido que vagabundea por la interfaz entre los universos en busca de puentes de unión o agujeros de gusano entre los mundos paralelos.

La primera visión de su Remolinidad es un momento difícil de olvidar, un espejismo irreal que obliga a parpadear anticipando que la imagen desaparecerá al abrir de nuevo los ojos, pero al abrirlos allí sigue, nítida y delirante, el tronco superior de la criatura deslizándose grácilmente sobre el agua, y lo que es más, las palmas de ambas manos soldadas a sendas membranas –ni rastro de los apéndices cilíndricos usuales- que usa para abrirse camino en la superficie del río con unos movimientos propios de un híbrido entre mono y reptil, la cabellera gris resplandeciente de motas de agua y las gafas de aviador enmarcando una mirada que siempre parece venir de otra parte y resbala acuosa sobre el resto de las criaturas. El baile acuático del Señor de los Remolinos parece a primera vista un encadenamiento de movimientos que, si bien grácil e hipnotizante, es en cierta medida aleatorio, sin servir a un propósito superior. Grave error. Una observación atenta permite adivinar que su Remolinidad siempre intenta moverse en torno a las líneas singulares de la corriente, es un cazador de cáusticas invisibles, superficies en donde se encuentran dos corrientes opuestas. Quizá dotado de un sexto sentido que le permite cartografiar las líneas de corriente escondidas bajo la superficie, SR escanea sin cesar los puntos críticos del inframundo, intentando colocarse en el lugar exacto en el momento exacto que garanticen que las corrientes enfrentadas a ambos lados de la cáustica causen un momento de rotación que hagan que la mitad sumergida e invisible del cuerpo de SR se atornille hacia las profundidades, el tronco superior de SR girando como un derviche turco y hundiéndose poco a poco, la barba, gafas, brazos y manos palmípedas atravesando por turnos el espejo entre los dos universos ontarienses, hasta que sólo queda una memoria perpleja, un pequeño remolino como pobre testigo de Su Remolinidad.

Quién sabe qué visiones tendrá SR en sus excursiones por los agujeros de gusano acuáticos, qué otras criaturas encontrará –¿habrá acaso otros mundos anidados en una sucesión de remolinos inscritos unos dentro de otros?-- y cuáles serán sus sensaciones al emerger de nuevo corriente abajo en algún lugar imprevisto. ¿Miedo? ¿Alivio? ¿Paz? ¿Asfixia? Quizá una sensación de mareo y vacío, como si al estar su cuerpo en reposo la mente quisiera continuar girando, la existencia de SR sólo cobrando sentido en rotación, como si el único verdadero movimiento fuera el cíclico.

Por mi parte, no tengo tanta afición a la rotación, si bien llevo un tiempo dentro de un ciclo repetitivo de visitas no siempre voluntarias a ambos lados de la superficie del río. Aquí abajo, viendo por encima de mí -o quizá debería decir debajo- la membrana rizada de agua, uno se pregunta si el desdoblamiento de la realidad a ambos lados es tal que en todo momento siempre hay una copia de uno mismo en cada flanco. Mientras yo estoy aquí, intentando mantener la calma, no perder demasiadas burbujas de aire e ignorar el agua fría que inunda mis doloridos senos frontales, quizá una de mis copias ha pasado al otro lado. Quién sabe si será una versión mejorada de mí mismo, menos propensa a quedar atrapada en caústicas de melancolía, capaz de escribir mejores ecuaciones, crear cosas más bellas, hacer más feliz a la gente de alrededor, manejar mejor sus emociones. Probablemente mi copia y yo nunca nos cruzaremos, y jugaremos un juego de persecución inacabable, el uno siempre aspirando a convertirse en el otro aun sabiendo que es imposible, que siempre habrá una membrana invisible separándonos.


Pero basta de perderse en pensamientos inútiles. Hay que pasar a la acción. Estiro mis dos brazos colocándolos en el lado izquierdo de mi canoa invertida, la mano derecha delante, y saco las muñecas del agua para garantizar que el remo aproveche la tensión superficial del agua en los estadíos siguientes de la maniobra. Siento unos golpes leves en el casco sobre (o debería decir bajo) mi cabeza, como si algunas criaturas se hubieran subido, allá en en el mundo del otro lado, sobre la protuberancia de plástico rojizo de la que cuelgo hacia abajo-arriba. Unas manitas de animal empiezan a golpetear rítmicamente la caja de resonancia canoística, mientras yo empiezo a girar el remo en un arco, el extremo derecho deslizándose sobre la superficie del agua, alejándose del casco de la canoa hasta que el remo queda perpendicular a él. Las vibraciones de la percusión de los castores van aumentando en fuerza, y llegan acompañadas de ecos amortiguados provenientes de otras canoas, y de las piedras y de los árboles, como si los castores hubieran invadido de repente todo el escenario para festejar la llegada de la Primavera con un ritmo de optimismo desbordante, golpeteos sincopados en varias voces que se persiguen, mientras ahora sí que hago más fuerza con el remo empujándolo contra la superficie del agua, de modo que cuerpo se va alejando de la canoa y acercándose a la superficie, hasta que inicio el giro de cadera crucial para el éxito de la maniobra, que condena temporalmente a mi tronco superior a permanecer bajo la superficie pero que hace que el cuerpo de la canoa gire y se de un cuarto de vuelta, los pobres castores teniendo que hacer equilibrios para no caerse, en tanto que de repente unas notas de guitarra española se suman a la fiesta, parece que hay versiones castoriles de Paco de Lucía desparramando notas como torrentes de gotas Entre dos Aguas, los pulsos arteriales acelerándose al compás de la música, los árboles y el agua y los castores y los centauros en canoa y Su Remolinidad bailando como si no hubiera mañana, mientras el empuje de Arquímedes hace su trabajo en mi canoa medio girada, y el empuje de cadera continuado acaba de darle la vuelta, los castores aferrándose a los bordes, sus patas traseras colgando, líneas de agua fluyendo como ríos en miniatura sobre el casco, gotas volando, hasta que la inercia del movimiento y la sustentación final del remo hacen que se obre el milagro, la música quiere hacer resonar cada uno de mis huesos, estoy fuera.

5 comentarios:

Joao dijo...

I am not going to pretend that I read all the way through your post, k.

But, Spring arriving on June 28th says a lot about the weather in Waterloo... Not making fun because my problem is the opposite. Today at 6h30 pm it was 46C and my air conditioning is raising the white flag. Not good also.

k. dijo...

Joao, are you still there? Or did you turn into a puddle of sweat? :)

Joao dijo...

It was close. The next day, the AC was doing it's job again.

Joao dijo...

its

Dr. Zoidberg dijo...

SR estaría orgulloso de que algunos de sus acólitos aventajados consiguieran el DOUBLE ROLL... :)

En el double roll, los dos integrantes de la canoa pasan por el mismo agujero de gusano o diferentes?

Algún día lo tenemos que hacer juntos para comprobarlo!!