domingo, 20 de noviembre de 2011

Bifurcaciones


Nubes maleables de pájaros
fluctuando aceitosas
y dividiéndose elásticas.
Calles y tuberías.
Bordes de acantilado.
Superficies de gota.
Meiosis celulares.
Salidas de autopista.
Ramas alejándose del tronco.
Vasos estallando en pedazos.
Grietas en el suelo.
Días y noches.
Respiraciones.
Árboles de sucesos.
Aviones despegando.
Amarras cayendo.
Vértebras y costillas.
Motas de polvo flotantes.
Brazos extendidos.
Pan desgajado.
Nubes en formación.
Tendones y dedos.
Afluentes de ríos invertidos.
Sábanas deshojadas.
Incisiones quirúrgicas.
Cables y venas.
Libros abiertos.
Torbellinos de nieve.
Vértices de partículas.
Tizas, carboncillos rotos.
Llamadas interrumpidas.
Sombras sobre el suelo.
Palabras invisibles.
Remolinos de leche en el café.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Otoño en Algonquin

Curvas de nivel amarillas
inervadas de infinito,
en las que brotan semillas
de manchas rojizas,
supernovas de sangre
devorando el dorado,
tumores de color,
galaxias de descomposición,
presagios fluctuantes
de renovación y de muerte.

La vista se aleja del suelo,
que vibra agitado
de hojas temblorosas,
cada vez más pequeñas
en el paisaje expectante,
henchido de amarillos,
el sol multiplicado
en cielo, aire y suelo,
el bosque irradiando
y herido de luz,
las hojas que cayeron
palpitando nerviosas,
estremeciéndose al viento
hasta que salen flotando
ingrávidas hacia el cielo,
y el tiempo se detiene
en un coloide de otoño,
de corteza de haya
y de hojas trémulas,
suspendidas y quietas,
oscilando en torno
a un instante eternizado.

Raíces, musgo y hongos
serpenteando en mantos
afilados de ámbar y aguja,
lluvia en los lagos,
círculos en expansión,
lanzas de abeto,
franjas de interferencia,
reflejos filtrados,
acuarelas goteantes,
calma rítmica,
borboteos aleatorios,
golpeteos de gota,
aleteos y formas furtivas.

Noches de negro y fuego,
chispas dibujando
curvas entrelazadas,
el cielo vaciado,
roto en un punto de luz
que germina en redes
de ascuas fantasmales,
que se deslizan lentas
hacia el horizonte oculto,
atrapando al hemisferio
bajo retículos de estrella.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Halloween en el CERN


Las luces se van apagando. Los pasillos oscuros se llenan de sombras que disimulan las texturas añejas, cuyo desgaste no es el mejor indicativo de la tecnología límite escondida en las profundidades. Pizarras silenciosas, techos bajos y suelos brillando de neón, carteles anticuados con mensajes de alerta, paneles analógicos de otras épocas, pantallas planas de instalación reciente surcadas por gráficos coloridos, avisos de radiactividad deslucidos, luces parpadeantes, formas relucientes de metal, grandes, pequeñas, minúsculas, retorcidas, estiradas, filas de bultos extraños tapados por sábanas de plástico polvorientas con pliegues que parecen sacados de cuadros renacentistas flamencos, telarañas de fontanería, madejas de tubos, marañas de cables, ciudades de ordenadores, teléfonos negros con diales anticuados. Los trabajadores van goteando hacia el exterior, llevándose consigo la atmósfera cosmopolita, agitada, algo caótica, la sensación de trascendencia contenida que impregna durante el día las zonas comunes. Las hojas de otoño caen parsimoniosas, las filas de macetas de bambú brillan con una luz verde sobrenatural mientras los iones pesados se estrellan en alguna parte en batallas sin cuartel.

Todo el mundo quiere ver a las nuevas partículas. Ellas son las estrellas de la función, pero como tales han de hacerse de rogar. No pueden aparecer así como así en las entrañas de una de las máquinas más sofisticadas que ha hecho el hombre: hay que mantener el suspense y emoción apropiados para tan gran empresa. Pero ésta es la noche de los muertos y de los sueños, y los espectros de las partículas pueden campar a sus anchas por los túneles y estancias desiertas sin ser vistos ni registrados en las cavernas subterráneas llenas de detectores, que estos días se dedican a coleccionar nuevas pinturas rupestres, llenas de abstracción eléctrica en concordancia con los nuevos tiempos.

Y allí están las partículas, disfrazadas de sueños y pesadillas. Los electrones se despojan de sus capas renormalizadas y pasean sus cargas desnudas, los quarks se desconfinan y pintan las paredes con nubes de color, los neutrinos se hacen visibles con disfraces electromagnéticos. Algunas de las partículas conocidas se disfrazan de partículas hipotéticas –bosones de Higgs, partículas supersimétricas, excitaciones de Kaluza Klein, tecnimesones-- mientras que los fantasmas de las partículas hipotéticas se disfrazan de sus variantes de pesadilla, las indetectables, que hacen sudar a los físicos en sus sueños más pesimistas: partículas demasiado pesadas, Higgses con decaimientos invisibles, espectros de supersimetría artificialmente afinados...

La noche se llena con las trazas fluorescentes de las colisiones fantasma, jets de hadrones, curvas elegantes de leptones que estallan como fuegos artificiales en los rincones de lo microscópico, mientras los científicos duermen y sueñan con conquistar nuevas fronteras más allá de una cotidianeidad que se queda pequeña.

viernes, 21 de octubre de 2011

Cadáveres de rueda


En las rectas inacabables que se clavan en el horizonte, en las cintas de asfalto ondulando sobre un paisaje de colinas, en las curvas de las carreteras de montaña, la monotonía de las líneas sobre la calzada, del pasar rítmico y tormentoso de las vidas en movimiento, se ve interrumpida por los despojos de las ruedas que no pudieron llegar hasta el final de su destino.

Cadáveres de goma desintegrándose en galaxias de fragmentos, costillas de alambre al viento, la piel desgastada y rasgada por heridas mortales. Nadie se acuerda de las ruedas muertas, abandonadas a su suerte por los conductores ingratos, meros daños colaterales del ritmo frenético de la vida de los viajantes, la brisa agitando los harapos de rueda como si simulara repetidamente los últimos estertores antes de la muerte.

Hay quien dice que en las horas muertas de la madrugada algunas sombras oscuras aparecen desde rincones perdidos de la noche y se deslizan rodantes hasta la carroña ruedil para rendir homenajes silenciosos a los compañeros caídos. Los que perdieron todo en la diezmillonésima ruleta para pasar a la indiferencia y el olvido.

No todas las marcas negruzcas en la calzada son causadas por los frenazos repentinos de los conductores humanos.

Y cuando los visitantes misteriosos finalizan sus danzas y sus rituales erosivos de escritura, en los que entregan parte de su ser a la carretera, nuevas sombras bajan aleteando del cielo, pájaros de plástico que despedazan y desgarran la piel vulcanizada con picos y garras de metal que brillan glaciales a la luz de la luna.

miércoles, 5 de octubre de 2011

John Adams en Chicago


Líneas.
Redes de cielo.
Cristales.
Minerales.
Intersecciones.
Esculturas de espacio.
Engranajes ocultos,
maquinaria invisible,
anciana y oxidada
humeando disonante
en el corazón
de los rascacielos,
moviendo las agujas
de los relojes de hierro,
alineando piedras y metales,
controlando el flujo de peatones,
los juegos de volúmenes
de los edificios erizados.

Rompecabezas de ideas en movimiento.
Desasosiego de retículos interiores
frente al alma mecánica
y determinista de la ciudad.

Brota la música,
estructurando el espacio
en cristalografías sonoras,
resonando bajo ondulaciones de titanio
para después romper todo en pedazos:
el aire, las líneas,
las certezas enfermas,
la percepción de uno mismo,
todo tiembla en una calma violenta,
aprisionada por los ritmos del tiempo,
refractándose fluctuante
en los espejismos de la realidad.

Sólo las notas graves
mantienen en pie los rascacielos;
los agudos llamean
en las aristas afiladas,
las sirenas de policía
aúllan salvajes
en sinfonías paralelas.

Las notas se clavan en la hierba.
Llueven esquirlas de incertidumbre
bajo un azul inmisericorde en Chicago.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Carretera


No hay principio.
No hay final.

El tiempo y el asfalto se rizan en cintas de Möebius. Sólo hay carretera, el resto es ficción, decorados que se abren a los lados, cartulinas de montaña, espectros sin aliento más cerca de lo que aparentan, el viajero inmóvil y el mundo fluyendo alrededor.

Horizontalidades apabullantes,
valles insaciables,
luces nerviosas en la noche.

La mente vaciándose como un reloj de arena en las líneas del asfalto, todo es camino, el viaje invade la existencia y se desparrama y toma el control, ganando consciencia de sí mismo.

Luciérnagas temblorosas entre pentagramas fluorescentes,
sol y refracciones,
tormentas en la noche.

La oscuridad como potencia absoluta, espectros de sombras arbóreas, la tensión del cielo estallando en relámpagos de terrores y promesas, la mente sonámbula, el sueño de la razón creando pinturas negras arrastradas al olvido por la inercia de la huida.

Rocas de blanco pastel,
catedrales orgánicas teñidas con la sangre de gigantes,
arabescos, arbotantes,
palancas de máquinas geológicas,
paletas irreverentes de tierras y metales,
juegos humeantes de bisontes,
oleaje terrestre de colinas,
circunvoluciones áridas de soledad,
pavos reales en el arcén,
tentáculos de nube ávidos de tierra,
olor a tormenta y heno mojado,
gotas fugándose a un lado del cristal,
arando la visión con surcos divergentes de agua.

La piel eléctrica tras un atardecer sangrante,
el horizonte difuminado en estrías de lluvia,
el cielo descargando su furia electromagnética.

Paint it black, cantan los Rolling en la noche chispeante de energía, y entonces el ruido y la furia y los paisajes emborronados como en una película acelerada, los rayos y las líneas y las gotas y las grietas, las luces y las sombras y catenarias y montañas convergen en un optimismo animal, en una sonrisa demente, y el corazón y el motor laten excitados hacia horizontes inciertos.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Yellowstone



Venas.
De sangre.
De barro.
De hierro.

Bajo la piel petrificada
laten inquietudes ocultas.

Las emociones se agolpan
bajo los poros de la llanura:
tensión, desequilibrio,
escape, humo,
los delirios del magma
estallan en géiseres
y arrebatos de burbuja.

Presión.

La frialdad de la roca
miente,
las conciencias ebullen,
caldos densos,
círculos concéntricos,
brotes de pompa,
irisaciones blancas,
ideas que se disipan
y se pierden
evaporándose fútiles
en el frío de la realidad,
entumeciéndose
en capullos de piedra,
fósiles de pasión.

Hebras de deseo naranja,
verde prístino de lágrima,
guirnaldas de razón pálida,
espuma de roca y bacteria,
arterias de vida
y descomposición,
vapores de incertidumbre,
azules reflejados
en el desasosiego
acuoso y estriado
de la tierra.

Vehemencias sulfúricas,
películas de lágrima
lamiendo
las heridas del tiempo,
espectros blancos,
esqueletos de abeto
sobre suelos agostados
de cal y de óxido;
sin sombras.

Siento mis huesos,
mis manos,
mis venas,
mi propia erosión.

sábado, 3 de septiembre de 2011

El otro lado


El otro lado
es oscuro,
sangre de tinta
supurando
en las venas,
gotas negras
cayendo
en vasos de agua
y desfigurándose
en volutas
de entropía.
Noches solitarias,
coloraciones
de bacteria,
gritos silenciosos,
relámpagos
en el horizonte.
El día se inventa
cada mañana,
no quedan leyendas,
sólo rayos de luz,
hojas de sauce
y símbolos
que arrancan
nuevas sonrisas.

miércoles, 31 de agosto de 2011

Wind River o el Arte de la Fuga.


Música de Bach. Afuera, paisajes que Bach nunca llegó a ver. Paredes de meseta rocosa estriadas de rojo, agrietándose hacie los valles. Montañas truncadas. El Sol cayendo horizontal, iluminando las praderas con un aura que no parece real. Nubes llameantes. 

Los cadáveres de mosquito se agolpan rítmicamente sobre el cristal, nublando la visión con una cadencia apenas perceptible, presagiando un futuro de ceguera y confusión. Las grietas alquitranadas de la calzada salen al paso con jeroglíficos veloces e inexplicables.

Un ciervo asustado en medio de la carretera, petrificado por unos instantes.

Un conductor alienado dentro del coche, enredado en compases de fuga.

Cilindros de heno. El olor de la hierba recién humedecida. Casas perdidas por los llanos, en medio de la nada, con una prole de cadáveres de automóvil y hierros abandonados.

Una luna gigante se asoma de repente por la bruma del horizonte. La radio busca emisoras en un bucle infructuoso. Cae la noche. Desierto de luces. Ruido blanco.

jueves, 4 de agosto de 2011

Sol. Edad.

Es de madrugada. Salgo de la tienda. Hay un silencio a la vez apabullante y reconfortante, que ha sustituido al rítmico golpetear de las gotas de lluvia contra la carpa que me condujo suavemente al sueño. La noche es fría, solitaria, un bálsamo de quietud y alienación curativa.

El cielo se ha aclarado, y se ha convertido en un manto maravilloso de salpicaduras de Vía Láctea y destellos temblorosos.

Contemplación.

De repente empiezo a percibir que la serenidad oscura se ve interrumpida por estallidos ocasionales de una claridad difusa. ¿Es mi propia visión engañada por la oscuridad? Miro en derredor, y acabo descubriendo los restos del manto de tormenta flotando abajo, sobre el valle desértico, en una fantasmagórica pulsación fluorescente.

Magia.

Más cerca, al fondo de la pendiente de roca, la mitad líquida del lago medio congelado se empieza a vestir de una delgada capa de hielo, cuyos cristales han de destellear a la luz de la luna.

Calma.

El tiempo se para un instante, y las estrellas empiezan a caer arrastrando estelas de luz que rastrillan la oscuridad. La negrura da paso a una enorme hoja de papel en blanco. Floto hacia ella, una gota de tinta negra vaciada por dentro, destinado irremisiblemente a estrellarme y desintegrarme en un patrón de Rorschach indescifrable.

sábado, 23 de julio de 2011

Dioses, mantas, ovejas, caos y muerte.


“Caos y muerte”. Así pone en grandes letras en los periódicos del día, refiriéndose a los violentos enfrentamientos entre fuerzas de orden y fuerzas de desorden -no se sabe muy bien quién representa a qué- en la ciudad fronteriza peruana de Puno, en donde una de las facciones ha bloqueado las carreteras e impide la circulación hacia la frontera con Bolivia.

Parece que caen piedras del cielo, un extraño fenómeno atmosférico, y en las oficinas de la aduana en el lado peruano se han colgado carteles que dicen

COMUNICADO

Se pone en conocimiento del público general que NO HAY ATENCIÓN en la oficina de migraciones Kasani hasta nuevo aviso. Por favor no insistir.


Estas circunstancias no arredran a la Diosa de las Mantas, que tiene un billete nocturno en autobús hacia Puno, en donde su Mantedad tiene intención de desenrollar su cálida presencia por motivos indescifrables, pero presumiblemente templados y lanudos, quizá relacionados con el fin de las celebraciones del solsticio en Cuzco, en donde en los últimos días numerosos dioses, aprovechando el anonimato de las ondulantes muchedumbres, se entremezclaron con las turbas de turistas de todos los colores y con todos los modelos de cámara posibles. De hecho, no ha de descartarse la posibilidad de que muchos turistas hicieran fotos a los dioses menores sin saberlo, creyendo ser retratistas de inocentes personalidades campesinas de las montañas que se trajeron a bebés de oveja a la gran ciudad para que se beneficiaran de las grandes oportunidades ovinas de la civilización. Y tampoco ha de descartarse que los dioses, con sus sombreros de lana y los ponchos estriados en un sinfín de colores -las mujeres anudando una manta a la espalda para convertirla mágicamente en una mochila capaz de transportar cualquier cosa, incluyendo bebés de oveja- pidieran dinero a los turistas que les sacaban fotos, dado que las cosas no están fáciles para nadie en estas épocas. Sólo los grandes, como Wiracocha, Inti, Mama Killa, Pacha Mama e Illapa, pueden permitirse disfrutar de lujosas existencias en su mundo celestial de Hanan Pacha...el resto de pequeñas deidades, ésas que ni siquiera pasaron a las crónicas históricas y han quedado en el olvido, han de bajar al caos del mundo terrenal de Kay Pacha y enfangarse en la lucha por la supervivencia.

Aunque estos días, en las festividades del solsticio, parece ser que todas las esferas de vivos, muertos e inmortales confluyeron en Cuzco. Bien pudiera ser a juzgar por la densidad de gente en la Plaza de Armas, en donde no todos eran turistas. Estaban las figuras de vírgenes y santos cristianos, sacadas en procesión, adornadas con las reliquias de las momias incas (que no se sabe qué piensan de su nuevo estatus) y rodeadas por espejos que convertían a los reflejos de la gente en reliquias adicionales, más cambiantes y confusas. Había soldados incas de escudos y lanzas de cartón, corriendo con elegancia y en formación alrededor de la plaza, clamando consignas ensalzando al imperio destruido por los invasores que trajeron la cruz de más de 400 años que se conserva en el ábside de la catedral a escasos metros de distancia -invasores que, a parte de destruir al imperio y traer la cruz que convirtió de un momento a otro al emperador Atahualpa en impío, y además de introducir su linaje en la sangre de los falsos soldados danzando en la calle, trajeron también las nuevas estatuas que salieron a pasear en la plaza, y que de alguna extraña e inquietante manera parece ser que no eran sino meras transformaciones de las antiguas momias incas, de ahí que aún lleven sus reliquias.

Sí, eran las fiestas del solsticio y del Corpus: metamorfosis de dioses y humanos, ritos iniciáticos, cruces de líneas invisibles, transformaciones, terrazas de bar a rebosar, flashes de cámara, las piedras poligonales y perfectas de los muros incas, campanadas cristianas, los muertos que quizá salieron de sus criptas, soldados en uniforme ensayando las danzas en el festival del Inti Raymi en la fortaleza angulosa de Sacsayhuamán, bebés de oveja, flautas andinas, gorros de lana, cazaturistas intentando convencer a los viajeros recién llegados de que es imposible encontrar alojamiento salvo en su hotel o en su casa, mujeres ofreciendo insistentemente el misterioso masaje inca, tantas veces como veces que uno pasa por delante de ellas, y que parecen no ser capaces de recordar caras y respuestas negativas, perros en la calle quedándose de vez en cuando traspuestos mirando a la nada -que probablemente no fuera nada sino una deidad invisible paseándose por allí- las construcciones trepando en marabunta hacia las cumbres de las colinas que rodean a Cuzco, cuestas de piedra, muros de texturas ajadas, ladrillos. Realidades paralelas entretejidas. El mayor grado de locura concentrado en torno a la plaza de Armas, mientras que a una suficiente distancia pervivían todo el tiempo aún más planos de existencia aparentemente desacoplados de los dioses y los astros y las cámaras de fotos, pero igualmente caóticos y poblados. En donde las ovejas en todo caso cuelgan despiezadas de ganchos metálicos, las frutas y verduras brillan amontonadas en pirámides entre vendedores sentados, a su vez pirámides de poncho coronadas con sombreros; en donde los carros se abren paso con dificultad entre la muchedumbre que deambula errática, frente a guirnaldas de salchichas y pollos desplumados, máquinas de coser, cajas, más fruta, balanzas, rejas, sacos en el suelo o transportados en el aire, los relojes pulsando frenéticos, los cables de luz cruzándose entre los tejados, carteles desgarrados en las paredes, texturas de pintura desconchada, el dinero cambiando de manos como en la Plaza de Armas lo sagrado era zarandeado de una figura religiosa a otra.

Y aún en otro plano de realidad, aparte de la diosa de las mantas hay otros personajes que no cejan en su empeño de viajar a la frontera: M. y k., que de acuerdo con sus planes actuales han de emprender sus viajes de vuelta a sus respectivas ciudades de residencia (in)habitual desde La Paz. Caminando por la calle han leído los titulares de “Caos y muerte”, y no están excesivamente entusiasmados con el viaje nocturno en autobús que han reservado hasta Puno. Se comenta que en general uno de ellos discierne el peligro pero aun así se lanza hacia él, mientras que el otro en ocasiones puede prescindir de la primera parte. De todas maneras, en los días previos han intentado ser prudentes y evaluar opciones alternativas, pero sus intentos fueron recibidos con miradas de compasión e impotencia por parte de los empleados de las agencias de viajes y con horas interminables de hilo musical vomitado por auriculares de teléfono supuestamente conectados con otros auriculares que supuestamente volcaban su sonido sobre los pabellones auditivos de empleados de las compañías aéreas, si bien la memoria falla y no es capaz de recordar mucho sobre tales maratones telefónicos, salvo sensaciones kafkianas de impotencia sobre una nebulosa de música repitiéndose en un lazo infinito, y el hecho de que la situación post-llamada resultaba ser bastante similar a la del principio.

Así que ahí estamos, subiendo al autobús en la noche de Cuzco, que empieza a refrescar, tras haber pagado una cantidad extra -que por alguna razón no parece estar unívocamente definida para todos los viajeros- para disponer de los asientos de lujo en el compartimento inferior, dispuestos a reclinarlos y disfrutar de una noche cálida, confortable, relajante, rodando bajo las estrellas del altiplano hacia el lago Titicaca.

Nos acomodamos y, poco después, entra una mujer vestida al modo tradicional con poncho-mochila de lana y sombrero, portando varias bolsas de arpillera. Se sienta al otro lado del pasillo y empieza a sacar gruesas mantas de todos los huecos de su equipaje, que enrolla y acumula en torno a su figura, que se convierte en una crisálida de cobertores recostada sobre el asiento.

“¿Has visto? Esa mujer no es de carne y hueso...¡Está hecha de mantas!”

Esta observación hecha en un idioma extranjero desencadena una cascada de risas que no parecen afectar a la diosa de las mantas, que con los ojos cerrados quizá piense, en el cálido confort de su capullo mantil, esbozando una sonrisa mental, que quien ríe el último ríe mejor.

El autobús arranca. Afuera es de noche. Empiezan a aparecer estrellas, que poco a poco adornan el cielo con un manto de luces apabullante, formando patrones desconocidos para los que venimos de otros hemisferios. La Vía Láctea desenrolla un camino para los dioses en el firmamento, Mamá Quilla avanza tras el horizonte, la Cruz del Sur segmenta la noche en alguna parte. Salvo las estrellas, todo es oscuro, flotamos en una nube de negrura. Empieza a sentirse una corriente de aire en el habitáculo. La temperatura es fresca, quizá mejor que en el superpoblado piso superior del autobús.

Pasa el tiempo. La corriente de aire parece provenir de la parte superior de la ventana, cuyos cierres están rotos. La temperatura empieza a bajar mientras el autobús flota en la nada hacia las estrellas. Su Mantedad duerme plácidamente. Empieza a hacer frío. No parece que haya ningún tipo de calefacción en el autobús. Seguimos subiendo. Los asientos extra grandes no parecen ser muy disfrutables en la atmósfera en proceso de congelación. Es imposible dormir, es difícil permanecer estable en una misma posición sin intentar replegar el cuerpo y los miembros para minimizar las pérdidas de calor corporal. La mujer-manta duerme plácidamente, todo su rostro una elegía al sueño y al reposo arropados por un abrazo de calor placentario. La visión de la montaña de mantas es una tortura, y los pensamientos intentan escapar concentrándose en otros asuntos, pero caen en espiral hacia las prendas de abrigo que yacen inutilizadas en el trágicamente inalcanzable compartimento de equipajes.

La mujer-manta duerme. No se puede cerrar la ventana. Hace frío. Hace mucho frío. ¿He dicho que hace frío? La mujer-manta duerme. La montaña de mantas. Debe de hacer calor bajo la montaña de mantas. ¿Cómo era la sensación de calor? El autobús sigue ascendiendo por el invierno austral, hacia los casi 4000m del altiplano. Su Mantedad duerme. No se sabe si el capullo de mantas presagia una metamorfosis de la manta-mujer hacia un estadío de deidad superior. Inmune al frío. Frío. El sueño de su Mantedad produce monstruos en la opresiva oscuridad exterior. Entra aire gélido por la ventana. Afuera la oscuridad empieza a condensar en fantasmas informes, salidos de la oscuridad del mundo de los muertos, Uku Pacha, que se agolpan contra el autobús, se pegan a las ventanas, ventosas y tentáculos y deformidades y protuberancias óseas y picos retorcidos salidos de un grabado alucinatorio de Doré, llevando en volandas al autobús, acompañando a la mujer-manta en su transición entre planos de existencia.

El frío muerde los huesos. En la mochila inalcanzable hay abrigos, jerseys, un saco de dormir. Dormir... En la pequeña mochila a mis pies hay cinta de fontanería, ¿podrá usarse para tapar los resquicios en la ventana?

No funciona. La condensación interfiere con el pegamento. Los monstruos sonríen salvajes y burlones. Su Mantedad duerme. Duerme. Bajo el calor de las mantas.

“Quizá podrías usar los cordones de la zapatilla para atar el mango de la ventana a la barra del portaequipajes”.

¡Brillante idea! Con la cuerda en tensión, la ventana se cierra casi herméticamente. Pero algo falla. Los ojos informes al otro lado de la ventana siguen mirando burlones. Estallan en carcajadas silenciosas, burlonas. Gesticulan con la cabeza hacia las otras ventanas del autobús.

No tengo zapatillas suficientes.

Su Mantedad duerme. Otros fantasmas acuden. Del pasado, de futuros inciertos. De terrores y soledades nocturnas y atávicas. Vértigos existenciales. Los cadáveres de los mitos derrumbados. El reflejo propio en el cristal deformado por las ínfulas literarias. Quiero que llegue Puno. La tierra prometida de la madrugada. La noche exterior se convierte en sonido, música desestructurada en crescendo inexorable, quiero que llegue Puno, sentir los rayos del Sol, la música aumenta de volumen, los fantasmas de fuera se agitan y sacuden y entrelazan en un aquelarre macabro, el autobús da tumbos, las piernas duelen de frío, las estrellas guiñan burlonas, la mujer-manta parece sonreír con ironía, la música se convierte en un zumbido a punto de estallar, quizá acabe por volverme loco, quiero llegar a Puno bajo una montaña de mantas, pero no, no quiero que su mantedad me devore, la noche aporrea los cristales, que van a acabar cediendo, esto no puede s...

Su Mantedad da un respingo. Abre los ojos. Mira en derredor. Se hace el silencio, salvo por el zumbido del motor del autobús.

Quiero que llegue Puno. Renacer en la llama apenas perceptible de la mañana rojiza, trepando con lentitud geológica sobre el lago Titicaca. Y recuperar el cordón de mi zapatilla.

Hace frío. La mujer-manta se ha vuelto a dormir.

martes, 19 de julio de 2011

Líneas en el cielo


Palabras

Las palabras se agitan.
Como partículas elementales,
brotan espontáneas del vacío
para morir en la nada
de los silencios.

Como los fotones
apantallando a las cargas,
las palabras se agolpan
en torno a las cosas,
ideas, personas;
enjambres de conceptos
que difuminan el mundo,
fluctuando en las esquinas
suavizadas de sílabas.

Hervideros de símbolos.

Llueven palabras.
Rasgan la realidad
con espirales de significado.

Los dedos nunca llegan
a alcanzar las superficies,
sólo intuyen la repulsión
de las nubes de electrones.

lunes, 11 de julio de 2011

Tortuguismos

Desde el cielo, la herida de un gigantesco cañón en un paisaje desértico. Lamentaciones de coyotes. Espinas de cactus con gotas de rocío. Las sombras girando desde el amanecer hasta la inclemencia del mediodía. Más cerca del suelo, avanza penosamente una tortuga, acercándose al precipicio. Sus movimientos son como a cámara lenta, la cabeza oscilando levemente, los grandes ojos y sus irisaciones de reptil absorbiendo con aparente calma el paisaje. El aire recalentado distorsiona en volutas el borde del caparazón. Mareas de refracción. Las patas arrastradas dejan tras de sí un extraño patrón de huellas que es rápidamente borrado por las corrientes de arena del desierto, hasta que sólo permanece el caos y los haces de hierba seca dando tumbos como en las películas del Oeste.

La tortuga llega al borde del precipicio, ignora la línea como una mera convención geométrica y de repente se ve a sí misma flotando ingrávida, las patitas agitándose placentera y fútilmente en el aire. Piensa en Galileo y la torre de Pisa. El fondo del cañón se inunda en un parpadeo y la superficie del agua sale al encuentro de la tortuga. A estas alturas debería esperarse la revelación de que no hay mucha distinción entre la tortuga y un no muy servible servidor. El agua es bienvenida y envuelve a la tortuga-narrador en un abrazo reconfortante. Floto en una placenta de nada. Visto desde las profundidades soy una sombra negra de patas extendidas sobre un fondo de destellos cambiantes, el perfil envuelto y difuminado en haces e hilos de luz. Estoy prácticamente inmóvil. Abajo en las profundidades parece haber mucha vida y movimiento. Ocurren cosas. No a mis alrededores, pero me doy cuenta de que es un mero espejismo de permanencia. De hecho, al volver la vista en derredor, me doy cuenta de que floto en una convención espectral de mitos. Nos estudiamos con curiosidad. Los mitos son como medusas que ondulan elegantes y gelatinosas en un plancton de invención, poblado de motas en un pausado frenesí browniano, como el aire de una habitación rasgado por los haces de la mañana. Fuera del agua hay una puesta de sol de una belleza apabullante, que baña a los mitos en un manto maravilloso de luz dorada. La luz empieza a morir. En el corazón de las medusas-mito se percibe el nacimiento de débiles llamitas de fluorescencia que iluminan los pliegues gelatinosos en un juego barroco y fantasmagórico de luz y sombra. Yo soy mi propio mito, pero por desgracia no soy lo suficientemente bueno como para creérmelo. Un amigo me dijo que hay que explorar el mundo. Allá vamos. Va a caer la noche. Habrá que inventarse algo nuevo.

sábado, 9 de julio de 2011

Reflexiones: la nada y sus fantasmas

                                                                  .                                                               

                                                        .

                                                                                                                                                                                                            

                                                                                                               ...

lunes, 4 de julio de 2011

Machu Picchu

Machu Picchu se esconde.

Como los mitos,
las grandes leyendas,
las ideas geniales,
innecesarias,
Machu Picchu es un pulso
tras la bruma,
una quimera de nada.

El sol derrite la ausencia,
lenta la nada condensa
en roca y nubes
y picos flotantes,
en bosque y río
y matemática de piedra
suspendida sin sentido
en la niebla de lo posible.
Rumores tropicales,
alturas escarpadas,
la rectitud de la lógica,
ángulos de verde y piedra,
espuma de nube
borboteando de inmortalidad
en las cumbres.




sábado, 2 de julio de 2011

Andes

Fugas de picos y cielo,
manos de piedra
extendidas hacia las estrellas,
mosaicos de roca, glaciar y nieve,
el aire esculpido
en los valles inmensos.

Vistas de pájaro:
Mantos de paisaje arrugado,
sentido por dedos
manchados de marrón y de hierba,
imperios de charcas
y círculos de liquen,
costillas de roca,
rapiña de erosión.

Música tectónica de aludes
rasgando la mañana blanca
derretida por el sol,
las cumbres flotando mágicas
en un mar de niebla,
ingrávidas, intermitentes,
disociadas, prohibidas,
cortando las líneas de la realidad.

El frío muerde en la noche,
el alba resplandece
en el vapor de té,
en los picos humeantes de nube.

El pulso se encabrita
en las subidas interminables,
la mente pone números a la altura,
el mundo se empequeñece
y agranda a cada paso,
esfuerzo, aire enrarecido,
sensación de fuerza,
euforia del ascenso,
los milagros esperan en lo alto,
faltan las palabras,
el corazón se encoge,
los ojos respiran
los colosos de nieve,
la mirada vuela
en el instante apresado,
asombro, incredulidad, sonrisa.

Eternidad atrapada.

Ladridos de perro en la noche,
rumores de arroyo,
los gritos de las mulas
resonando espeluznantes
en las laderas,
las ovejas lloran,
el viento agita la tienda.

Los valles horadan surcos,
cicatrices de ausencia,
promesas de infinito.

Venas de sol
y de hierro
y de sangre glacial.

Las nubes arrastran
sombras celulares
que metabolizan el paisaje,
brochazos de sombra,
pelaje animal.

Los glaciares saborean la roca,
las sábanas de hielo
se erizan estriadas,
góticas, inestables, fluidas,
sobre la rotundidad catedralicia
de la piedra agrietada.

Verticalidad inefable,
signos humanos
en terrazas y cercos de piedra,
minúsculos reductos de geometría.

Mujeres hilando y lavando,
hombres con aperos de labranza,
niños de mejillas quemadas,
sombreros de ala
y telas coloridas.

Escaleras hacia el cielo,
espejos de montaña.

Ventanas.

jueves, 30 de junio de 2011

Vuelta

Madrid me mira desde abajo, esplendorosa al atardecer, una masa de roca cristalizada extrañamente compacta en relación con las inacabables llanuras urbanas de Los Ángeles sobre las que empezó el viaje.

De alguna azotea de algún rincón de la ciudad me llega la voz de la diosa Cibeles.

“¿Ves mi ciudad? ¿Te das cuenta de que siempre será parte de tí, y tú de alguna manera parte de ella?”

Lo cierto es que la urbe se ve magnífica, con sus patrones de manzanas y la tela de araña de las calles; se distingue el Palacio Real, el Parque del Retiro, la arteria de la Castellana con sus pequeños y grandes rascacielos, cubitos de piedra. El cielo refulge de azul denso y de tonos dorados y de nubes, y los campos de los alrededores han adornado su tradicional monotonía parda con irisaciones verdosas y tostadas traídas por las últimas lluvias de la primavera.

“Madrid no es sólo tu tristeza indefinida postadolescente, son tus años de crecer y descubrir, los juegos inacabables de la infancia. E incluso esos momentos de alienación, paseando de noche por las calles con una extraña e insistente opresión en el pecho, las luces desfilando lentas y tambaleantes como un enjambre en la noche, arrastrando estelas fantasmagóricas entrelazadas a cámara lenta, los halos difractándose en la conciencia... o esas visiones melancólicas de multiplicidad en los reflejos de los charcos otoñales en la Ciudad Universitaria, imaginando los hilos invisibles que agitan los vuelos de las hojas muertas --- ¿No estaban esos instantes impregnados de una belleza misteriosa e indescriptible? ¿No te enseñaron a ver el mundo con ojos permanentemente asombrados? ¿No te permitieron redescubrir los enigmas y el asombro de lo cotidiano?”

Y Cibeles, observando serena la ciudad desde su atalaya de piedra, esboza una sonrisa invisible de bienvenida.

domingo, 29 de mayo de 2011

Todos esos cielos

Todos esos cielos
en todos esos lugares
quedaron grabados
en rincones perdidos,
en luminosas estancias.
Y así ando yo,
siempre abstraído,
la mirada bañada
en algún cielo,
del mundo o del alma,
los pájaros aleteando
en los caleidoscopios
de mi confusa calma.

sábado, 14 de mayo de 2011

Píxeles


El terreno flota pixelado en cuadrados agrarios en las profundidades del cielo. Los pensamientos llueven, cayendo aleatorios sobre las teselas de tierra como fotones en el detector de una cámara digital. Los histogramas de ideas fluctúan en geografías somnolientas. Las nubes juegan a ocultar el futuro.

domingo, 3 de abril de 2011

Sueños de California

Un cielo arañado
por relámpagos,
iluminando en el pecho
horizontes agazapados,
espacios sin fin.
Líneas de carretera
en fugas confocales,
pentagramas eléctricos
de un rock sincopado,
el tiempo desdoblado
en espuma y olas,
infinitos mortales
goteando nubes
desde cumbres blancas,
perdiendo realidad
en su ascensión
hacia lo inefable.

Los picos inscriben
ecuaciones de estrella
en los giros nocturnos,
las dimensiones
se desdoblan
en el cristal
de los lagos,
en papeles blancos
junto al mar.
La brisa susurra
sobre partículas
nunca vistas,
calienta la piel
bajo un fondo
de sol y palmeras
y de vía láctea,
al abrigo del rizo
de las olas,
ardorosas
y gentiles
y violentas.

La mente yace
tendida en la arena,
derritiéndose
en las redes
vacilantes de espuma,
el pasado es océano
y el océano es paz,
todo es viejo
y todo es nuevo,
todo es posible,
todo muere,
todo renace
en los sueños
de California.

lunes, 21 de marzo de 2011

Las partículas de prueba


Las partículas de prueba no son dueñas de su propio destino. Deambulan perplejas por el Universo, como virutas de ferrita alinéandose con las líneas de campos magnéticos invisibles, asteroides orbitando anónimos en torno de una estrella, cometas espolvoreando de luz el espacio, electrones danzando bailes inciertos en un átomo, o las notas de una partitura, enclaustradas entre las líneas del pentagrama, obligadas a fluir siguiendo designios externos de los que no pueden escapar.

Las partículas de prueba escuchan al mundo, pero el mundo no parece escucharlas demasiado. Entienden y admiran las geometrías y músicas del Universo, son conscientes de las fuerzas y mareas que controlan su devenir, pero ese mundo que las mece en su regazo no parece reaccionar a su presencia, sino que permanece afablemente indiferente.

Y esta indiferencia puede volverse exasperante. ¿Por qué el mundo no responde a la admiración de las partículas anónimas?. Sólo bastaría un guiño insignificante, algo que las hiciera sentirse parte activa del mundo, más que meros espectadores u observadores externos, sino actores cuyos aciertos o errores tuvieran consecuencias y contribuyeran a modelar orgánicamente su entorno. Las partículas de prueba quieren sentirse vivas. Se esfuerzan y esfuerzan por intentar dejar una huella, por minúscula que sea, en ese mundo cuya belleza y armonía tanto admiran, en los otros entes cuyas trayectorias se aproximan a intervalos, y para ello emiten destellos desesperados y se agitan e intentan saltar fuera de la prisión de sus líneas de mundo. Pero todo parece en vano, y la única respuesta es el insondable silencio del cosmos.

Sin embargo, siempre quedan los sueños. Las partículas sueñan despiertas. Con esquirlas metálicas haciendo saltar a los imanes, asteroides causando precesiones en las trayectorias de los soles, líneas de fluido creando vórtices de la nada para converger con otras, notas saltando entre las líneas del pentagrama, saliéndose del papel para conocer ese espacio en el que, aunque no lo sepan, sus músicas llevan siglos haciendo realidad sus propios sueños imposibles.

sábado, 5 de marzo de 2011

Los fantasmas de la noche




Los fantasmas no son almas en pena que deambulan atormentando a los vivos. Son reflejos de la percepción que late en el subconsciente, en las esquinas de la mente, de los caminos aún no transitados, de las tramas de luz que se esconden tras la oscuridad. Son a la vez el miedo a lo desconocido y la emoción que brota al sentir su acercamiento silencioso desde los rincones de lo cotidiano.

jueves, 3 de marzo de 2011

Surf

Me sumerjo en el agua. El frío en los pies sacude el resto del cuerpo, que despierta de su letargo. El traje de neopreno rezuma números y ecuaciones que se dispersan en el agua, deformándose como si fueran gotas de tinta, convirtiéndose en un plancton oscuro de lógica informe. Desde su superficie el mar se percibe como un paisaje orgánico y latiente. Las olas se abalanzan sobre mí, y su paso deja venas vibrantes de agua ramificándose y resbalando brillantes sobre la superficie encerada de la tabla, que se desintegran en gotas temblorosas henchidas de incertidumbre. Venas de frío invisibles bajan por la espalda, entre la piel y el neopreno. Los brazos se tensan por el esfuerzo de remar contra la corriente. Tengo la sensación de que poco a poco mis pies y manos se transparentan. El sol se acerca a la superficie ondulante arrastrado por un hilo invisible, y derrama pequeños soles danzantes sobre el agua, que se convierte en un universo elástico poblado de galaxias de luz y color. Sobre la orilla se levantan las montañas, bajo el mar del cielo azul y la espuma de las nubes. Unos dedos invisibles se han manchado de nube y han arrastrado estrías gigantes de blanco hacia la base de las montañas; quizá se trate de una ola vertical en retirada. Violentas supernovas de espuma sacuden el punto de visión, que vuelve en sí entre vaivenes, bajo un manto de nieve burbujeante que parece caer a cámara lenta, traspasada por los rayos de luz. Agua, espuma, aire, luz, estallidos de gotas, furia contenida. Se acerca otra ola, la tabla en posición, los músculos en tensión, la mente expectante, los brazos impulsando, y de repente llega el momento de abandono, el mar toma el control, la tabla ya no obedece la lógica propia sino que se doblega a fuerzas más poderosas e incontrolables, y sólo queda entregarse uno mismo y hacer propio el empuje del mar, intentando con torpeza ser parte de la ola, ofrecerse a una fuerza mayor, mecerse en la pasión del océano, en unos segundos de velocidad jubilosa y alegría primitiva.

martes, 1 de marzo de 2011

Pasacalle y fuga


Camino por la playa. El sol cae detrás de los edificios de la Universidad, a mi espalda, cuya sombra avanza ominosamente sobre la arena, persiguiéndome. Huyo de la sombra, que de algún modo trae consigo amenazas que no tengo ninguna intención de conocer. La parte iluminada de la playa resalta dorada, la luz horizontal acentúa la precisión de las formas. Al fondo el muelle de madera se adentra en el agua, las luces a punto de encencerse y derramar estelas en el mar.

Un niño a mi izquierda completa algunas esculturas de arena. Ha modelado una enorme tortuga, con un caparazón festoneado de piedras de bordes pulidos, y tiene las manos ocupadas en un delfín arqueándose hacia las profundidades de la playa. Las esculturas están condenadas a la muerte por dilución en la inmensidad del océano, y eso las hace maravillosamente irrepetibles. En mi mente escribo una oda a la futilidad inspirada por el chico encorvado sobre sus esculturas efímeras, o me imagino a alguien haciendo una escultura del niño a su vez esculpiendo la arena.

Las olas marcan el tiempo tranquilas. Me concentro en la música de la ruptura de cada ola, un crescendo inicial que suave pero irremisiblemente desemboca en un sturm und drang de violencia espumosa, para pasar a un movimiento final infinitamente pacífico, en el que el sonido sordo y levemente crujiente de las miles de burbujas desintegrándose sobre la tierra en el abrazo final e incabable de la ola a la costa en su último estertor me llena por completo, llevándose todo lo demás, limpiando la mente, vaciándola de ruido con su ablución efeverscente.

La sombra me sigue persiguiendo. A cada paso descubro con inquietud que la piel de mis manos parece verdear, y se cuartea en grandes escamas. Mis piernas y brazos se acortan. El tronco se endurece, la cabeza retrocede sobre los hombros. Una fuerza desconocida me fuerza a encorvarme hacia el suelo, hasta que llega un momento en que sólo puedo avanzar arrastrándome, empujando torpemente la arena hacia atrás con mis extremidades, que prácticamente parecen aletas.

Soy una tortuga. Creo que estoy hecho de arena. Me siento extrañamente a gusto en mi cuerpo de reptil. Abro bien los ojos. Saboreo los movimientos pausados de mi avance, mientras poco a poco la luz se va agotando. Descubro que las tortugas podemos sonreír, en una media sonrisa soprendida de sí misma, con un leve y divertido toque de ironía. Me detengo a disfrutar de la magia de la puesta de sol, la música del mar, la textura de la arena, las pinceladas de mercurio y oro. No hace falta huir. Sé que la sombra nunca me va a alcanzar.

miércoles, 23 de febrero de 2011

La cara oculta de la luna


La cara oculta de la luna es el lugar en donde se esconden las oportunidades perdidas. Avergonzadas por no haber podido fructificar en el extraño mundo de los humanos, desengañadas de su vana ilusión de que bastaba con presentarse ante alguien para ser alegremente atrapadas, las pobres oportunidades perdidas se dejan caer allá donde su melancólica desesperanza esté a salvo de las miradas humanas. En el terrible silencio de las palabras que nunca fueron dichas, el fino polvo en el fondo de los cráteres esconde los diminutos cristales de los pensamientos que se perdieron, los besos que nunca se dieron, las reconciliaciones que nunca se intentaron, los poemas que nunca se escribieron, las melodías que no fueron descubiertas, las fórmulas que aún no fueron concebidas, las ideas que pudieron cambiar el mundo.

Hay quien cree que las oportunidades perdidas están aguardando a ser redescubiertas. Es por ello por lo que, década tras década, pequeñas figuras en escafandra se adentran en la cara oscura de la luna con el corazón dando saltos en el pecho, ellos mismos dando zancadas de ingravidez imposible, bailarines blancos sobre un fondo de estrellas, en busca de las posibilidades infinitas. Pero nadie ha vuelto. Porque en la fina arena blanca no sólo se entierran las oportunidades no aprovechadas, sino también las oportunidades por venir, los futuros alternativos que se desdoblan a cada segundo. Para poder hacerse con los codiciados cristales, los ávidos astronautas han de arriesgar su integridad para respirar un poco de polvo lunar. Una vez que la nube blanquecina, surcada de los destellos intermitentes de las ocasiones extraviadas, desaparece en los pulmones del aventurero espacial, en cuyos ojos y visera de oro brilla fantasmagórico el paisaje lacerado de la luna, la exhalación siguiente contiene los vapores de la ilusión perdida, que se esfuman en la casi inexistente atmósfera en el momento que el astronauta percibe ante sí, en un fatídico instante, todo su pasado, sus presentes alternativos y sus futuros. Se trata del segundo más terrorífico que pueda concebirse, un momento de una fuerza aniquiladora indescriptible, que arrebata toda excusa para seguir latiendo al corazón que antes saltaba excitado ante las promesas por venir. Unos instantes después, sólo queda un nuevo montoncito de polvo lunar y unas huellas que no llegan a ninguna parte.