domingo, 23 de diciembre de 2012

Caballo alfa, no-caminos, y las frutas de Buda


Unas montañas en China vistas desde arriba, en una región suficientemente remota como para librarse de las neblinas malignas de contaminación que en tantos otros lugares sustituyen a los cielos azules por mantos grises y enfermizos en los que el Sol no es más que una patética mancha temblorosa, y la luna, al asomarse a las noches anaranjadas, casi sangrientas, parece una más de las lámparas de neón engoladas con halos espectrales de niebla que proyectan danzas apocalípticas de sombras fusionándose confusas sobre los suelos de piedra y asfalto. Pero en este paisaje hay luz y azul, y laderas verdes salpicadas de una miríada de templos por los que pululan hormigas humanas, especializadas por lo general en labores de turista –manga corta, cámaras al hombro-- o de monje –túnicas de color ocre, cráneos rapados, andares acompañados de murmullos de tela.

En la lejanía se oyen cantos religiosos y polifonías caóticas de oveja. Es un día de calor húmedo en la región de la montaña de las cinco terrazas, un lugar de peregrinaje budista lleno de templos tanto antiguos como nuevos, enroscados en las colinas entre calzadas adoquinadas y escaleras, adornados con estupas blancas, banderas multicolores agitándose en la brisa, vigas y puertas de madera, ruedas de rezo, túnicas y zapatillas secándose al viento, estandartes de telas amarillas y verdes colgando de los techos y dando solemnidad a los budas resplandecientes de oro, inscripciones, gente trabajando subida a los tejados, ofrendas de fruta y café para los dioses y de cigarrillos para las fotografías de Mao, convertido en una nueva deidad ávida de nicotina.

La vista se aparta de la aglomeración principal de templos y empieza a deambular por las cinco terrazas sagradas y por entre los valles circundantes, en los que se reconocen motas de animales de pasto, de coches avanzando por las carreteras que llevan a las cumbres, y de personas andando por los senderos entre los picos. Un momento... ¿qué era eso? Parece que hay una mancha humanoide en medio de la ladera de uno de los valles, de pendiente muy pronunciada. Es más, parece que la mancha, en ausencia de sendero, va avanzando penosamente hacia arriba terreno a través. A ver, acerquemos la vista..... es un hombre. Y parece bastante cansado. Es más, la figura parece familiar. Muy familiar. Mmmm.

Quizá debería explicar qué hago perdido en un valle en una región interior de China, con Mochila transportando apenas un par de piezas de fruta y una botella de medio litro de agua que ha sido prácticamente vaciada durante la mañana, y aún con bastante camino que recorrer.

Pues estoy intentando subir a la terraza central, a pie. Aún me queda ganar varios cientos de metros de altura, pero al menos la parte infernal de matorral bajo y de quebradas ha quedado atrás, y por aquí, aunque la pendiente es inmisericorde, apenas hay un mullido pero grumoso manto de hierbas. Que tampoco es lo mejor para un caminante con sandalias que no garantizan demasiado la estabilidad de las pisadas. Estoy bastante cansado y la pendiente en vez de acortarse ante mí parece alargarse a cada paso, así que para no desesperarme procuro centrarme en cada pisada, en el trazado de zigzags mentales hacia arriba que mis pies tratan de seguir, y en mi propio convencimiento de que llegaré arriba, en donde, dado que hay carreteras de acceso, será posible conseguir bebida y comida, que bastante falta hacen. De hecho probablemente pueda cogerse un taxi o autobús de vuelta al pueblo de partida, una vez que las doloridas piernas se hayan ganado su merecido reposo tras llegar arriba.

Al otro lado del valle parece haber un pastor cuidando de unas ovejas. Me pregunto si me estará viendo y dudando de mi salud mental. No sería la primera persona sorprendida al verme esta mañana. Unas horas antes, tras salir del pueblo tratando de seguir el paupérrimo mapa con información sobre los templos y carreteras circundantes que había conseguido en una oficina de turismo en la que sólo se hablaba chino --mapa por el que sólo pagué tres veces el precio nominal, y oficina en la que constaté lo que decía mi guía de viaje sobre la ausencia de cualquier tipo de información sobre senderos o caminos en la montaña, y en la que mis preguntas sobre ir andando hasta los picos 1000 metros más arriba fueron recibidas con miradas cómplices de “este tío está majara, para qué quiere andar, pero bueno, al menos le podremos sajar por el mapa”-- pues bien, mientras caminaba tratando de identificar una carretera que supuestamente me llevaría al fondo de un valle desde cuyo equivalente en el mapa partía una fina línea que llegaba a la cumbre central y que por supuesto sólo podía ser un camino; mientras fracasaba encontrando esta carretera y me decidía a tirar por el monte en el primer caminillo que encontrara en la dirección aproximada del valle; mientras me iba adentrando entre tumbas abandonadas de monjes, ganando un poco de altura y posibilidades de perderme, acabé llegando un claro libre de árboles, en un extremo un servidor, en el medio una pradera, y al otro extremo un grupo de lamas dando unos respingos de terror que bien podrían llevarles a levitar, aterrorizados como si en la tranquila mañana del bosque su plácida soledad se viera interrumpida de repente por un oso gigante irrumpiendo con rugidos y destruyendo las ramas a su paso, o lo que es peor, como si un occidental pálido, de ojos azules, bolsa de cámara al hombro, apareciera de repente como una visión extraterrestre o totalmente fuera de lugar en estos parajes tradicionalmente libres de hombres pálidos de ojos azules. Por supuesto, salí del claro lo más rápido que pude, tras saludar y sentirme un invasor de intimidades fuera de lugar, para diez minutos más tarde acabar atascado en una maraña impenetrable de arbustos espinosos que me obligó a cambiar de rumbo, si bien desde esta altura por fin podía ver hacia abajo la carretera del valle que buscaba, a donde pude llegar sin más problemas que una caída en una zanja en la que casi pierdo la cámara, pero de la que pude salir algo embarrado y arañado sin más problemas que algunos recuerdos sensoriales de las amables ortigas en el fondo de la zanja y el no tan amable recibimiento de un perro con malas pulgas –bueno, no llegué a ver a las pulgas, pero deberían de ser malas por contagio de la maldad perruna-- que me hablaba con unos ladridos en chino que no entendí pero que sonaban más agresivos de lo que me habría gustado, al que traté de ignorar pasando de largo y dándole la espalda hasta que empezó a correr detrás de mí gruñendo y babeando violencia destilada y quién sabe si ácido sulfúrico, pero por suerte era todo fachada y saliva de fanta limón y al darme la vuelta y devolverle ladridos y gesticulaciones españolas se lo pensó mejor, no sea que las terribles leyendas sobre los perros pálidos de ojos azules, acento extraño, que andan sobre dos patas y cargando bultos extraños quizá tengan algo de verdad y compense ser prudente.

Hay que decir que éste no fue mi único encuentro de la mañana con animales, y ni siquiera el único encuentro involucrando persecuciones no deseadas, como se verá más adelante. El caso es que tras avanzar por la carretera del valle, llegué a un pequeño grupo de casas con perros de variedades más pacíficas correteando en los alrededores y ancianas con sombreros tradicionales sentadas al calor de la mañana. Allí se acaba la carretera, como indicaba el mapa, y supuestamente debía de empezar el sendero que seguía valle arriba hacia la cumbre. Y voilá, un sendero fue encontrado, y comenzó la ascensión, por el mismo lado del río que aparecía en el mapa, lo cual era una señal prometedora, hasta que el sendero cruzó el río sin que la línea correspondiente en el mapa se dignara a hacerlo. Pero bueno, no era cuestión de sospechar, mientras el camino siguiera ascendiendo todo iría bien, y el camino desde luego ascendía entre laderas herbáceas, con árboles un poco más adelante, y un grupo de caballos majestuosos perfilándose en un saliente de la falda de la montaña contra el otro lado del valle, mascando hierba pacíficos, el pelaje brillando al sol, mirándome indiferentes al principio, más interesados después, las delgadas patas impacientándose según me acercaba, hasta que pasé entre ellos, les saludé sonriendo, les dejé atrás unos metros, y el caballo alfa decidió seguirme al detectar los ruidos de mi estómago, el tal estómago preocupado por la ausencia de agua y comida dentro de Mochila, Mochila encogiéndose de hombros, mirándome de soslayo y lavándose las manos ante Estómago, lo que no hizo sino aumentar sus protestas, y el caballo alfa deduciendo que mi andar resuelto y hambriento se debía a mi deseo de encontrar pastos más apetitosos, con lo que decidió unirse a mi periplo, y tras él, el resto de la manada en una fila india.

Y sí, merece la pena detenerse un tiempo en esta imagen: yo andando ladera arriba, seguido por una decena de caballos, en una montaña perdida en el interior de China, escaso de alimentos, y escaso de poder de convicción sobre el caballo alfa, al que trato de explicar que no me debería seguir: me paro, me doy media vuelta, el caballo se para, le hago gestos para que se quede ahí, me vuelvo a dar la vuelta, doy unos pasos, otra media vuelta, el caballo alfa no se mueve, vamos bien, media vuelta, pasos, ruido detrás, media vuelta, el caballo avanza de nuevo y con él el resto de la manada, suspiro, gestos para que se paren, se paran, media vuelta, sigo andando, ruido detrás, media vuelta, la manada viene hacia mí otra vez, gestos algo más desesperados, caballos parándose, media vuelta, sigo andando, ruido detrás, y así hasta que llegamos a un muro impenetrable de árboles y arbustos en el que el camino acaba abruptamente y no hay manera de seguir (lo que es certificado tras varias incursiones infructuosas entre la maleza), media vuelta, caballo alfa y yo nos miramos, y miramos a nuestro alrededor, y no hay ni rastros de mejores pastos, y puedo sentir la decepción en los grandes ojos de Caballo Alfa, llenos de sabiduría oriental enriquecida con el desmoronamiento del mito del hombre blanco explorador y descubridor de pastos de verdor elíseo, y así me veo forzado a dar media vuelta, los caballos que ya no me siguen y esbozan muecas irónicas, y he de volver a cruzar el río, pero al otro lado del valle no hay camino, pero al menos no hay maleza inexpugnable, así que toca andar monte a través, mis sandalias encantadas de retorcerse entre los matojos de hierba y matorral bajo, haciendo que los pies resbalen ligeramente a cada paso, mis tobillos tarareando de contento, y quebradas con matorrales recibiéndome alborozadas cada poco, el Sol pegando fuerte y la sed también.

Y en estas lides el avance es bastante penoso y entre quebrada y quebrada me resulta difícil ganar altura en el valle. La excursión no promete mucho y las piernas están empezando a notar el esfuerzo, y la voz de la razón sugiere tímidamente que quizá si no hay camino tampoco hace falta ir hasta la cumbre, que aún hay que ascender a lo mejor otros 500 metros de desnivel, que como excursión veraniega improvisada la cosa ya ha estado bien, incluye ndo monjes asustados, perros perseguidores y caballos decepcionados, y que no vendría mal comer algo después de todo. ¿Pero quién escucha a la voz de la razón? La voz de la sinrazón indica convincentemente que dado que la cumbre es visible desde donde estamos, tampoco será tan difícil llegar, sólo hay que tirar para arriba, y que qué es eso de tirar la toalla, que las montañas están echas para ser subidas, y en cuanto a la falta de comida y bebida, pues ya habrá viandas en torno a los templos de la cumbre.

Y sinrazón 1, razón 0, seguimos agotándonos entre quedrada y quebrada, encontrando conatos de sendero que suscitan reacciones de alivio, pero que luego mueren a las pocas decenas de metros entre hierbajos y maleza. Decido nombrarlos como no-caminos, y empiezo a imaginar una teoría sobre no-caminos como fluctuaciones espontáneas brotando aleatorias desde el vacío senderil, sin orden ni concierto ni destino, quizá haya una formulación de la teoría en términos de integrales de no-camino, de misteriosa relación con las integrales de camino de la física cuántica, pero apenas se ha ganado altura respecto al río, y realmente debería decantarme definitivamente por un lado del valle u otro y tirar para arriba más seriamente, y elijo quedarme en el lado en el que estoy, grave error, pausa para beber unos sorbos de agua y tomar una pera, que equivale a un tercio de los víveres disponibles, y uf, no-camino por aquí, no-camino por allá llevándome en malas direcciones y dándome falsas ilusiones, quebradas que me impiden avanzar por las preciosas y empinadas diagonales hacia arriba que pinto con la mente, pues por este lado del valle con el terreno tan irregular no sé si vamos a llegar muy lejos, en cambio al otro lado del río la ladera sube como una pared, pero no hay matorrales, sólo grumos de hierba, y ahí está la voz de la sinrazón trazando ese nuevo y precioso zigzag mental que sube hacia el firmamento.

Así que aquí ando, tras haber cruzado de nuevo el río, inclinado sobre la pendiente, un punto irrisorio en la ladera, paso a paso monte arriba, las rodillas que empiezan a flaquear. Simplemente sé que voy a llegar, en un estado un poco penoso, pero llegaré al fin y al cabo. Paso, respiración, paso, respiración, paso, respiración, respiración. Aún no me imagino el chasco que me espera al llegar arriba y ver que los templos de la cumbre están en construcción, en medio de un paisaje de estatuas alineadas en formación sobre la pradera, huellas de neumáticos en el barro, templetes con cintas de precintado revoloteando en el aire, columnas y costillas de hormigón y metal, barracas, un grupo de edificios acabados en falso estilo antiguo, las esquinas nuevas demasiado afiladas como para poder permitirse una atmósfera de venerabilidad, con los precintos conviviendo con banderitas, los taxis o autobuses que me podrían llevar de vuelta brillando por su ausencia, y lo que es peor, sin restos de comida o bebida por ninguna parte... ¿moral, quo vadis? No me abandones...

Mientras subo por la montaña aún no me he tenido que hacer a la idea de que me va a tocar volver andando otra vez monte a través, tras una pseudosiesta de mentalización al lado del pequeño templete de piedras verdareramente ancianas que queda en la cumbre, guardado por ristras de banderas coloridas y un par de vacas pastando con aires desinteresados, ellas al menos pudiendo comer cuando yo no podré encontrar más comida o bebida que las dos peras y un sorbo de agua que aún quedan dentro de Mochila, si bien al menos tendré el consuelo de ser arrullado por los cantos de un monje solitario, y también podré ser testigo del maravilloso paisaje de la cuerda de montaña extendida entre la cumbre central y la situada hacia el Este, festoneada por un sendero anclado por mojones de piedra alineados sobre geodésicas invisibles entre las se curvan los meandros del camino, un monje adelantándome corriendo cuesta abajo en un remolino de telas agitadas, las sábanas de montaña cayendo suaves hacia abajo desde los puntos de sujeción de los picos, y ahora sí, maravillosas praderas con caballos pastando y corriendo, las manadas como líneas animadas estirándose y encogiéndose en danzas pausadas, motas blancas de oveja, peregrinos sentados en corros sobre la hierba, el cielo azul irrumpiendo con fuerza entre las nubes difuminadas. Aún no me imagino que después de alcanzar con éxito la carretera de la parte baja del valle, tras brincar alegremente de no-camino en no-camino siguiendo un meta-no-camino planeado gracias a la perspectiva que da la altura, escuchando a los pastores golpeando las rocas con piedras atadas a cuerdas para dirigir a las ovejas, el valle llenándose de chasquidos como explosiones y débiles balidos, viendo a lo lejos una larga fila de vacas con humanos corriendo y andando entre ellas, pues tras cruzar la última zona erizada de matorrales, me pasaré una hora andando junto a un jovencísimo lama, todo sonrisas y piel morena y pliegos naranjas, canturreando en ocasiones, con auriculares en las orejas conectados a un móvil reproduciendo cantos de oración budista, y con quien tendré una conversación hilarante a base de gestos, algunas palabras en inglés, acudidas al diccionario chino que me descargué en el móvil, los intercambios incluyendo grandes revelaciones del lama como las concernientes a los peligros que acechan a los suyos en España, ilustrados con una interpretación gestual de un toro embistiendo a una túnica naranja.

Y mientras mis rodillas tiemblan pendiente arriba, y me imagino a mí mismo visto desde el cielo como una mota insignificante, preguntándome que qué hago aquí en este rincón del mundo, perplejo, cansado, pero con esa media sonrisa que viene de la apreciación de lo absurdo, mientras aún contemplo la posibilidad de que haya puestos con comida en la cumbre y mi estómago aún no se ha desesperado tras tanta salivación infructuosas, aún no me ha venido la idea iluminadora de que la ausencia de comida o bebida no puede ser total, sino que en un lugar del templo nuevo acabado habrá una estancia con estandartes de tela susurrantes y una estatua de Buda, que debería estar agradecido por mi entrega y esfuerzo en mi pequeño peregrinaje, sonriente ante mi cabezonería, que me daría palmaditas en el hombro si pudiera moverse, y ante esta estatua habrá expuesta toda una colección de jugosas y tentadoras ofrendas de deliciosas y coloridas frutas tropicales, y pequeñas pirámides de latas de bebida y café, y galletas, y pastas, y alimentos desconocidos llenos de promesas, y...y la mirada de un monje vigilante que se cruzará con la mía como traspasando y leyendo mi mente impura.


jueves, 6 de septiembre de 2012

Onkel Thomas

La mirada tímida, algo caída, que siempre parecía enfocada hacia otra parte, bajo las sombras veraniegas y cambiantes de los castaños de Madrid. La tez rubicunda y alegre, tan alemana. Una media sonrisa permanente, entre plácida y perpleja, irónicamente consciente de sí misma, reflejada en el cristal de una copa acunando suaves destellos de vino. Frases como susurradas, de las que mis oídos de niño sólo reconocían algunas esquinas.


Te fuiste tranquilo, detrás de tu mirada.

Thomas, nos dejaste un poco más solos, con tus recuerdos. Algunos danzan vaporosos por los lejanos rincones de Canadá.


Auf wiedersehen.
Wir vermissen dich.



jueves, 16 de agosto de 2012

Curvas


Los rótulos luminosos se comban
en las calles de Waterloo,
arrugando los días y las noches.
La tierra se dobla bajo el avión,
cuyo reactor engulle al mundo
y lo escupe deformado,
un poco más cansado.
Beijing hierve y tiembla
en espasmos de refracción,
las pantallas se manchan
con salpicaduras de fórmulas,
mientras las mentes se curvan,
las muchedumbres se enroscan,
los tejados se desenrollan
dorados, deslumbrantes y serenos
sobre la ciudad prohibida,
creando una cascada
de piedra y escalera
que se congela al tocar el mar
de la armonía suprema,
sobre el que flotan soldados
como cartulinas recortadas contra el sol.
Los cipreses se retuercen
centenarios e imperiales,
los pictogramas se repliegan
como esculturas de origami
y extienden al vuelo
sus alas caligráficas,
bandadas semánticas
arqueándose en el cielo.
Los insectos del campus
braman en vaivenes precisos
como pistones mecánicos,
mientras una sonrisa ambigua
brota en el retrato
del padre de la patria.

sábado, 28 de julio de 2012

Verano canadiense




Cuaderno de bitácora


Unas piernas cuelgan por entre los paneles de material aislante del techo de mi oficina. En vez de balancearse libremente en el aire, lo que sería un poco preocupante, reposan firmes sobre una escalera de mano, asomadas entre algunos cables sueltos.

Parece un día normal en los interiores luminosos y asépticos del ala nueva del Instituto Perimeter. Frente a mí tengo una pared entera cubierta de un cristal con tintes dorados, que dan un toque de cálida irrealidad a los paisajes que se abren ante la vista cuando ésta se levanta sobre los papeles con ecuaciones y la pantalla del ordenador. Dentro de esta ventana gigante al mundo, las hojas de los sauces no tienen su característico toque grisáceo en la primavera y el verano, sino que resplandecen con verdes casi tropicales, y los hielos y las nieves del invierno, visibles a través de las ramas desnudas que dejan de ocultar el lago llegado el otoño, se vuelven más amables, especialmente en los atardeceres sulfurosos y extrañamente mediterráneos, con esa luz italiana cayendo en diagonal sobre las visiones de invierno brueghelianas. Es como si un artista renacentista flamenco hubiera pintado las delicadas telarañas de ramas desnudas sobre las capas de gris superpuestas del horizonte y la superficie a ratos mate y a ratos pulida y brillante del lago helado después de un viaje iluminador por entre los paisajes de la Toscana.

Las piernas colgantes se agitan brevemente. Se oye un pitido electrónico.

O quizá la ventana no se abre a la realidad, sino a una proyección de una película sobre las estaciones, rodada con filtros cálidos para incrementar los indicadores de felicidad de la tripulación de la nave espacial Perimeter, flotando perdida por entre los rincones fríos y oscuros del espacio-tiempo en pos de misiones inciertas. De hecho, ¿cómo no sospecharlo antes? Las máquinas de café gratuito, los rincones con sofás y chimeneas humeantes en invierno, las mesas de billar y futbolín, la pista de squash con una canasta de baloncesto, el gimnasio... todo está pensado para que la tripulación no sienta ninguna añoranza de esa cosa llamada ”mundo exterior”. Y evidentemente las proyecciones en las ventanas gigantes –o quizá debería decir pantallas– están pensadas para recrear los los ritmos circadianos acompasados con el ciclo de días y estaciones en la Tierra y así no echar por tierra los milenios de adaptación a las condiciones del planeta azul de los cuerpos de los miembros orgánicos de la tripulación –porque ciertamente hay también algunos androides entre el personal investigador, como demuestra su capacidad de trabajo inagotable y su escasa habilidad para esa cosa tan humana como el intercambio de saludos o inclinaciones sutiles de cabeza cuando las trayectorias de dos tripulantes entran en zona de colisión en los pasillos.

Los pitidos continúan, espaciados regularmente.

Pese a flotar en esta atmósfera de perfecta y amable irrealidad, la nave Perimeter no está libre de problemas. Parece haber algunos desajustes con los sistemas de calefacción en el invierno canadiense. Qué digo canadiense, el invierno del espacio exterior, atemperado hasta -270 grados Celsius por el fondo de radiación de microondas. Probablemente la elección de Canadá como lugar ficticio de la localización de la nave-instituto se deba a la percepción neutral de este país en el imaginario de las múltiples culturas que conviven en su interior, de modo que se eviten absurdas disputas raciales, sin sentido a tantos años luz de la verdadera Tierra, si es que aún existe. De hecho, el escaso número de científicos que se acreditan como realmente canadienses parecería confirmar esta hipótesis de elección de una falsa identidad neutral.

Los pitidos aumentan en frecuencia. Recuerdan al sonido de un sónar.

El caso es que los sistemas de ventilación parecen tener un comportamiento errático últimamente. Hay días en que algunos tripulantes se pertrechan de calefactores eléctricos para sobrevivir a la jornada, y en otras ocasiones las oficinas se convierten en invernaderos tropicales con vistas antárticas. Lo cual no contribuye mucho a mantener la ilusión de normalidad que con tanto esfuerzo tratan de mantener los administradores.

Los administradores... esa sociedad paralela a la de los científicos que mueve los hilos en la oscuridad. La existencia cotidiana en la nave Perimeter parece en principio diseñada para crear la ilusión de que todo gira en torno a los científicos. Todo se hace para ellos y para que no tengan que preocuparse nada más que de sus investigaciones. Y si pueden olvidarse de que están flotando en el espacio exterior, en el perímetro del mundo, imposibilitados de contactar con la verdadera Tierra, mejor que mejor. Pero la realidad bien puede ser distinta. Este sistema de castas implantado por los gurús que diseñaron la sociedad perimétrica bien puede resultar frustrante para los administradores, que descargan sus tensiones con luchas de poder. En efecto, no creo que los problemas de calefacción sean casualidad, sino más bien debidos a un sabotaje del sindicato de técnicos de calefacción para hacer notar su imprescindibilidad y ganar influencia. Y es por ello por lo que hoy tengo unas piernas sobresaliendo del techo de mi oficina mientras unas manos invisibles forcejean con algunos cables y tubos envueltos en brillos de aluminio, mientras algún tipo de medidor pita con una frecuencia in crescendo como si detectara la ominosa aproximación de un cuerpo extraño por los sistemas de ventilación.

En mi mente tengo ciertos recuerdos del invierno canadiense al otro lado de las ventanas tintadas. Me imagino que no son más que el resultado de implantes de memoria diseñados para crear una ilusión de vida en sociedad y de experiencias integradoras en la Naturaleza terráquea. Todo en aras del equilibrio y estabilidad psíquicas del cuerpo científico. Recuerdo el crujir de la nieve bajo las pisadas o los esquís de fondo, las texturas rugosas del hielo sobre el asfalto, árboles desnudos, pero también el verano, el sonido de las gotas de agua cayendo desde la pala de un remo hacia la superficie quieta pero tensa de un lago en un anochecer cálido, el ritmo de las gotas acompasando los bramidos apagados, casi selváticos, que vienen desde las masas oscuras de árboles en las orillas, todo ello con el acompañamiento grave y jazzístico de los cantos de las ranas toro y los aullidos esporádicos de los colimbos, escalofriantemente parecidos a los de los lobos. Entre los recuerdos invernales puedo rescatar también divagaciones sobre los técnicos de calefacción canadienses, que me imaginaba como una especie de héroes enfundados en trajes espaciales aptos para condiciones árticas, llenos de bolsillos secretos de los que no paran de surgir misteriosos aparatos de medición y herramientas de todo tipo, inervados en su interior por densas marañas de cables y tubos que no se sabe si en algún momento se conectan a las vísceras del cuerpo al que envuelven, los técnicos portando siempre grandes maletines a prueba de choques, avanzando por las calles en formaciones militares, y actuando como cirujanos arquitectónicos, rasgando las pieles de los edificios con bisturís a prueba de acero y hormigón, la tensión superficial interrumpida dando lugar a chorros de tuberías y cables y otros órganos inmuéblicos y géisers de líquidos humeantes de distinta viscosidad y color que han de ser contenidos y cauterizados por grupos de apoyo, el pobre edificio vibrando de dolor y sus habitantes asomándose a la sala de calefacciones con una mezcla de curiosidad, miedo y esperanza.

Viendo a las piernas del técnico forcejear con las tripas del edificio, me da por pensar en la posibilidad de vida no humana o terrícola en la nave Perimeter. Y no me refiero a los androides. Llevo meses sospechando que alguna de las asistentes de programación científica vampiriza a investigadores desprevenidos atrayéndoles hasta su refugio anónimo y cálidamente decorado en la temida ala de los administradores, que los científicos traspasan con inquietud en sus incursiones para pedir dinero o asistencia, la inquietud que no se aplaca precisamente al leer algún cartel en alguna puerta de alguna empleada o empleado de recursos humanos que dice “no me vengas con una Sheldonada” y lo acompaña con una foto de un personaje de una serie de esa cosa que en la Tierra se llama o llamaba televisión, el personaje, un tal Sheldon, siendo un estereotipo del científico retraído, ultralógico, con síndrome de Asperger, incapaz para sentir empatía o de desenvolverse con soltura entre la maraña increíblemente compleja de convenciones y suposiciones, llena de trampas emocionales, de las interacciones sociales.

Aparte de vampiros y robots, hay indicios de otros sucesos extraños en Perimeter. Como por ejemplo la anormal tasa de natalidad entre los investigadores. En los eventos sociales aparecen bebés por todas partes, no se sabe muy bien de dónde vienen, pero se crea la inquietante sensación de que la integración social se relaciona de alguna manera con la procreación. Quizá es que la soledad del espacio estimula los instintos reproductores. O más probablemente todo sea debido a un plan secreto de las manos que mueven los hilos de la nave. Sospecho que las imágenes que se proyectan en la cristalera de la cafetería llegada la Primavera, con familias de gansos creciendo y multiplicándose, dando lugar a ejércitos adorables de crías retozando en el césped y estanque, no son meramente ornamentales. Y creo que no es casualidad que circulen historias de que el fundador-armador del instituto haya dejado recientemente su puesto de alta dirección en una empresa tecnológica y haya sido visto paseando de incógnito por los pasillos perimétricos. Probablemente la empresa tecnológica nunca existió y el Fundador siempre ha estado vigilando en la sombra y maquinando sus grandes esquemas, pero últimamente la atmósfera está un poco más agitada de lo normal. Y los testimonios de avistamientos de su presencia han disminuido bastante en tiempos recientes, más o menos desde que empezaron los problemas en los sistemas de ventilación.

Necesito tiempo para aclarar mis ideas, pero los pitidos del sónar del técnico de calefacción se acercan alarmantemente al continuo. Sus piernas empiezan a agitarse como si temblaran. Se oye una especie de gruñido cuasihumano que viene desde el techo.

Así no hay quien trabaje o piense. Me iré a dar una vuelta al atrio del edificio, un espacio gigante cubierto por cristales sobre los que se proyectan escenas de cielos canadienses –esta vez sin filtros dorados– de una manera muy conseguida, incluyendo efectos de sombras de las vigas de hormigón que se van desplazando sobre el suelo y las barandillas de los distintos pisos (ocupados por oficinas acristaladas, con pizarras y sofás repartidos entre ellas) según las horas del día terráqueo. El espacio da sensación de libertad. Unas esculturas de metacrilato inspiradas en orbitales moleculares flotan a baja altura, sujetas por cables que se entrecruzan. Yo siempre quise dibujar diagramas de Feynman gigantes sobre los paneles de cristal. Es muy relajante saltar desde la barandilla y disfrutar de la ingravidez por un rato, dejando que se vacíe la mente mientras deambula por entre las falsas moléculas. ¿Era eso una tortuga a la deriva? Tengo una visión de la nave Perimeter flotando sobre el mundo real, que se ve absurdamente acelerado desde nuestra perspectiva, mientras desde allá abajo se nos ve como a cámara lenta, cada vez más despacio, más desplazados hacia el rojo.

Quizá sea el momento de echar una partida de billar tridimensional a gravedad cero.

domingo, 15 de abril de 2012

Invierno


Capas de niebla.
Velos de irrealidad creciente
perdiéndose en el blanco,
la nada omnipresente,
vibrante de copos
en reverberaciones térmicas,
el mundo confinándose
en luz y sombra,
ramas y nieve,
hasta que los arcoíris grises
empiezan a brotar
de las cuerdas estiradas
sobre los cielos temblorosos.

La vida amortiguada
sobre los lagos helados,
espacio en e x p a n s i ó n,

el tiempo
elástico
resbalando
  hasta
    quedar
      detenido

    en 

  el


Silencio.


Silencio.


Silencio.



Furia tranquila de copos
sosteniendo los cristales,
mantos aleatorios
integrando las superficies,
ansiosos de cuajar en mundo.


El día transcurre atravesando membranas.


Silencio.


Crujidos en los bosques,
rumores de esquís,
líneas sobre páginas blancas,
huellas de seres invisibles.

Rizos de nieve serpenteando
como hilachas de invierno
en danzas táctiles sobre el asfalto.

Luces eléctricas
con aureolas de hielo.

Máquinas y hombres,
explosiones interiores.

Tejados modelando
turbulencias de marfil.

Atardeceres
de caleidoscopio,
oro y cristal.


Más silencio.


Vivo en un cuadro
de Brueghel el viejo,
con sonidos sordos en la lejanía,
perros husmeando el presente,
cuchillas hundiéndose en el hielo,
ramas de carbón irrigando de vida
los cielos blancos
con espejismos de pájaro,
sobre lagos de hielo turbio
que niegan los reflejos.

domingo, 11 de marzo de 2012

Hierrando


Óxido.
Metales descascarillados.
Costras de polvo salino.
Herrumbre.
Cristales turbios
brillando en el suelo.
Gritos de Munch.
Orografías de aluminio.
El cielo espeso,
áspero, tangible,
como las pinceladas
en un cuadro de Van Gogh.

La sombra de una gaviota
se pierde parpadeante,
zarandeada por los vaivenes
de un torbellino de nieve.

domingo, 4 de marzo de 2012

Fandango


Savall toca para su mujer muerta.
Sobre un fondo de pizarra con diagramas que muestran cuerdas bifurcándose y fórmulas sobre sumas de historias, las cuerdas de la viola pulsan con el dolor de los momentos pasados, anudándose en los nudillos, en el brillo de los ojos humedecidos, las respiraciones, el sonido de los dedos deslizándose sobre las cuerdas, las manos acariciando el instrumento tratando de invocar a historias difuntas que acuden a la llamada pero que se quedan mirando ausentes, encogiendo los ánimos, sin responder a las preguntas que flotan en el aire. Entre las notas dolidas vuela un silencio sin fondo, de soledad y desiertos, apenas roto por los chasquidos de los hilos que nos atan al pasado, que poco a poco se rompen dejándonos un poco más a la deriva, con los corazones arrugados, las gargantas anudadas, los sueños escapándose, el tiempo naufragando en arenas de nostalgia.

Sólo un fandango puede romper el hechizo y hacer que la melodía vuelva a remar hacia nuevas tierras.


Allá por la tierra mía,
se oye la voz de un sonero,
que canta con gran esmero
su orgullo, su miedo, su fantasía;
su fe, su amor, su poesía;
sus pasiones y su alma.

Cual pájaro trovador
canta, llora y nos dice adiós,
cuando nos clava su voz
en lo profundo del alma.
Cuando nos clava su voz
en lo profundo del alma.

Y a remar, a remar, a remar en el río,
que aquél que no rema no gana navío.
A remar, a remar en el agua,
que aquél que no rema no gana mi alma.

El Fandanguito se canta
con desbocada pasión.
Arrugado el corazón
y anudada la garganta.
Hasta la calma se espanta
en la tierra del empeño.
Y de un suspiro me adueño.
Y lo gozo con encono…

Cuando El Fandanguito entono
siempre se me escapa un sueño.

Y a la ela
y a la ela y más a la ela,
golpe de mar
barquito de vela,
dime mi bien
para dónde me llevas,
si para España
o para otras tierras,
o a navegar al mar para afuera.

domingo, 26 de febrero de 2012

Bar


Asfalto fragmentado en islas de hielo.
Membranas líquidas vibrando al son de la música.
Destellos de cristal, telarañas de palabras,
mientras yo observo desde algún lugar lejano,
flotando en una nada pacífica.

domingo, 5 de febrero de 2012

Variaciones mecánicas

Es una mañana soleada. Los motores de la tramoya invisible del cielo se han activado y han descorrido el telón de la noche. El círculo del Sol avanza engranado sobre un arco de cremallera dentada, los pájaros se agitan sacudidos por hilos invisibles, las nubes se mueven empujadas por ventiladores.

Las moléculas de aire fluyen a caballo de una brisa con aromas mecánicos, un día perfecto para que dos físicos teóricos hagan sus pinitos en física macroscópica. K. tiene un coche que necesita mantenimiento: la correa de distribución y las correas de los ventiladores, alternador y compresor lanzan a gritos premoniciones apocalípticas. Lo que no tiene K. es ganas de gastarse más de mil dólares en un mecánico, sobre todo después de haber sido sangrado durante la inspección de seguridad requerida para la importación temporal de Coche a Canadá, en la que se detectó inesperadamente una artritis en un brazo de suspensión que no era cubierta por su seguro de salud. Y hablando de sangrías, es preferible no entrar en el tema de las vampíricas compañías de seguro canadienses, que pueblan las pesadillas de muchos con imágenes de hombres sin rostro, jeringas gigantes extractoras de dinero y sopletes que funden tarjetas de crédito.

Así que K. ha estado dando vueltas a la posibilidad de internarse en el mundo de la mecánica aficionada, un gran paso para alguien cuya experiencia mecanicista se reduce esencialmente al manejo de Hamiltonianos y Lagrangianos. Su amigo H. ha ofrecido su apoyo entusiasta desde el principio, y su ayuda no es nada despreciable porque su área de especialización teórica está relacionada con escalas de energía más cercanas a los procesos automovilísticos que aquéllas en las que se suele entretener el pensamiento kapuntístico. Aun así a K., en un extraño ataque de cordura, le entran dudas existenciales, pues al fin y al cabo la operación podría acabar con el motor del coche convertido en un ladrillo inerte, como bien le ha comentado su hermano ingeniero experimentado en batallas victoriosas entre montañas de cables, manchas de grasa, mantas de herramientas desperdigadas, multímetros empleados de maneras insospechadas y gatos hidráulicos heroicamente sustituidos por palés de madera superpuestos.

Las dudas han persistido varios días, en los que K. ha hecho investigaciones por los vericuetos de la red y ha encontrado información detallada de piezas, herramientas e instrucciones. Sólo falta el empujón final, la chispa adecuada de irresponsabilidad....

Y así pasan unos días durante los que no hay empujones que valgan, pero la respuesta llega insospechadamente en forma de una frase de un monje budista en una película,

¨Si encuentras ante ti dos caminos, uno fácil y otro difícil, escoge el difícil¨.

Así que el día ha llegado. Coche,  H. y K. están reunidos en el aparcamiento del instituto Perimeter, frente a uno de los laterales del edificio, con sus cristales de tinte dorado tipo nave espacial reflejando el cielo y las  ramas de árbol invernales. El pobre Coche está un poco nervioso por los riesgos de una cirugía llevada a cabo por principiantes. Claramente necesita un poco de mantenimiento tras haber cruzado fielmente el continente americano el pasado verano,  pero honestamente, preferiría que el trabajo lo hicieran profesionales. Pero bueno, si K. confió en él para transportarle a él y todas sus pertenencias a través de una trayectoria tortuosa de 7000km --bastante poco parecida a una línea recta, por cierto-- bajo los rigores del calor de Agosto, ahora es el turno de Coche para confiar en que K. sepa lo que hace (...). Así que un poco a  regañadientes firma con las huellas de sus neumáticos el consentimiento informado previo a la operación, y entrecierra los faros con aprensión cuando le inyectan la anestesia en el depósito -- detente, Dave... mi mente se va.... detente.... para, por favor... tengo miedo....detente, Dave-- ante la mirada entre atemorizada y escéptica de Mochila, que eleva los ojos al cielo en una expresión muda, con leves sacudidas hacia los lados.

H. y K. se lavan y preparan el campo quirúrgico colocando las herramientas en torno a Coche, junto con las hojas de instrucciones. K. Se pregunta si su otro hermano, cirujano, también opera siguiendo un libro de instrucciones, pero no hay demasiado tiempo para pensar, hay mucho trabajo por delante.

Los tornillos empiezan a ser retirados, y H., como buen experto en teoría de la información, se encarga de poner un poco de orden en vistas a la futura reconstrucción, pues si por K. fuera al final no habría sino una montaña de entropía metálica de la que Coche no podría re-emerger jamás en un tiempo finito.
La mandíbula de Coche es retirada con éxito y apartada. Varios buitres mecánicos empiezan a sobrevolar en círculos sobre la escena. Los tornillos se acumulan, van cayendo piezas en torno a Coche, el radiador del aire acondicionado se pela a un lado, los brazos de H. y K. se empiezan a llenar de grasa, tornillos, más tornillos, conductos de aire, llega el momento de drenar el sistema circulatorio del radiador, la sangre verde oxidada salpica el pavimento, pantalones, camisas, se olvida abrir una vía de aire en el depósito de expansión del circuito de refrigeración y hay que bombear el agua masajeando los tubos como si se ordeñara una vaca, menos mal que Coche está dormido con la anestesia porque si no temería por su vida ante la falta de experiencia de sus improvisados cirujanos, Mochila se frota los ojos y suspira, al final todo el agua se vacía y queda un buen charco, las herramientas empiezan a descolocarse y encontrar cada cabeza hexagonal es una aventura, los buitres mecánicos empiezan a graznar excitados, toca apartar el radiador principal según las instrucciones, pero ¿dónde están las instrucciones?, ¿pero qué son esos tubos rígidos debajo del radiador que no aparecen en la foto de las instrucciones?, habrá que desconectarlos, pero está muy duro, --prueba con la llave inglesa, no, hay que girar para el otro lado-- mggh#”%hmpf, ya está, mira, sale un líquido que parece bastante denso, a ver, tócalo, es bastante viscoso...no parece agua del circuito de refrigeración....mmm....más bien sabe a aceite de coche, ¡¡puaj!!, ¡¡tenemos una fuga de aceite!! malditas instrucciones, no viene nada de esto...rápido, cauteriza, quiero decir, ¡¡reatornilla! ¡Está perdiendo mucha sangre! --¿has conectado el equipo de circulación artificial?? ¡¡¡No me jodas!!!  De hecho, esto es bastante viscoso, Coche debe de tener el colesterol por las nubes. La batería está perdiendo voltaje, la señal se nos va, Carlos, ¡¡trata de arrancarlo!!! No des patadas al pobre Coche, no es una técnica de reanimación aceptada por la asociación de automóviles canadiense....Aaaaah, ya está cerrada la fuga, uff, no ha perdido mucha sangre...

En esto aparece el guardia de seguridad del instituto Perimeter.
¿Se puede saber qué leches estáis haciendo aquí?
Estamos intentando arreglar el coche... (Coche emite gorgoteos fantasmagóricos en su sueño anestésico).
Yo creía que simplemente iríais a cambiar alguna bombilla, y por eso no os dije nada...pero ya lleváis unas horas y no sé qué pasa aquí...
Queremos cambiar la correa de transmisión.
El guardia mira el rompecabezas de piezas desperdigadas. Los buitres emiten unos sonidos que en algún idioma siniestro han de ser risas.
¿Estáis seguros de que vais a ser capaces de montar esto?
Estoy seguro de que vamos a intentarlo...
Gorgoteos de Coche.
Pues a ver si lo hacéis antes de que anochezca, aquí no lo podéis dejar....además esta noche hay una celebración en el Instituto y el aparcamiento debería estar libre.
Estamos en ello...


Oye, sabes que efectivamente no es legal dejar el coche aquí por la noche, no?  Qué pasa si no conseguimos montarlo o arrancarlo?
Ehhh...mejor no pensar en ello...si no se puede no se puede...se podría llamar a una grúa. Pero pensemos en positivo, es hora de desmontar las correas.

Tras diversas maniobras conjuntas de H. y K. aplicando pares opuestos para desatornillar varias poleas, y una vez que se han añadido unas cuantas correas al caos de piezas en torno a Coche, queda al aire la correa de distribución, cerca del corazón, con algunos signos de desgaste. Pero antes de pasar a la delicada maniobra de transplante hay otras tareas que completar: en el kit de piezas de “cambie usted mismo su correa de distribución” que K. consiguió en la red venían algunos componentes extra como un termostato y una bomba de agua nuevos, que H. y K. pretenden intentar cambiar, con la excitante perspectiva de rebozarse en el charco de sangre grasienta de Coche y meterse por debajo de él para acceder a sus tripas.

Uf, huele un poco mal, me pregunto qué habrá comido Coche. Hmmm, esto no parece de fácil acceso. Pero por otra parte tampoco tenemos llave para la polea de la bomba de agua, ¡Esto no venía en las instrucciones!
Vaya putada. El tiempo vuela, ya son las dos de la tarde...vamos a tener que darnos prisa. Ten en cuenta que quedan 3 horas de luz...entra en Perimeter a ver si alguien tiene una llave.

Efectivamente, una técnico de sonido que está trabajando en algunas instalaciones para la fiesta nocturna en Perimeter presta amablemente una llave a K., pero no sirve de gran ayuda.

No vale. Voy a irme a comprar una llave.
En bicicleta? Vas a tardar tres siglos.
Ya...bueno, espera, he visto antes a un colega de mi grupo aparcar su coche, quizá él me lo deje...
¿Están los pájaros esos volando a menos altura o es mi imaginación?

Una hora después, K. regresa y encuentra a H. en el asiento del conductor, mirando abstraídamente a las sombras que planean en círculos sobre la escena.

Pues vaya si has tardado ¿Has conseguido las llaves?
Creo que sí.
Mientras estabas fuera ha vuelto el guarda, y no estaba contento.
Mmm...no sé si debería comer algo. Tengo el estómago vacío. Mochila sigue teniendo a la tortilla y las barras de cereales, verdad?
Venga, que se nos echa el tiempo encima, y estamos todo llenos de grasa, tenemos que ponernos a esto. Y no me extrañaría que Mochila se haya hartado de esperar sin hacer nada y se haya comido todo. Y no me hagas hablar del estropicio inenarrable que has hecho envolviendo la tortilla, que he echado antes un ojo y aquello no tenía nombre.

Mochila desvía la mirada con expresión de culpabilidad. Las manecillas del reloj CASIO digital de H. dan vueltas a un ritmo implacable.

Mierda, vaya pérdida de tiempo. Por mucho que tenga la llave nueva no puedo acceder todavía a los tornillos del termostato. Aaaaaaaahhhh. Se nos está escapando esto.
Calma, hay que ser constructivos. Olvídate de la bomba del agua, cambiemos las correas.  No tenemos tiempo, nos quedan dos horas de luz. Se nos va a ir Coche.

Pasan unos transeúntes.
¿Qué pasa, habéis tenido un accidente?
No, estamos intentando arreglar el coche.
¿De verdad? ¡Estáis locos!, parece destrozado. ¿¿Estáis seguros de que sabréis montarlo??

Oye, los buitres de arriba están haciendo ruidos muy raros. Sabes como alinear bien los ejes del motor?
Está en las instrucciones.

Las mentes de H. y K. se nublan con visiones de dientes de engranajes, tensores, pernos, tuercas, llaves hexagonales, de doce puntas, cabezas de Torx, Phillips, Allen, llaves inglesas, trinquetes, puntos muertos inferiores que resucitan de entre los muertos, ejes de levas, grupos de cigüeñales blancos volando  por el cielo en formaciones triangulares y anidando en cárteres aceitosos encajados en las ramas del lago cercano.

Los buitres graznan alertando de la aproximación de otro personaje que quizá signifique una amenaza en la competición por la carroña metálica.

Buenas tardes, ¿¿qué es todo esto??¿se puede saber qué estáis haciendo aquí? ¿Sabéis que esto es un aparcamiento privado?
Ehh...buenas tardes, sí sí, claro que lo sabemos, pero es que trabajamos en el instituto, estamos intentando arreglar mi coche.
(Breve mirada de sorpresa, que se endurece con algo de sorna). ¿En serio? Pues mira por dónde, yo también trabajo en Perimeter.
Ah muy bien, soy un nuevo postdoc.
Pues no me suena nada tu cara, y si realmente trabajaras aquí nos habríamos cruzado, ¿no? ¿No te parece un poco extraño?
(Mochila se ríe entre dientes, parece disfrutar de la situación, en contraste con K., que ya no lo ve tan gracioso tras nosecuántas horas sin comer, lleno de grasa hasta las cejas, viendo el tiempo pasar, la tarde caer y Coche totalmente destripado sin visos de mejorar, la moral empezando a deslizarse por un tobogán hacia profundidades estigias).
Ejem...quizá le ayude echar un vistazo a mi permiso de aparcamiento de PI colgando del espejo.
Hmgphg. Jpgtrs. Mghfp...gtrsw....pero...¿cómo me hablas con una forma verbal de respeto si no las hay en inglés? ¿acaso no estamos hablando en inglés? No entiendo nada. ¿Y cómo vais a acabar esto, si es que podéis? Se va a hacer de noche y el espectáculo no tiene muy buena pinta. Y dime quién va a limpiar este desastre, todo el aceite sobre el pavimento?
Es que apenas hay aceite, es en su mayoría líquido anticongelante.
Hmgfjptj. Pues a ver si podéis acabar.
En ello estábamos.
Hmpgtpj.

Al final sustituir la correa de transmisión es casi la parte más fácil gracias a las instrucciones de Internet, si se descuenta que un tornillo se parte al apretarlo porque hay algo de holgura en la fijación del tensor de la correa al bloque del motor, pero es casi mejor no pensar demasiado en ello,  y parece que al final los dos ejes del motor acaban correctamente alineados. Toca montar todo de nuevo, a la luz del atardecer...¿qué luz del atardecer? A la inexistente luz de la noche temprana, ayudados con algunas linternas.

Pero K., ¿¿qué leches estás haciendo?? ¿¿Te has metido algo? ¿Quieres montar la correa serpentina con un nudo en medio por ser original? Por dios, apártate, concéntrate, que nos queda mucho por hacer.
Es que no sé ni lo que veo ya. Y no he comido en todo el día, casi me tiemblan las piernas. Está empezando a hacer fresquito. Qué desastre. No sé si vamos a poder montar esto en la oscuridad. Pfff...esto está por encima de nuestras posibilidades. ¿Y si dejamos el coche aquí durante la noche?
Déjate de tonterías. Tenemos que intentarlo, hay que pensar en positivo y ser eficientes, venga, arriba ese espíritu.

Mochila empieza a susurrar  un motete  fúnebre a varias voces por el alma viajera de un coche.

Jodeeeer, se me ha partido la llave hexagonal, mierda mierda mierda. MIERDA. Eso me pasa por comprar las herramientas de saldo. Es que hay que ser gilipollas ¿Y ahora qué hacemos? Quedan otros tornillos por apretar...

Caen gotas aceitosas sobre el techo de Coche y alrededores. Parece ser baba de buitres mecánicos. H. y K. esperan que no sea corrosiva como en las películas de Alien. El tiempo pasa y al final no se sabe muy bien cómo pero la amalgama caótica de piezas y tornillos empieza a volar y converger ordenadamente hacia Coche como en una película invertida, pero con la iluminación bajada, el contraste disminuido, con efectos especiales de una débil luz de linterna danzando por los fotogramas, y con el  extraño añadido de que la entropía decreciente de las piezas parece transferirse a la localización de las herramientas, en particular las cabezas de tornillos y de llaves hexagonales. El reajuste de la mandíbula de Coche es un via crucis, el efecto de la anestesia empieza a disiparse y Coche intenta balbucear patéticamente dificultando aún más la colocación del parachoques frontal. Pero esto no es nada comparado con la maniobra de encaje del último tubo en la parte inferior del radiador, que trae consigo imágenes patéticas en plan Laoconte y sus hijos luchando contra las malvadas tuberías serpenteantes de plástico, con brazos y manos agitándose frenéticos para encajar las bocas de las serpientes en el radiador. Y se suponía que las serpientes tenían mandíbulas desencajables...

¡Esto es un milagro! ¡¡¡¡¡Hemos acabado!!!!!!  ¡¡¡AAAAAAAAHHHHHHHHH.... !!!!Dios mío, voy a tener pesadillas con el maldito tubo del radiador.
Y mira, ¡apenas nos han sobrado unos pocos tornillos!.

Bueno, habrá que intentar arrancarlo en algún momento, ¿no?
Uf, qué tensión...no sé si me atrevo...
….
Allá vamos... giro la llave y...