domingo, 20 de noviembre de 2011

Bifurcaciones


Nubes maleables de pájaros
fluctuando aceitosas
y dividiéndose elásticas.
Calles y tuberías.
Bordes de acantilado.
Superficies de gota.
Meiosis celulares.
Salidas de autopista.
Ramas alejándose del tronco.
Vasos estallando en pedazos.
Grietas en el suelo.
Días y noches.
Respiraciones.
Árboles de sucesos.
Aviones despegando.
Amarras cayendo.
Vértebras y costillas.
Motas de polvo flotantes.
Brazos extendidos.
Pan desgajado.
Nubes en formación.
Tendones y dedos.
Afluentes de ríos invertidos.
Sábanas deshojadas.
Incisiones quirúrgicas.
Cables y venas.
Libros abiertos.
Torbellinos de nieve.
Vértices de partículas.
Tizas, carboncillos rotos.
Llamadas interrumpidas.
Sombras sobre el suelo.
Palabras invisibles.
Remolinos de leche en el café.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Otoño en Algonquin

Curvas de nivel amarillas
inervadas de infinito,
en las que brotan semillas
de manchas rojizas,
supernovas de sangre
devorando el dorado,
tumores de color,
galaxias de descomposición,
presagios fluctuantes
de renovación y de muerte.

La vista se aleja del suelo,
que vibra agitado
de hojas temblorosas,
cada vez más pequeñas
en el paisaje expectante,
henchido de amarillos,
el sol multiplicado
en cielo, aire y suelo,
el bosque irradiando
y herido de luz,
las hojas que cayeron
palpitando nerviosas,
estremeciéndose al viento
hasta que salen flotando
ingrávidas hacia el cielo,
y el tiempo se detiene
en un coloide de otoño,
de corteza de haya
y de hojas trémulas,
suspendidas y quietas,
oscilando en torno
a un instante eternizado.

Raíces, musgo y hongos
serpenteando en mantos
afilados de ámbar y aguja,
lluvia en los lagos,
círculos en expansión,
lanzas de abeto,
franjas de interferencia,
reflejos filtrados,
acuarelas goteantes,
calma rítmica,
borboteos aleatorios,
golpeteos de gota,
aleteos y formas furtivas.

Noches de negro y fuego,
chispas dibujando
curvas entrelazadas,
el cielo vaciado,
roto en un punto de luz
que germina en redes
de ascuas fantasmales,
que se deslizan lentas
hacia el horizonte oculto,
atrapando al hemisferio
bajo retículos de estrella.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Halloween en el CERN


Las luces se van apagando. Los pasillos oscuros se llenan de sombras que disimulan las texturas añejas, cuyo desgaste no es el mejor indicativo de la tecnología límite escondida en las profundidades. Pizarras silenciosas, techos bajos y suelos brillando de neón, carteles anticuados con mensajes de alerta, paneles analógicos de otras épocas, pantallas planas de instalación reciente surcadas por gráficos coloridos, avisos de radiactividad deslucidos, luces parpadeantes, formas relucientes de metal, grandes, pequeñas, minúsculas, retorcidas, estiradas, filas de bultos extraños tapados por sábanas de plástico polvorientas con pliegues que parecen sacados de cuadros renacentistas flamencos, telarañas de fontanería, madejas de tubos, marañas de cables, ciudades de ordenadores, teléfonos negros con diales anticuados. Los trabajadores van goteando hacia el exterior, llevándose consigo la atmósfera cosmopolita, agitada, algo caótica, la sensación de trascendencia contenida que impregna durante el día las zonas comunes. Las hojas de otoño caen parsimoniosas, las filas de macetas de bambú brillan con una luz verde sobrenatural mientras los iones pesados se estrellan en alguna parte en batallas sin cuartel.

Todo el mundo quiere ver a las nuevas partículas. Ellas son las estrellas de la función, pero como tales han de hacerse de rogar. No pueden aparecer así como así en las entrañas de una de las máquinas más sofisticadas que ha hecho el hombre: hay que mantener el suspense y emoción apropiados para tan gran empresa. Pero ésta es la noche de los muertos y de los sueños, y los espectros de las partículas pueden campar a sus anchas por los túneles y estancias desiertas sin ser vistos ni registrados en las cavernas subterráneas llenas de detectores, que estos días se dedican a coleccionar nuevas pinturas rupestres, llenas de abstracción eléctrica en concordancia con los nuevos tiempos.

Y allí están las partículas, disfrazadas de sueños y pesadillas. Los electrones se despojan de sus capas renormalizadas y pasean sus cargas desnudas, los quarks se desconfinan y pintan las paredes con nubes de color, los neutrinos se hacen visibles con disfraces electromagnéticos. Algunas de las partículas conocidas se disfrazan de partículas hipotéticas –bosones de Higgs, partículas supersimétricas, excitaciones de Kaluza Klein, tecnimesones-- mientras que los fantasmas de las partículas hipotéticas se disfrazan de sus variantes de pesadilla, las indetectables, que hacen sudar a los físicos en sus sueños más pesimistas: partículas demasiado pesadas, Higgses con decaimientos invisibles, espectros de supersimetría artificialmente afinados...

La noche se llena con las trazas fluorescentes de las colisiones fantasma, jets de hadrones, curvas elegantes de leptones que estallan como fuegos artificiales en los rincones de lo microscópico, mientras los científicos duermen y sueñan con conquistar nuevas fronteras más allá de una cotidianeidad que se queda pequeña.