miércoles, 25 de diciembre de 2013
viernes, 20 de diciembre de 2013
Capilano bridge
Un puente
colgante de luciérnagas curva la oscuridad, vibrando tranquilo pese
a mis intentos de estabilizarlo por medio de zapateados con fase
opuesta a la de los balanceos. Me faltan armónicos, pero se han
debido de esconder en el bosque.
Una manada
desperdigada de renos eléctricos mastica helechos entre las tiras de
negrura de los troncos de abeto disparados hacia la noche. Hay
retoños fosforescentes con formas cónicas de una perfección un
tanto artificial, y musgos luminosos cubriendo la parte baja de los
troncos más majestuosos, que están unidos por lianas horizontales
que también refulgen de Navidad y de rostros de personas, de
pantallas de móviles y cámaras y de recuerdos de las películas de
Star Wars, de risas suaves y alientos vaporosos. En la lejanía de
las copas titilan ocasionales miniaturas de estrella.
Hay lagunas de
negrura que llego a confundir con precipicios insondables hasta que
empiezo a reconocer reflejos, y estos cambios de realidad repentinos
dejan pequeños posos de vértigo y de perplejidad ante los vacíos
desaparecidos. Algunos protozoos gigantes con orgánulos de diodos
encendidos flotan inmóviles sobre el agua, mirando por el rabillo
del ojo a las hermanas esféricas de cristal que nacen de los fuegos
de un par de hornos de vidrio atendidos por sopladores que insuflan
vida y simetría a pequeñas masas informes de resplandor primordial.
Un cartel de
madera me asegura que mis brazos tienen envergadura de águila. El
frío lucha con las incandesdencias del cristal y con el brillo azul
de los líquenes de los acantilados y de las lanzas de abeto que
vuelan desde el fondo de la garganta poblada por fantasmas de salmón.
sábado, 12 de octubre de 2013
Saint John's
Dos gemelos estudiando un mapa.
Una brújula.
Un receptor GPS.
Enfrente, el azul del océano
que normalmente los separa.
Dos hermanos, dos polos.
Nortes que se acercan en Madrid
y se alejan en Saint John's.
A pocos metros, ecos de Marconi
y de los primeros balbuceos
del telégrafo transatlántico.
Brotan rayos de las antenas,
brotan parábolas de los cañones
y del dorso de las ballenas.
Aún quedan líneas invisibles
que no dependen de atmósferas,
que no divergen en esferas.
martes, 8 de octubre de 2013
Jetlag
Hay palabras que llueven
como alquitrán pegajoso
en silencios insomnes,
amebas aceitosas
que se ahuyentan
con mañanas de flauta y de Bach.
El cielo es una maraña de rutas de avión,
fibras de esponja de acero
entre anticiclones de sonrisas
e ilusiones en cajas de cristal.
¡Las hierbas!
Gritan Lorca y Enrique Morente.
¡Las raíces!
Gritan mis dedos de roca,
creciendo hebras de hilo
y empeñados en escalar
las manecillas de los relojes.
como alquitrán pegajoso
en silencios insomnes,
amebas aceitosas
que se ahuyentan
con mañanas de flauta y de Bach.
El cielo es una maraña de rutas de avión,
fibras de esponja de acero
entre anticiclones de sonrisas
e ilusiones en cajas de cristal.
¡Las hierbas!
Gritan Lorca y Enrique Morente.
¡Las raíces!
Gritan mis dedos de roca,
creciendo hebras de hilo
y empeñados en escalar
las manecillas de los relojes.
viernes, 28 de junio de 2013
Entre dos aguas
Ha llegado la Primavera.
El paisaje ha empezado a llenarse de explosiones repentinas de
verdor, hojas y brotes estallando por todas partes como pequeños
big-bangs de vida, y el Sol, escondido y enfermizo en los últimos e
inacabables meses del invierno, en los que que confundía a las
placas de hielo al llenarlas de dudas sobre su deber de derretirse,
haciéndolas licuarse y congelarse en una frustrante danza de
indecisión, parece que por fin envuelve la piel con las caricias de
calor tan añoradas, y juega sobre los párpados cerrados,
proyectando sobre ellos radiografías de las venas de las hojas que
nacen por doquier, creando constelaciones de luces rojizas en
movimiento.
Han llegado los pájaros,
haciendo que las mañanas blancas y recogidas den paso a tranquilas
florituras musicales. Los gansos han venido de la nada, invadiendo
las praderas en torno al Instituto, picoteando en la hierba con una
dedicación inquebrantable, y de un día para otro han empezado a
aparecer pequeños y adorables proyectos de ganso, dando lugar a
líneas plumosas arrastrándose como estelas tras los gansos adultos,
que se rompen al contactar con el agua del estanque, los pollitos
nadando en círculos que interfieren con las ondas circulares
provocadas por los pequeños chorros de los surtidores, las crías
incapaces de salir del estanque dados sus pronunciados rebordes por
encima del nivel del agua, con lo que las bolitas de pluma nadan cada
vez más inquietas, sus formaciones volviéndose caóticas, mientras
los padres asisten impotentes al espectáculo, se tiran al estanque y
vuelven a salir, ¿no véis qué fácil?, sólo tenéis que
impulsaros con las alas que aún no tenéis, y se vuelven a tirar y
vuelven a salir, ¿pero por qué no me seguís ahora?, y su propio
nerviosismo va en aumento, y se zambullen de nuevo y aletean hacia
fuera sin arrastrar a sus crías, y la tensión escala enfrente de
las membranas de cristal de las oficinas de los investigadores, que
asisten entre divertidos e impotentes y frustrados al ciclo límite
inacabable de maniobras de los gansos y sus crías, su empatía
nunca alcanzando a los animales, que al mirar hacia el edificio sólo
ven el vasto cielo reflejado en los muros de cristal, aumentando su
sensación de vacío, de cierta soledad existencial en su lucha
contra fuerzas desconocidas.
Yo no parezco ser una
cría de ganso, pero me encuentro atrapado en el agua. Es más, el
mundo se ha dado la vuelta y lo percibo a través de una membrana
distorsionada y cambiante, a través de la que apenas pueden
percibirse los colores del cielo y vagas formas arbóreas. Los
sonidos llegan amortiguados y acompañados de un constante murmullo
de fondo. Es como si estuviera prisionero en un universo con leyes
distintas, en el que los movimientos se enlentecen, respirar está
prohibido por alguna razón, y es difícil orientarse porque todo
parece estar al revés. El tiempo parece estirarse, en contradicción
con la sensación de urgencia que llena la mente, el convencimiento
pleno de que algo no está bien, de que hay que intentar por todos
los medios salir de este extraño lado del cosmos y volver al otro
lado de la membrana, que es como un muro transparente y dinámico
separando dos mundos distintos; afuera, el mundo tradicionalmente
conocido, el Ontario de los mil lagos, llanuras agrietadas por
miríadas de inviernos cuyas heridas se han ido llenando con lágrimas
heladas, convirtiendo a la provincia en un gigantesco espejo
despedazado, y el lado en que me encuentro un mundo desconocido, con
tormentas y remansos, burbujas, cielos azules vistos a través de
diapositivas en ebullición, rocas pulidas por la fuerza de la
corriente, sonidos distorsionados, criaturas extrañas.
En el lado de arriba, el
Sol ha ido limpiando el vaho congelado de los desiertos blancos
suspirando por la Primavera, los castores han empezado a salir de sus
madrigueras y el agua inerva la tierra despertándola a la vida. No
sólo el agua. También hay un sistema de venas artificiales
enterrado bajo todo el territorio por el que fluye la sustancia
responsable de que los humanos no hibernen y se mantengan en cierto
estado de alerta durante los meses gélidos: el café de Tim Hortons.
En efecto, existe una red estratégica de establecimientos de Tim
Hortons esparcidos por toda la superficie canadiense, conectados por
tuberías subterráneas por las que fluyen infinidad de litros de
cafeína y azúcar licuado, la única manera de garantizar las
constantes vitales de las poblaciones humanas durante todo el año.
Grifos y potes de café, “siempre fresco” como insisten los
carteles de los establecimientos, pero paradójicamente humeante, y
la magia toroidal de montañas de donuts y bollos azucarados varios.
Los clásicos muebles de plástico de los establecimientos de comida
rápida norteamericanos, una barra atendida por empleados con
uniforme y micrófono, tras ellos máquinas varias conectadas a los
tubos subterráneos, alguna pantalla plana que informa a los
empleados de los pedidos pendientes, la decoración siguiendo un
código de colores marrón claramente en referencia al producto
estrella, puede que haya plantas falsas en alguna parte, los puntos
de recojida de basura escondidos hábilmente en algún lugar que sólo
se encuentra tras una trayectoria caótica por el interior del local,
los baños con carteles insistiendo en el compromiso apasionado,
inflexible, indestructible, de la empresa con la limpieza, si hay
algún problema no dude en informar, junto con una lista con datos
sobre las inspecciones de higienización del baño, hora, nombre de
empleado, tarea realizada y firma. Cuenta la leyenda que la cadena de
cafeterías fue creada décadas atrás por un jugador canadiense de
hockey sobre hielo, sin duda con el fin de poder garantizar un
aumento de la duración de la liga nacional, que hasta entonces
apenas se extendía durante las primeras nieves y se iba degradando a
medida que la somnolencia invernal se iba apoderando de la gente y
los jugadores empezaban a faltar a los entrenamientos, las gradas se
vaciaban y las calles de las ciudades se iban transformando poco a
poco en pistas de desolación blanca según los viandantes iban
dejando de salir uno a uno y se quedaban en sus madrigueras
hibernando, el silencio apoderándose de las ciudades, el viento
silbando por las aceras y cornisas levantando preciosas nubecillas de
nieve, en una perversión ártica de las escenas de desolación y
desierto de las películas del Oeste --han llegado los malvados
jinetes del frío, dispuestos a arrasar los bancos de calor.
Pero dejemos los flujos
de café y volvamos a los de agua, a los ríos y a las membranas
separando el infra y supramundo ontarienses. Estas membranas han dado
lugar a curiosas formas de vida que se nutren de las propiedades
anómalas que la realidad adquiere en su cercanía. Ahí están los
castores, criaturas extrañas donde las haya, con patas traseras con
membranas interdigitales como las de un ave acuática, colas
escamadas como la piel de un reptil, y misteriosamente insuflados con
complejas capacidades constructoras y planificadoras que entre otras
causas están motivadas nada más y nada menos que por la necesidad
imperiosa de roer los troncos de árboles que impone el crecimiento
incontrolado de sus desproporcionados incisivos. Pero igualmente
curiosas son ciertas criaturas medio humanas, una especie de
centauros acuáticos, que se dedican a explorar y jugar con los
vórtices caóticos en la interfase entre supra- e infra-Ontario.
Este horizonte entre universos, arado por un campo de líneas de
corriente, está poblado por singularidades en forma de vórtices o
líneas de vórtice que actúan como portales entre los dos mundos.
En general, atravesar una línea de vórtice con un gradiente de
corriente suficientemente pronunciado sin la técnica adecuada
implica por lo general el ser engullido por el inframundo –que en
general es no deseable, si bien hay almas intrépidas y hambrientas
de exploración que buscan la situación-- lo que explica mi tesitura
actual en este universo paralelo. Las criaturas con habilidades más
evolucionadas que las mías juegan deliberadamente con los portales
para danzar grácilmente entre universos en un baile fascinante de
giros, contragiros, volcados y recuperaciones, fluir estático,
viajes entre mundos sin apenas moverse a lo largo de la superficie
del espejo. Estos seres tienen un cuerpo superior con forma humana,
cubierto hasta la cabeza por una piel húmeda y por lo general
oscura, de un brillo mate y sin escamas, que a la altura de la
cintura suele abrirse en una especie de embudo que se funde con un
armazón rígido y alargado, aparentemente hueco y de gran
flotabilidad. Algunos especímenes suplementan sus brazos humanoides
con extensiones óseas alargadas y acabadas en una estructura
esencialmente plana y rígida, óptimamente adaptada para controlar
el movimiento sobre el agua mediante inteligentes movimientos de
barrido cuya variedad y versatilidad puede resultar asombrosa. Pero
entre todo este elenco de criaturas saltarinas, destaca sin duda el
Señor de los Remolinos. Se trata de un ejemplar de edad media-avanzada, con una larga cabellera gris y barba que hacen pensar en
que pueda ser una evolución de los tritones de las mitologías
clásicas. Lleva los ojos cubiertos por unas gafas estilo aviador de
los años cincuenta, y en su avance sobre el agua sólo es visible su
cuerpo de cintura para arriba, de modo que no está claro si su peso
está sustentado por una de las usuales estructuras huecas o si, por
el contrario, su cuerpo se funde con el agua, el Señor de los
Remolinos no siendo más que una criatura hecha de fluctuaciones
acuáticas, una especie de cerebro de Boltzmann líquido que
vagabundea por la interfaz entre los universos en busca de puentes de
unión o agujeros de gusano entre los mundos paralelos.
La primera visión de su
Remolinidad es un momento difícil de olvidar, un espejismo irreal
que obliga a parpadear anticipando que la imagen desaparecerá al
abrir de nuevo los ojos, pero al abrirlos allí sigue, nítida y
delirante, el tronco superior de la criatura deslizándose
grácilmente sobre el agua, y lo que es más, las palmas de ambas
manos soldadas a sendas membranas –ni rastro de los apéndices
cilíndricos usuales- que usa para abrirse camino en la superficie
del río con unos movimientos propios de un híbrido entre mono y
reptil, la cabellera gris resplandeciente de motas de agua y las
gafas de aviador enmarcando una mirada que siempre parece venir de
otra parte y resbala acuosa sobre el resto de las criaturas. El
baile acuático del Señor de los Remolinos parece a primera vista un
encadenamiento de movimientos que, si bien grácil e hipnotizante, es
en cierta medida aleatorio, sin servir a un propósito superior.
Grave error. Una observación atenta permite adivinar que su
Remolinidad siempre intenta moverse en torno a las líneas singulares
de la corriente, es un cazador de cáusticas invisibles, superficies
en donde se encuentran dos corrientes opuestas. Quizá dotado de un
sexto sentido que le permite cartografiar las líneas de corriente
escondidas bajo la superficie, SR escanea sin cesar los puntos
críticos del inframundo, intentando colocarse en el lugar exacto en
el momento exacto que garanticen que las corrientes enfrentadas a
ambos lados de la cáustica causen un momento de rotación que hagan
que la mitad sumergida e invisible del cuerpo de SR se atornille
hacia las profundidades, el tronco superior de SR girando como un
derviche turco y hundiéndose poco a poco, la barba, gafas, brazos y
manos palmípedas atravesando por turnos el espejo entre los dos
universos ontarienses, hasta que sólo queda una memoria perpleja, un
pequeño remolino como pobre testigo de Su Remolinidad.
Quién sabe qué visiones
tendrá SR en sus excursiones por los agujeros de gusano acuáticos,
qué otras criaturas encontrará –¿habrá acaso otros mundos
anidados en una sucesión de remolinos inscritos unos dentro de
otros?-- y cuáles serán sus sensaciones al emerger de nuevo
corriente abajo en algún lugar imprevisto. ¿Miedo? ¿Alivio? ¿Paz?
¿Asfixia? Quizá una sensación de mareo y vacío, como si al estar
su cuerpo en reposo la mente quisiera continuar girando, la
existencia de SR sólo cobrando sentido en rotación, como si el
único verdadero movimiento fuera el cíclico.
Por mi parte, no tengo
tanta afición a la rotación, si bien llevo un tiempo dentro de un
ciclo repetitivo de visitas no siempre voluntarias a ambos lados de
la superficie del río. Aquí abajo, viendo por encima de mí -o
quizá debería decir debajo- la membrana rizada de agua, uno se
pregunta si el desdoblamiento de la realidad a ambos lados es tal que
en todo momento siempre hay una copia de uno mismo en cada flanco.
Mientras yo estoy aquí, intentando mantener la calma, no perder
demasiadas burbujas de aire e ignorar el agua fría que inunda mis
doloridos senos frontales, quizá una de mis copias ha pasado al otro
lado. Quién sabe si será una versión mejorada de mí mismo, menos
propensa a quedar atrapada en caústicas de melancolía, capaz de
escribir mejores ecuaciones, crear cosas más bellas, hacer más
feliz a la gente de alrededor, manejar mejor sus emociones.
Probablemente mi copia y yo nunca nos cruzaremos, y jugaremos un
juego de persecución inacabable, el uno siempre aspirando a
convertirse en el otro aun sabiendo que es imposible, que siempre
habrá una membrana invisible separándonos.
Pero basta de perderse en
pensamientos inútiles. Hay que pasar a la acción. Estiro mis dos
brazos colocándolos en el lado izquierdo de mi canoa invertida, la
mano derecha delante, y saco las muñecas del agua para garantizar
que el remo aproveche la tensión superficial del agua en los
estadíos siguientes de la maniobra. Siento unos golpes leves en el
casco sobre (o debería decir bajo) mi cabeza, como si algunas
criaturas se hubieran subido, allá en en el mundo del otro lado,
sobre la protuberancia de plástico rojizo de la que cuelgo hacia
abajo-arriba. Unas manitas de animal empiezan a golpetear
rítmicamente la caja de resonancia canoística, mientras yo empiezo
a girar el remo en un arco, el extremo derecho deslizándose sobre
la superficie del agua, alejándose del casco de la canoa hasta que
el remo queda perpendicular a él. Las vibraciones de la percusión
de los castores van aumentando en fuerza, y llegan acompañadas de
ecos amortiguados provenientes de otras canoas, y de las piedras y de
los árboles, como si los castores hubieran invadido de repente todo
el escenario para festejar la llegada de la Primavera con un ritmo
de optimismo desbordante, golpeteos sincopados en varias voces que se
persiguen, mientras ahora sí que hago más fuerza con el remo
empujándolo contra la superficie del agua, de modo que cuerpo se va
alejando de la canoa y acercándose a la superficie, hasta que inicio
el giro de cadera crucial para el éxito de la maniobra, que condena
temporalmente a mi tronco superior a permanecer bajo la superficie
pero que hace que el cuerpo de la canoa gire y se de un cuarto de
vuelta, los pobres castores teniendo que hacer equilibrios para no
caerse, en tanto que de repente unas notas de guitarra española se
suman a la fiesta, parece que hay versiones castoriles de Paco de
Lucía desparramando notas como torrentes de gotas Entre dos Aguas,
los pulsos arteriales acelerándose al compás de la música, los
árboles y el agua y los castores y los centauros en canoa y Su
Remolinidad bailando como si no hubiera mañana, mientras el empuje
de Arquímedes hace su trabajo en mi canoa medio girada, y el empuje
de cadera continuado acaba de darle la vuelta, los
castores aferrándose a los bordes, sus patas traseras colgando,
líneas de agua fluyendo como ríos en miniatura sobre el casco,
gotas volando, hasta que la inercia del movimiento y la sustentación
final del remo hacen que se obre el milagro, la música quiere hacer
resonar cada uno de mis huesos, estoy fuera.
sábado, 27 de abril de 2013
viernes, 8 de marzo de 2013
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