lunes, 17 de marzo de 2008

Auf wiedersehen

En un barrio de Bremen hay un pequeño bosquecillo de hayas bajo cuyo manto agujereado de sombras revolotean los arrendajos y las palomas cantan melancólicas a sus pérdidas, los pájaros de cuco marcan inconstantes el paso del tiempo y los búos avisan de las pisadas intrusas. Los erizos se esconden bajo el manto de hojas muertas cuando llega inesperado el torbellino de sonidos de un tren, esa marea que se acerca en rápidas pinceladas de color desenfocadas en un remolino de aullidos metálicos agudos, ilusionados ante el encuentro con los oídos sorprendidos, y que en un instante pasan a alejarse con el tono grave y melancólico de la despedida. Las ardillas avanzan por el musgo y la corteza con sus saltitos diminutos, sin preocuparse por el efecto Doppler pero sí por las tormentas de ruido que de vez en cuando vienen por el cielo reflejado en la superficie pulida de los raíles.

En medio del bosque hay un árbol con restos de una casita de madera. Hace veinte años, varios hermanos llenos de ilusión, henchidos de la frescura del bosque, las caras rosadas por la excitación y el movimiento, procuraban ayudar a su tío Martin, Onkel Martin, a montar esa casita de ensueño. La casa se montó, de ella colgaba una cuerda con nudos y los cinco hermanos escalaban con esfuerzo y dificultad -la mayoría no fuimos prodigios físicos- a su mundo particular de madera. Lo pintaron con colores, era su Baumhaus, su casa del árbol, su tesoro del bosque, pintaron sus nombres, pintaron animales y pintaron el nombre de su querido tío, “Honkel” Martin.

La vida de Onkel Martin fue como una falta de ortografía. Hoy me enteré de que nos había dejado. Impotente, tan lejos, quise pensar que las hojas de eucalipto vibraban en su honor, que la luz lucía un poco más gris. En un momento, mientras andaba bajo unos cuantos árboles, fue como si el tiempo se parara. Lo peor fue que el tiempo seguía.

Onkel Martin se fue con todos sus sueños derrotados. Espero que sepa que, si bien él no pudo atraparlos, fue capaz de hacer realidad algunos pequeños grandes sueños para esos niños que le adoraban. Para mí el Baumhaus siempre será un símbolo imborrable de ilusión y de niñez, siempre ligado al tío Martin y a mis hermanos, las horas fluyendo mágicas entre la madera, las sombras de los árboles y los dibujos.

Querido tío, me acuerdo de tus gestos de sopresa las veces que aparecí sin anunciarme a tu puerta; de cómo pasaste de decir que si era un testigo de Jehová a llenar tu cara con una sonrisa de incredulidad y asombro difíciles de olvidar. Me acuerdo de que de niño que me llamabas “grita” por mi carácter irascible. Me acuerdo de que cuando me hacía daño al caerme sobre una rama del bosque me decías que los chicos no teníamos que llorar. Ahora me gustaría gritar y llorar.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

...

camaradeniebla dijo...

un beso

k. dijo...

Vielen dank.Y gracias por leer.

Dr. Zoidberg dijo...

Auf wiedersehen, "Honkel" Martin...
Gracias por enseñarme a vivir con alegría incluso en los momentos más duros.
Adiós con una sonrisa por los buenos recuerdos...

wyan dijo...

Vaya...

Un abrazo, K.

Clara Abad Schilling dijo...

sehr schön...! Un abrazo de los de Mata-Abad.

k. dijo...

Gracias 1/2(Mata-Abad+Abad-Mata) (simetrizo para que no haya discriminación en el orden). Me hace ilusión que hayáis leído el blog...abrazos y besos desde California.