sábado, 15 de marzo de 2008

Tardes de sofá

En las últimas horas de la tarde es bueno disfrutar del abrazo cálido del sofá, que sirve de refugio frente a las corrientes de aire polar que se empeñan en explorar el despacho. No es conveniente ponerse a trabajar sin al menos un jersey o una chaqueta ligera, en tanto que la unidad VAV (“Variable Air Volume”) de Johnson Controls Inc. continúe haciendo ineficientemente su trabajo. Las últimas investigaciones sobre los sistemas de regulación de temperatura en el laboratorio nos han permitido identificar las tuberías de agua caliente enfundadas en espuma aislante cuya supuesta misión es calentar el aire que expulsan atronadoras las salidas de ventilación, y también hemos comprobado que la temperatura al tacto de estos conductos es sensible a la posición del deslizador de temperatura del sensor VAV de Johnson Controls Inc. que se encuentra cercano a la puerta. Puerta que, por cierto, ahora somos capaces de cerrar con cerrojo tras varias visitas de diversos técnicos del edificio que tras sesudas maniobras nos comunicaron que la llave puede retirarse una vez activado el pestillo si simultáneamente al acto de tirar de ella hacia fuera se presiona hacia dentro el bombín en que se encuentra incrustada. Esta gran pieza de sabiduría cerrajeril me fue comunicada acompañada de miradas muy expresivas en las que detecté cierta sorna ante la capacidad práctica de los físicos teóricos.

Es decir, que el termosato supuestamente funciona. Sin embargo, algo extraño pasa, puesto que al cabo de un tiempo de aumento de la temperatura de las tuberías de agua caliente y de suspiros de bienestar de los miembros del despacho, la era glacial retorna espontáneamente sin explicación... Pero lejos de rendirnos hemos elaborado una teoría al respecto, relacionada con la mentalidad conservadora -en términos energéticos, al menos- de los diseñadores del nuevo edificio, ya que todo indica que la caída en el olvido termodinámico del foco de calor está correlacionada con los parpadeos del diodo luminoso del sensor de Johnson Controls Inc., parpadeos que desaparecen al presionar el misterioso botón que se encuentra junto al diodo y bajo un trío de símbolos masónicos de soles llenos o eclipsados, lo cual tiene como efecto colateral el recalentamiento de las tuberías enfundadas en espuma aislante. Id est, que al igual que los catedráticos tienen que ejercitarse para mantener las luces encendidas, nosotros hemos de levantarnos de vez en cuando para apretar el botón del sensor VAV de Johnson Controls Inc. para luchar contra la glaciación.

De todas maneras es bueno sentarse en uno de los sofás en las tardes luminosas, intentando no pensar en las extrañas conspiraciones que pueden esconderse tras los símbolos masónicos del clan Johnson, las visitas aleatorias de técnicos que parecen manosear la cerradura y la extraña política energética del edificio. Porque ahora tenemos dos sofás que se miran en acolchado arrobamiento, y la vida transcurre tranquila con un artículo en el regazo y una taza de té humeante preparado en el microondas, el humo proviniente del nitrógeno líquido con el que el té ha sido convenientemente enfriado a la salida de una de las muchas tuberías de cobre que cruzan la pared. Así la mente puede abstraerse y volar hacia arriba, atravesando el techo y sus conductos de ventilación y los laboratorios del piso superior para salir al exterior y admirar la puesta de sol, el cielo inflamado tras los edificios y las elegantes terrazas superpuestas de en frente, la luz estrellándose en el ventanal del despacho y teselando la tierra del patio de abajo en un tapiz de reflejos romboidales de los cristales de nuestro edificio, un tablero de ajedrez lumínico deformado.

La calma se ve interrumpida de vez en cuando por amotinamientos espontáneos en la jaula de las ecuaciones peligrosas, que se solucionan echándoles de comer alguna singularidad esencial. Mientras tanto los espines de las partículas que vuelan en el exterior se van clavando en las ventanas, amontonándose hasta que la vista se oscurece y se acaba el día.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Por lo que respecta a la llave.
No tengo llave de mi despacho.
Ni tuve la de mi piso durante un mes.
He partido la llave del cuarto de las bicicletas y las basuras.
Además, se estropeó la cerradura de mi piso y esto no tiene nada que ver con que yo no tuviera llave.
Y colaboré para que un tipo cerrara la puerta de su casa dejando la llave puesta por dentro.
Todo esto en unos 4 meses.
¿No está mal eh?

G.

camaradeniebla dijo...

me gusta que puedas ver el mundo de esa manera

k. dijo...

No está mal, señor G.
¿Qué harías tú con la puerta de tu piso?
Aprende a controlar tu fuerza con las llaves, en serio. Al menos espero que las partas con la mano y no con la mente, entonces ya me preocuparía más...
1 a.
k.

Dr. Zoidberg dijo...

Sí, G., lo de G. me recuerda a Geller, Uri Geller, el que doblaba las cucharas con la mente...

Eres su sucesor en forma llaveril?

Kapunto, las ecuaciones peligrosas me dan miedo... eso se puede trepanar?

Anónimo dijo...

Martin,

yo utilizo el poder de torsión de mi antebrazo.