domingo, 9 de marzo de 2008

Plegarias mecánicas

Las plazas comerciales son como templos de adoración al automóvil. Los locales del perímetro en los que hormiguean seres humanos en sandalias quizá sólo sean un pretexto para conseguir que una infinidad de coches se congruegue en celebraciones periódicas de reposo mecánico colectivo. Las líneas blancas en el asfalto orientan a los vehículos en largas y ordenadas filas que apuntan a una desconocida meca automovilística. Los suspiros de los ventiladores de los circuitos de refrigeración y los crujidos de contracción de las estructuras metálicas ocultan conversaciones entre las máquinas, elevan al cielo sus rezos mecanicistas en los rizos de aire recalentado que refracta y distorsiona los rayos de luz en las capas que flotan sobre las cubiertas relucientes de los cerebros hipercilindrados.

Hay algo siniestro y obsceno en la desproporción de algunos coches americanos. Sus morros desmedidos son como símbolos fálicos de poder, un intento enfermizo de vencer la propia indefensión o inseguridad ante el terrorífico vacío que hay en cada uno de nosotros.

Mientras los carros de la compra se deslizan dando tumbos sobre pequeñas ruedas que se agitan frenéticamente, mientras las personas entran y salen de las puertas de cristal, sandalias y zapatillas golpeando el suelo, pisando las manchas de aceite, las manos deformando la superficie de las bolsas de papel marrón, abriendo y cerrando puertas de los coches, nubes aisladas vagan por el cielo azul, el Sol traza su arco en el cielo, los vehículos fluyen como hormigas en corrientes caóticas entre las hileras de cristal y metal, y en las gasolineras los dueños orgullosos se afanan en rendir pleitesía a sus máquinas, moviéndose en torno de ellas en sus danzas rituales de limpieza y pulido. Los troncos de las palmeras de los aparcamientos se iluminan con constelaciones de bombillas al caer el sol, y las autopistas se convierten en verdaderos ríos de luz en movimiento, corrientes que se despliegan y ramifican hasta llegar a los templos en los que los coches bendicen su destino. La suave brisa entre las hileras de los desiertos de metal aún transporta risas, llantos, palabras.

5 comentarios:

camaradeniebla dijo...

¡felices los que viven en sandalias¡

k. dijo...

Yo me dejé las mías en Madrid...de todas maneras aquí todavía es un poco pronto para sandaliar (¿o será "sandalear"?), porque aún hace un poco de fresco para mi gusto. Bangalore sí que era un paraíso sandalístico ---por las sandalias y el sándalo.

k. dijo...

¡Arrepentíos los que no bebéis petróleo refinado!

Anónimo dijo...

Jai K. Ici Gofre.
¡¡¡Arrepentíos todos!!!
Vuestra colmatación de filtros se acerca...
D. De Desdent.

camaradeniebla dijo...

Hay algo siniestro y obsceno en la desproporción de algunos coches americanos. Sus morros desmedidos son como símbolos fálicos de poder, un intento enfermizo de vencer la propia indefensión o inseguridad ante el terrorífico vacío que hay en cada uno de nosotros.

¿la angustia de la castración? :-p