lunes, 21 de abril de 2008

Ligeti y el condensado de sillas

Tras la puerta entornada las veo. Las sillas. Hacinadas en el espacio hexaédrico de lo que fue un despacho, sus respaldos orientados en direcciones caprichosas en un paisaje desmagnetizado, las cubiertas de tela polvorientas, algunas sillas volcadas despreocupadamente sobre otras, las ruedas en las estrellas de cinco puntas clavadas en la moqueta azul o girando quietas en el aire en las extremidades metálicas. Las paredes desnudas, el blanco primigenio convertido en un color indefinido e insulso.

El resto de los antiguos despachos está vacío; ventanas en las que la luz dibuja los patrones de las gotas de las últimas lluvias o los abanicos del último trapo que las limpió y proyecta sobre la alfombra trapecios de luz divagadores, que se erizan en polígonos más complejos en contacto con la verticalidad de las paredes. Enchufes y puntos de red abandonados, los electrones dentro nerviosos por la inactividad.

Silencio en los pasillos. Charcos de luz difusos en el suelo. Pósters en las paredes, carteles de “X se ha mudado al despacho Y”. Y las sillas todas juntas en una habitación, hacinadas incómodamente, rompiendo la simetría del vacío del resto del edificio, de los cubículos abandonados alineados en vertical y horizontal.

Hay algo desasosegante en el condensado de sillas, en su orgía mobiliaria silenciosa.

La noche cae; la oscuridad empieza a crecer en las esquinas propagándose en metástasis irreversibles. Apenas se distinguen los contornos cuando se siente un movimiento imperceptible en el cuartel de las sillas. Una rueda invisible ha girado unos cuantos grados sobre su eje. Poco a poco, viniendo de la nada y de todas partes, se empieza a intuir una música lejana. Al principio parece ser un engaño de la mente, pero la duda se disipa según va aumentando su volumen; una nota eterna, poderosa y parpadeante que crece lenta e imparable conquistando el silencio, sobre la que se van superponiendo susurros y pinceladas vocales en un caos ordenado y profundamente inquietante, una textura musical densa que inunda la mente en una sobredosis polifónica de belleza abstracta e hipnotizante, salpicada de matices y de agitaciones espasmódicas y espontáneas de las ruedas de las sillas, que empiezan a aparecer aisladas como las primeras gotas de lluvia para ir aumentando en una marea imparable, mientras la música crece en volumen elevándose hacia un clímax que se presiente pero no se imagina, las sillas chocando unas contra otras, voces que se tensan y se enredan y aceleran y agudizan hacia el infinito, subiendo y cayendo como los rizos al viento de una ola que se alimenta incesante a sí misma, elevándose hacia las alturas venciendo la resistencia de su propio peso hasta que la tensión alcanza cotas insoportables y las notas explotan en un espasmo glorioso, primordial y cosmológico y las sillas se agitan frenéticas, cayendo al suelo e incorporándose las que reposaban ruedas arriba sobre el resto.

Unos momentos de silencio. El pasillo oscuro empieza a refulgir con un sutil brillo fosforescente. Los cubículos vacíos ya no son cubículos sino icosaedros llenos de nada y el suelo y el techo se confunden en una cinta de Möebius. Vuelve la música, calmada como la ola que se retira en la playa, pero de nuevo una manada de voces que se agita y enreda sobre sí misma como un banco de peces, siempre tirante, inquietante y fascinante en su impredicibilidad. Sobre el brillo radiactivo del pasillo se ve asomar tímidamente el perfil oscuro de la rueda de una silla, saliendo lenta de su habitación, seguida del cojín y el respaldo que crean un recorte de negrura animada e inorgánica que avanza empujado por una voluntad desconocida mientras los tubos de neón del suelo del pasillo se iluminan ominosa y secuencialmente a su paso, carraspeando aterrados hasta que su luz se atreve finalmente a expandirse fuera de su sarcófago cilíndrico de cristal.

La música vuelve a alimentarse a sí misma en un nuevo crescendo de intensidad insoportable. Y de repente la consciencia se ilumina con la certeza de que en algún otro rincón del edificio vacío hay una habitación llena de mesas.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Los espacios abandonados a su suerte se están convirtiendo en un tema reKurrente. Objetos que no se saben observados...

camaradeniebla dijo...

es la incomodidad en lo real.

camaradeniebla dijo...

http://camaradeniebla.blogspot.com/
el día del libro está en mi blog.A ti que te gustó Laughlin, te gustarán los poemas.
Besotes.

k. dijo...

¡Feliz día del libro!
Y muy buenos poemas :)

Dr. Zoidberg dijo...

Saludos a Mochila de mi parte!!!

k. dijo...

:-)
Mochila manda saludos de vuelta.